De la mano de títulos como El bonaerense, de Pablo Trapero; El hijo de la novia, de Juan José Campanella; Historias mínimas, de Carlos Sorín y Apasionados, de Juan José Jusid, la temporada 2001-2002 pasó a la historia de la industria; cuáles son los paralelismos con la situación actual
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Si hasta la llegada de Spider-Man: sin camino a casa ninguna película había superado el millón de entradas vendidas en la Argentina en en 2021, era esperable que ese bajón de recaudación también impactara en los alicaídos números del cine argentino, que tuvo en la película de Peta Rivero Hornos, Cato, el éxito local del año: 62.779 espectadores. Las variables de la pandemia también obligaron al cierre de salas, aperturas con aforos reducidos y, además, muchos estrenos por streaming. La gran incógnita es que sucederá en la temporada 2022 que recién se inicia, tanto para el cine internacional como para la siempre inquieta y creativa fragua local.
La llegada del nuevo año también depara la celebración del último aniversario redondo de la temporada que supo brindar números dorados para el cine vernáculo y una sumatoria de premios en festivales internacionales, con títulos que quedaron para la historia y una taquilla sideral: 3.285.319 espectadores respaldaron a varios de esos clásicos recientes. Cómo evocar títulos de enorme impacto que referían a dramas cotidianos como la “maldita policía” reflejada en El bonaerense, de Pablo Trapero; la Patagonia de emociones entrecruzadas con aires de road movie en Historias mínimas, de Carlos Sorín; la crisis social y la constante búsqueda de un horizonte de Lugares comunes, de Adolfo Aristarain, y hasta un cine de género que reinventaba una tradición que la “época de oro” de los grandes estudios habían manejado al dedillo con un gran policial suburbano (Un oso rojo); la clásica comedia de situaciones (Apasionados y Samy y yo), animación para todas las edades (Mercano, el marciano; Dibu 3; Micaela, una película mágica); sumando el debut de varios nombres fundamentales para el cine argentino en la actualidad como Paula Hernández (Herencia) y Mariano Llinás (que hizo del Malba un éxito con Balnearios).
El cine argentino se hizo presente con fuerza en los festivales de Cannes, Berlín, San Sebastián y en febrero de 2002, hace exactamente dos décadas, vivía con emoción la noticia de la nominación al Oscar a la Mejor Película Extranjera para El hijo de la novia, de Juan José Campanella, que –aunque estrenada aquí el 16 de agosto de 2001– se convertía en el tercer film argentino más visto de la temporada 2002, sólo superado por Apasionados y Kamchatka, y devolvía a nuestro país a la Academia de Hollywood luego de la anterior nominación con patente argentina de Tango, no me dejes nunca, dirigida por el español Carlos Saura, en 1999.
Solo existían en la historia del cine argentino dos antecedentes históricos similares: en 1954, la cantidad récord de películas argentinas estrenadas pudo ser igualada recién en 2000 y otro, mucho más contundente, cuando el denominado Boom del 74 tuvo una pléyade de éxitos como La tregua, de Sergio Renán –la primera en ser nominada al Oscar por la Argentina–; La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera, ganadora del Oso de Berlín, o Quebracho, de Ricardo Wullicher que fue premiada en una lejana edición del Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary, junto a otros éxitos de aquella temporada como La Mary, de Daniel Tinayre y películas de gran reconocimiento internacional como Boquitas pintadas, de Leopoldo Torre Nilsson, y un cine de tinte popular que funcionaba a tope con Sandro, Elio Roca o Palito Ortega. Casi exactamente después, en 1984, se experimentó un nuevo resurgir del cine argentino en plena “primavera alfonsinista”, de la mano de directores como Adolfo Aristarain, Alejandro Doria, Eliseo Subiela y dos presencias argentinas en Hollywood cuando Camila, de María Luisa Bemberg, devolvía el sueño de la estatuilla y La historia oficial, de Luis Puenzo, marcaba la primera vez que nuestro país trajo un Oscar a casa.
Hace dos décadas Apasionados marcaba a fuego el box-office para el cine argentino con 1.062.978 entradas vendidas a lo largo de ¡22! semanas en cartel luego de su avant-premiere en el cine Ópera un 3 de junio de 2002; que de esa manera -además- volvía a encender sus proyectores luego de más de una década (la última película exhibida en la sala fue De eso no se habla, de María Luisa Bemberg. “En general no vuelvo a ver mis películas”, confirma Juan José Jusid consultado por LA NACION. “Creo que son de la gente y uno debe hacerse a un lado una vez que han sido paridas. Por lo menos es lo que pienso”, dice sobre la realización del mayor éxito del cine argentino de hace dos décadas. Pero el también director de clásicos como Tute cabrero o Asesinato en el Senado de la Nación acerca una reflexión hecha al amparo del estreno de aquella película, protagonizada por Pablo Echarri, Nancy Duplaá y Natalia Verbeke: “El criterio estético de la producción y del director fue enfocar esta historia en un formato visual de comedia romántica que sorprenda al espectador por la riqueza de sus imágenes, la atracción de su ritmo, y lo imprevisible de sus situaciones. Entretener a esta altura de la vida de los argentinos, proponiendo una mirada aguda sobre nosotros, me parece que no es poca cosa”, explica el propio Jusid. Apasionados llegó con todos los honores al top-ten de las películas más vistas en 2002 superando a Hombres de negro 2, Lilo & Stitch, Una mente brillante y La gran estafa. Casualmente, el título más taquillero fue El hombre araña, con 1.687.965 tickets.
Si bien el cine nacional estrenó esa temporada muchos títulos celebrados por la crítica (La fe del volcán, Un día de suerte, Caja negra y Mercano, el marciano); convivieron con otros que venían de la temporada anterior (Solo por hoy, Rosarigasinos, Rerum Novarum, La fuga y La ciénaga), y aquellos reestrenos de éxitos recientes (Un argentino en Nueva York, Esa maldita costilla, Plata quemada, Apariencias). Hace dos décadas ya se presentaba el cíclico problema de cómo repartir las porciones de una torta que se dividía de modo desigual: el segundo título del cine nacional más visto, Kamchatka, de Marcelo Piñeyro, convocó a la tercera parte de los espectadores que habían visto a la película más exitosa del cine argentino cosecha 2002. Increíblemente Kamchatka superaba por poco más de 60.000 espectadores a El hijo de la novia, que en la temporada previa había superado también el millón de entradas vendidas y contabilizó 313.120 al año siguiente.
Consultado por LA NACION, José Miguel Onaindia –la máxima autoridad del Instituto de Cine hasta diciembre de 2001– reflexiona: “En 2002 se estrenaron una cantidad de películas que fueron filmadas en los dos años anteriores como consecuencia del nuevo sistema de precalificación de proyectos durante mi gestión en el Incaa, y por una puntillosa labor realizada junto al Consejo Asesor del organismo que se había implementado en 2001. En otros casos, como el de Herencia, de Paula Hernández, provenían de un concurso de óperas primas de 1999 que se filmaron en 2000 y que demoraron su estreno para aprovechar un recorrido internacional previo por festivales”, señala el gestor cultural con una brillante labor contemporánea en Uruguay, añadiendo el hit que en 2000 representó Nueve reinas, de Fabián Bielinsky, que contribuyó a que el cine argentino tuviera el 19,4% de la cuota de pantalla, la cifra más alta de las últimas tres décadas.
¿Pero que es lo que hace especial al cine argentino de 2002? En ese social y económicamente convulso 2002 fueron nueve las películas nacionales que superaron la barrera de los cien mil espectadores y sumando Herencia (86.996) y Bolivia (52.272), totalizaron cerca de dos millones de entradas vendidas dejando escaso margen de recaudación –poco más de 250.000 espectadores–, para las restantes producciones (alrededor de 45), que se estrenaron ese año. Pero además de los grandes números, el cine argentino de hace dos décadas se distinguió por ese circuito de festivales y premios: Historias mínimas, de Carlos Sorín, ganó el premio especial del jurado en el Festival de San Sebastián y dos menciones de los jurados Signis (ecuménico) y Fipresci (prensa internacional); Un oso rojo, de Adrián Caetano, repitió tres premios, incluyendo el especial del jurado del Festival de La Habana (donde Kamchatka alzaría dos estatuillas al año siguiente); Caja negra, de Luis Ortega, conquistó también el premio especial del jurado, en este caso, del Festival de Mar del Plata; Mercano, el marciano ganaba el premio del público en el Festival de Sitges; La fe del volcán, el premio de la crítica en el Bafici. Nuestro cine se hizo presente en cuanto festival había alrededor del mundo.
Luego de su paso por Cannes, El bonaerense, de Pablo Trapero se quedaba con el premio de la crítica en el Festival de Chicago y el de Mejor Película en Lérida, y convertía a Mimí Ardú en una figura de inmensa popularidad: “Me parece que ante la crisis, una de las tantas que tuvimos, la gente valoró mucho nuestras historias, cuando se toca fondo se revaloriza lo cotidiano, los afectos nuestra cultura y el arte tiene un rol sanador ante la adversidad”, dice la actriz que compartió la experiencia de estar en boca de todos con Jorge Román: “El bonaerense mostró una realidad cruda, durísima, donde se mezclaron escenas propias de un documental con personajes reales y actores, la crudeza del relato, una trama fuerte que le contó al mundo porque nos pasa siempre lo mismo. Y muestra la corrupción en la Argentina, un tema universal que tristemente nos hermana con el mundo entero”, confirma Ardú para destacar el talento de Pablo Trapero, su director: “inteligente, analítico, sensible, agudo observador de la realidad”, concluye.
Porque, aunque la cifra global de asistencia al cine argentino fue mayor en 2001, ese número estuvo sustentado mayormente en el enorme éxito de El hijo de la novia (1.381.783 localidades), seguida por los 821.076 tickets de La fuga, los 731.311 de Chiquititas y cerca de 300.000 correspondientes a Rodrigo, la película; sólo Anteojito y Antifaz y La ciénaga, de Lucrecia Martel lograron superar la barrera de los cien mil espectadores junto a esos títulos mencionados. “En 2001 se produjo un hecho único: el film de Campanella fue el más visto del año superando a Jurassic Park III”, acota Onaindia. En 2003 los 3.263.505 boletos emitidos no ocultaron el hecho de que ninguna película nacional por sí sola superó el millón de espectadores.
Acaso sí preparó el terreno para la explosión de 2004, sustentado en Patoruzito, Luna de Avellaneda, Peligrosa obsesión y Erreway 4 caminos: un impactante total para el cine nacional de 5.693.271 espectadores. Si bien se estrenaron películas de jerarquía indudable, no reunían el impacto perdurable de ese conglomerado de películas que apenas un par de años atrás habían hecho al país, reflejado en la pantalla grande. “Me parece importante destacar que sucedieron cambios en el sistema de producción y en las tecnologías que permitieron la filmación de mayor cantidad de películas. Los nuevos lenguajes estéticos tuvieron su correlato en la forma de hacer cine”, concluye Onaindia sobre esos años.
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