El thriller político alemán que se plantea cuán lejos se está dispuesto a llegar para cumplir con los ideales
Y mañana el mundo entero, una de las producciones germanas más comentadas de los últimos tiempos reactualiza el debate alrededor de un género que aparece también en las últimas películas de Polanski y Costa-Gavras
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En los créditos finales de Y mañana el mundo entero (Und Morgen die ganze welt, 2020), de Julia Von Heinz, aparece una lista de nombres a los que la joven directora alemana quiere agradecer especialmente. Arriba de todo está la mención de Margarethe Von Trotta, una de las grandes protagonistas del cine germano del siglo XX.
A nadie debería sorprenderle ese reconocimiento. Hay una línea directa entre la búsqueda constante que hace Von Trotta en el pasado para construir desde allí grandes retratos de figuras conocidas o anónimas, protagonistas de tiempos de grandes cambios sociales, políticos y filosóficos (desde Rosa Luxemburgo hasta Hannah Arendt) y la intención de Von Heinz de mostrar, a través de una película cargada de tensiones y de elevado voltaje político, el retrato urgente de una Alemania actual también expuesta a cambios de fondo. Al menos eso es lo que algunos de los personajes de Y mañana el mundo entero expresan.
Hace exactos 40 años, Von Trotta ganó el León de Oro del Festival de Cine de Venecia de 1981 con Las hermanas alemanas. Allí, Jutta Lampe y Barbara Sukowa encarnan a dos mujeres que luchan por un mismo objetivo, la legalización del aborto, pero mantienen oceánicas diferencias en cuanto al método elegido para lograrlo. Una es periodista, la otra eligió pasar a la clandestinidad y sumarse a una organización terrorista. Cuando ésta es encarcelada, la primera siente de inmediato la necesidad de ayudarla más allá de esas distancias.
Y mañana el mundo entero también pasó por Venecia y compitió el año pasado por el León de Oro. El recuerdo también es inmediato, porque en la ciudad de los canales está en pleno desarrollo el festival de 2021. En la película de Von Heinz la protagonista se llama Luisa (personificada por Mala Emde), una joven de familia acomodada que estudia Derecho en la Universidad de Mannheim y de a poco, de la mano de su mejor amiga, se suma a las filas de una agrupación que reconoce como máximo objetivo lo que sus adherentes definen genéricamente como “lucha antifascista”. Ellos se dedican en acciones coordinadas a intervenir, boicotear e impedir actos de los partidos de ultraderecha que rechazan la presencia de extranjeros, se enorgullecen de la violencia con la que afirman sus posturas racistas y parecen inclinarse a partir de ellas a reivindicar ciertas conductas de los tiempos del nazismo.
Von Heinz pisa con esta película un territorio, el del thriller político, que el público argentino redescubrió casi por azar en las últimas semanas en los cines gracias a dos demorados estrenos firmados por autores de renombre. En J’Accuse, de Roman Polanski, y en A puertas cerradas, de Costa-Gavras, adaptados de sendos episodios de la realidad histórica, asistimos a una sucesión de comentarios y reflexiones sobre el activismo político, la toma de conciencia, la reacción frente a la injusticia, las prerrogativas que tiene el poder y una pregunta inquietante de connotaciones morales que se impone por sobre todas las demás: ¿cuán lejos está alguien dispuesto a llegar para alcanzar sus objetivos y cumplir con los ideales en los que cree?
A diferencia de las películas de Polanski y de Costa-Gavras, que se sostienen desde la palabra con personajes que dejan expuestas sus posiciones en interminables sesiones, encuentros, debates y conciliábulos, Von Heinz nos lleva al mundo de la agitación y la acción directa. El tiempo de la discusión, el análisis y la evaluación de causas y consecuencias aparece después de los hechos consumados, con el registro de daños a la vista.
Este enfoque plantea un camino bastante más arduo. Parece difícil en Y mañana el mundo entero encontrar espacios de diálogo capaces de evitar las posiciones maximalistas. En un momento de gran tensión, alguien observa frente a algunas incómodas derivaciones de las posturas más radicalizadas que la intención era “dañar cosas y no personas”. En el fondo ese planteo expresa el viejo temor de asumir y ejecutar comportamientos que terminan igualándose con lo que se pretende cuestionar. Cuesta a veces entender lo obvio: que en términos de extremismo político los opuestos siempre se tocan.
En la película de Von Heinz esas tensiones se muestran por lo general de un modo bastante elemental, ajeno a la complejidad que la trama impone. Están los que quieren llegar siempre un poco más lejos, convencidos de que a mayor violencia más eficaz es el resultado, y están también quienes saben que los propósitos buscados en un principio pueden perderse por completo si se superan ciertas líneas y prevenciones en cuanto a la acción directa.
Lo que sí consigue la realizadora, de manera intencional o no, es dejar a la vista que estas acciones de grupos urbanos integrados por jóvenes por lo general pertenecientes a familias de clase media y con acceso a educación superior funciona casi siempre como un fenómeno minoritario y marginal. Estos sectores reivindican (y practican) la vida en comunidad como velado homenaje a cosas que ocurrían medio siglo atrás, pero en momentos de necesidad no les queda otra que recurrir a la protección de sus padres y buscar refugio en ellos.
Uno de los personajes clave de la película, antiguo combatiente de grupos terroristas de ultraizquierda que ahora elige “vivir en paz”, expresa el desencanto de quienes ya saben que ir tan lejos no sirve para nada. Le toca al personaje de Luisa, en pleno siglo XXI, representar la renovada expresión de ese dilema mientras descubre el amor, cuestiona los valores de su formación, carga de conflictos su vida afectiva y empieza a hacerse preguntas sobre su futuro. Aunque esos interrogantes, que aparecen de manera velada en la conciencia de la joven protagonista, quedan impresos con más fuerza en quien observa la acción. Esta película, como todo thriller político, reclama un espectador activo y comprometido.
Si esa actitud se pone en juego, lo más probable es que el giro elegido en el final de la película por Von Heinz provoque muchos más rechazos que apoyos. No faltarán los cuestionamientos a una postura que simplifica las cosas y prefiere una definición más bien superficial y hasta irresponsable de lo que significa ser héroe. Lo que nadie mientras tanto puede negarle a Y mañana el mundo entero es el nervio y la intensidad con que se cuenta la vida de quienes eligen ponerse en los extremos de la discusión política. Interpretar las leyes desde ese cristal tiene consecuencias.
Quizás lo más interesante de esta película, que fue elegida el año pasado como representante de Alemania en la carrera por el Oscar, consista en marcar los límites a los que se expone hoy el thriller político como género cinematográfico. Puede ser útil verla a través del espejo de las otras expresiones recientemente estrenadas en la Argentina, firmadas por cineastas tan experimentados (y en su momento activos militantes de distintas causas) como Polanski y Costa-Gavras.
De esta manera pueden quedar a la vista, como disparadores de un debate que tiene todo para resultar atrayente y provocador, los alcances, las tensiones y los dilemas de un género que inevitablemente queda expuesto a vicios como la sobreexplicación, el didactismo y las visiones sesgadas. Y que en sus mejores expresiones también puede ayudarnos a sacar conclusiones sobre algunos de los grandes temas que se debaten en la actualidad. En estos casos suele quedar muy a la vista el anhelo de cambiar el mundo. Pero el desengaño puede ser muy alto si la idea es hacerlo ciegamente y a toda velocidad. Lo más probable es que se choque de frente contra aquello que se cuestiona.
Y mañana el mundo entero está disponible en Netflix
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