El terror, lo sobrenatural y la Cordillera, en un film inclasificable
Muere monstruo muere compitió en el último festival de Cannes y despertó comparaciones con la obra de David Lynch
Clasificar a Muere monstruo muere como una película de terror es tan cierto como insuficiente. Sucede lo mismo que con otros films de directores consagrados como John Carpenter o David Cronenberg, dos influencias claras en la película de Alejandro Fadel, que se estrenará mañana. Pero también en notables ejemplos de los últimos años, como En presencia del diablo o La bruja: todos ellos explotan la potencia y visceralidad del género, pero desde una fuerte impronta autoral que los hace trascender sus límites.
No hay gatos que saltan repentinamente de una ventana u otros sustos fáciles; aquí se trata de una construcción precisa de un universo, con sus tonalidades y sonidos, que se toma su tiempo para ir sumergiendo a los espectadores en una experiencia de oscuridad que va más allá de la trama. Sangre y vísceras son elementos presentes y esenciales en este film no apto para impresionables, pero el uso del gore está dictado por reglas propias e intenciones que no se quedan en solo provocar repulsión en el espectador (aunque también lo logren).
"Tenía ganas de coquetear con el terror, que es un género que siempre me gustó -dice Fadel a LA NACION sobre su película que participó del Festival de Cannes, dentro de la sección Un Certain Regard, y en la Competencia Internacional de Mar del Plata-. Sentía que cierto naturalismo se está apoderando del cine contemporáneo y me quería correr de eso. Le quería buscar la vuelta para que el cine siga teniendo ese lugar de magia, de invención, de llevarte a lugares que no conocés. Me interesan las películas que renuevan el género".
La trama se centra en una serie de asesinatos de mujeres investigados por un policía que tiene una relación con una mujer, cuyo marido se convierte en el principal sospechoso. Sobre todo eso, impera la amenaza de un monstruo del que mejor no explicar demasiado para no entrar en terreno de los spoilers.
La historia de la creación de Muere monstruo muere comenzó en las montañas de Mendoza, donde creció el director. Su mirada cercana y sus experiencias en aquel lugar le permitieron alejarse del exotismo y de los clichés de su belleza, viñedos incluidos, para convertirlo en el escenario de una trama violenta.
"Había una imagen alucinante, que es la laguna del Diamante, en San Carlos, donde está el volcán Maipo reflejado en la laguna -explica el director, quien antes realizó Los salvajes y El amor (primera parte), esta última en conjunto con Santiago Mitre, Martín Mauregui y Juan Schnitman-. Formaban dos triángulos perfectos. Pensé en la historia de un triángulo amoroso, ese volcán, que va a contar la historia de dos hombres y una mujer. Cuando esa mujer muere brutalmente y de una forma extraña, la película iba a empezar a contarse desde el reflejo de ese triángulo. Ese era mi pequeño esquema narrativo del que me agarré para escribir la historia. Partía de una certeza para entrar en terrenos más misteriosos".
Cuatro años de trabajo llevó darle forma al proyecto de la productora La Unión de los Ríos y conseguir financiación, mediante una coproducción con Francia mayoritariamente. También hubo una participación de Chile y apoyos de Huber Bals, de Holanda y World Cinema Fund, de Alemania, además de la Secretaría de Cultura de Mendoza. Muchos socios fueron necesarios para poder hacer una película cuya producción es tan ambiciosa como su propuesta narrativa y estética.
El rodaje, que duró ocho semanas, fue muy exigente físicamente para todo el equipo. Tuvieron que viajar 70 kilómetros hasta el set durante varios días y en ocasiones fue necesario picar hielo para poder llegar. Los actores estuvieron expuestos a la lluvia y frío. La naturaleza imponía sus condiciones, la necesidad de esperar una nevada que no llegaba o trabajar con una niebla inesperada. El director usó estas condiciones a su favor e incluso considera que sirvieron para que los actores trabajaran de otra manera, como si fueran "deportistas de alto riesgo".
Las actuaciones son uno de los aspectos esenciales en la construcción del universo fantástico de Muere monstruo muere, que también recuerda al cine de David Lynch. Un actor conocido del cine argentino actual como Esteban Bigliardi, a quien el director tuvo en mente desde que empezó a escribir la película, prueba su talento al hacer algo completamente distinto y caminar con firmeza por la fina línea a la que lo obliga un personaje complejo y misterioso.
Para completar el elenco se hizo un casting en Mendoza abierto a actores y no actores. En esa instancia encontraron a Tania Casciani, quien fue elegida para interpretar a Francisca, papel para el cual el director consideraba que necesitaba una actriz cuyo rostro fuera inolvidable. También apareció Víctor López, un actor que sorprende y es dueño de una voz muy particular.
"En una película que juega con los límites del lenguaje que viniera un actor que en su propio cuerpo, en su propia historia y su propia voz tuviera eso mismo que intentaba proponer el film es como esos regalos del azar que uno tiene que estar atento a que lleguen".
Ese juego con el lenguaje se presenta en los diálogos y la forma de hablar, que también tienen su particularidad y requieren una atención especial del espectador.
Además de los actores de carne y hueso, la película tiene un monstruo muy peculiar que contiene en su fisonomía, en particular su carácter sexual, lo simbólico y lo literal de su amenaza. El director no quería trabajar con un monstruo digital, así que construyeron uno práctico, con una combinación de maquillaje, un traje pesado y animatronics para los movimientos de la boca. Tenía seis motores y dos personas que lo controlaban por control remoto. Cuando llevaron al monstruo al set se volcó el camión que lo transportaba y tuvieron que subirlo 300 metros, una de las varias complicaciones surgidas de hacerlo de forma práctica en vez de digital. Al ver el film está claro que las dificultades valían la pena porque el monstruo tiene una presencia imposible de olvidar.
"Mi idea principal era que fuera un monstruo gordo, no quería que tuviera mito sino que fuera vacío -explica Fadel-. Pensaba en un pedazo de piedra que se había desprendido de la Cordillera y había ido tomando esa forma extraña. Pensaba que tenía que conjugar elementos humanos, sexuales y que a la vez sintieras que era parte de un paisaje prehistórico".
El miedo y las formas de su control en la sociedad contemporánea siempre fueron un eje en la película, según explica el guionista y director. No fue así con el tema de la violencia contra las mujeres, que tiene aquí un tratamiento desde lo fantástico y fue apareciendo como parte de la historia.
"La violencia de género la fui entendiendo de a poco y viendo cómo la película, que se despega del realismo, podía hablar de ciertas cuestiones contemporáneas desde un lugar corrido de eje -dice el director-. Es una película hecha por un varón y no pretende ser de denuncia. Pero me parecía que sí hablaba de cierta formas de poder que son históricamente masculinas".
Muere monstruo muere es de aquellas películas pensadas para la experiencia de la sala de cine, situación que potencia la atmósfera pesadillesca que propone, construida a partir del notable trabajo de fotografía de Julián Azpeteguía y Manuel Rebella y del diseño de sonido a cargo de Santiago Fumagalli. La oscuridad, la pantalla gigante, el sonido y la convivencia con otros espectadores aumentan el impacto sensorial del film, que apunta a generar miedo, pero también a provocar una reflexión sobre él.
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