El villano: Luis Ziembrowski y el difícil reencuentro público con un padre ausente
Actor de gran trayectoria en cine, teatro y televisión, escribió, dirigió y protagonizó esta película personal y conmovedora sobre la tortuosa relación que tuvo con su progenitor
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El villano (Argentina/2023). Dirección y guion: Luis Ziembrowski, Gabriel Reches. Fotografía: Armin Marchesini Weihmull. Edición: Florencia Gómez García, Andrés Tambornino, Camila Blanco. Elenco: Luis Ziembrowski, Ricardo Ragendorfer, Manolo Iedbabni, Gloria Dziembrowski, Claudia Dziembrowski, Antonio Dziembrowski, Nina Dziembrowski, Gabriel Puma Goity, Dady Brieva, Gabo Correa, Pablo Echarri, Alejandra Flechner, Sergio Boris, Flor Dyszel. Duración: 75 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas. Nuestra opinión: muy buena.
Reconstruir la historia de un padre ausente. Eso es lo que se propone Luis Ziembrowski en esta película profundamente personal en la que pone en juego una multiplicidad de recursos para abordar un tema difícil, una cuenta pendiente que tenía, hace rato, la necesidad de saldar.
Santiago Ziembrowski, el padre biológico de Luis -actor con larga y destacada trayectoria en cine, teatro y televisión que tiene hoy 62 años-, fue un personaje particular: abandonó a su familia y se dedicó al delito, usó distintas identidades, vivió grandes aventuras, eligió la vida disipada por encima de las obligaciones formales y dejó, eso queda bien claro, varias heridas sin cicatrizar.
Con El villano, un título por demás elocuente, Luis intenta cerrar definitivamente un capítulo oscuro, doloroso de su vida. Se embarca en un ejercicio catártico que, además de una investigación detectivesca, incluye testimonios muy variados (desde familiares directos a periodistas de policiales), dramatizaciones con un elenco de lujo (Alejandra Flechner, Pablo Echarri, Daddy Brieva, Gabo Correa, el Puma Goity, Sergio Boris, Flor Dyszel), terapias alternativas y centralmente un reencuentro cara a cara tenso y trabajoso con un hombre esquivo, enigmático y sin signos elocuentes de remordimiento.
El valor de la película no está cifrado solamente en la exposición del drama en carne viva. También hay una astucia formal para presentarlo que la vuelve singular y magnética: para acercarse a un fantasma no hay un camino claro o preestablecido. Ziembrowski avanza a tientas, probando con distintos mecanismos para dibujar un contorno casi imposible.
Pasados los años, el vividor impune e irresponsable que nunca tuvo en cuenta mucho más que sus propios intereses; el hombre conectado con el hampa y entregado a los placeres de la vida mundana, se transformó en un león herbívoro. Solitario, recluido en un viejo hotel de la costa atlántica, alejado de cualquier atisbo de reproche.
Cuando finalmente, después de muchas vicisitudes que este denso y atiborrado relato cinematográfico refleja de maneras muy distintas, padre e hijo están frente a frente se abren todavía más puertas: la tristeza, la bronca, los reclamos, pero también la compasión y hasta algún atisbo de empatía.
Capturar la esencia de este drama era de antemano un camino cuesta arriba y Ziembrowski lo sabía. Puso todo lo que estuvo a su alcance -memoria, imaginación, voluntad, energía, valentía, creatividad- para recorrerlo. Y consiguió aquello que la obra artística suele proponerse y no siempre logra plasmar: verosimilitud y capacidad de interpelación.
Si los dilemas de la relación padre/hijo han sido siempre un tema convocante para el cine (pensar en Visconti, De Sica, Almodóvar, Solondz, tanto como en Kafka, Cormac McCarthy y Martin Amis en el campo de la literatura), en El villano están otra vez en el centro de la escena pero de una manera que conmueve por la enorme determinación con la que su autor decide confesar en público aquello que durante tanto tiempo lo torturó en la intimidad.
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