El trovador de las cosas simples
Al mismo tiempo que Leonardo Favio estaba destinado a transformarse en un cineasta de vanguardia que generaría fascinación en la intelligentzia cinéfila, su desdoblamiento como cantautor romántico y popular a fines de los sesenta lo transformaría lisa y llanamente en un héroe de masas. Con el corte de su primer disco, Fuiste mía un verano (1968), que vendió más de medio millón de unidades, el artista mendocino inauguró una carrera imprevisiblemente meteórica, que iría en paralelo a su trabajo como cineasta.
Su construcción musical fue por lo menos extraña y al inicio está marcada por un golpe de suerte. El día de su debut en La botica del ángel, de Bergara Leuman, lo escuchó cantar uno de los ejecutivos del sello CBS, que lo invitó a grabar. El primer sencillo, "Quiero la libertad", no tuvo repercusión, pero tras la salida del segundo simple, "Ella ya me olvidó", el impacto fue inmediato.
En su libro Canciones argentinas, el investigador Sergio Pujol sostiene: "En efecto, desde su segundo simple, Favio alcanzó un éxito arrollador. Hablamos de esa canción circular de crescendo melodramático que registró por primera vez frente a un grabador Geloso. Lo mismo sucedió con Fuiste mía un verano: el LP batió todos los récords de venta. En apenas dos años, Favio empezó y culminó la carrera musical más meteórica de la que se tenga memoria".
Esas canciones románticas y costumbristas fueron su marca de fábrica –historias de folletín que tenían el claro signo de una madre que fue guionista de radioteatro–, donde triunfaba una épica del trovador, montado en ese fraseo inclasificable de vocales alargadas y ese decir rioplatense, que lo destacó de competidores de época como Sandro.
En pleno apogeo de su éxito como cantante, dejó los escenarios para dedicarse al cine. Detrás de las cámaras se sentía más cómodo y menos expuesto. A diferencia del cine, su estética musical era discutida. Podía pasar del "Tema de Pototo (Para saber cómo es la soledad)" a un tema como "No juegues más", con el sonido de Los Iracundos. Sin embargo, su trazo como cantautor ofrece distintas capas de lectura, de su vena más hitera en "Me estoy volviendo loco" a la esencia del juglar de las cosas simples en "Si mi guitarra canta". En esa entelequia entre el baladista kitsch y el trovador, la música de Favio encontró la justa reivindicación de artistas como Vicentico y Pablo Dacal.
Debido a la sensibilidad del tema, esta nota queda cerrada a comentarios.
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