El señor de los anillos: la película que le dio prestigio a la fantasía y cambió Hollywood para siempre
Con grandes avances tecnológicos y el primer uso de la IA en el cine, la trilogía dirigida por Peter Jackson, que cumple 20 años, fue un parteaguas en el Séptimo Arte de masas
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Decir que la trilogía fílmica El señor de los anillos –se cumplen en estos días los 20 años del estreno de El retorno del rey, su tercera parte– lo “cambió todo” parece exagerado. Pero no lo es; como otros proyectos faraónicos en la historia del cine, modificó las reglas del negocio y abrió un campo por mucho tiempo inexplorado: el de la fantasía en imagen fotorrealista. Puede decirse que el cine de los 80, con su mezcla desaforada de géneros y tonos, la hazaña tecnológica de Jurassic Park con la imagen digital, o el desarrollo de la bullet-camera para Matrix habían hecho lo mismo. También que las películas de superhéroes -notablemente el Spider-Man de Sam Raimi- habían puesto a punto la maquinaria indispensable. Pero para que el cine se volcara definitivamente a lo maravilloso, todavía faltaba algo: el prestigio. Sin El señor de los anillos, la historia de las películas que hoy son centrales para el arte masivo habría sido diferente.
Quien haya leído las más de 1500 páginas de la novela de J.R.R. Tolkien coincidirá en dos cosas: requiere una película y es dificilísima de adaptar. No porque sea vaga o poco precisa sino por lo contrario: la Tierra Media, ese universo medieval en el que transcurre la historia, está descripta con tal detalle que un pequeño error en el paisaje causaría ira en los seguidores. Y el problema es que los fans de El señor... se cuentan, desde mediados de los 60, por cientos de millones. Además la novela tiene por lo menos 50 personajes centrales o importantes, muchísimas locaciones, requiere gigantescos recursos en efectos especiales y posee escenas épicas, que demandan mucho trabajo. Es decir, muchísimo dinero.
Disney alguna vez tuvo los derechos de El Hobbit, la primera novela de Tolkien. Pero Tolkien -lo dice en las cartas- odiaba a Disney, que quería usar al personaje para que despertara a una valquiria en un corto de una no realizada Fantasía II. Luego, el editor de ciencia ficción y productor de cine Forrest J. Ackerman convenció a Tolkien de que fuera un dibujo animado realista. Tolkien se entusiasmó hasta que vio el guión donde, para ganar tiempo, todos los viajes se hacen a lomo de águila. El escritor lo hizo puré. Stanley Kubrick quiso adaptarla con Los Beatles. Pero no es difícil imaginar qué pensó el profesor Tolkien, que aborrecía el mundo moderno. Finalmente lo convencieron a John Boorman y su guionista, Rospo Pallenberg, para hacer una película de tres horas, de acción en vivo. Llegaron a hablar. Costaba fortunas. Frodo y Galadriel tenían sexo. No se hizo y Tolkien falleció en 1973, tras vender los derechos cinematográficos para asegurar un fondo de dinero a sus nietos.
Versiones previas
En 1979, el dueño de los derechos, Saul Saentz, estrenó una versión animada y con secuencias en vivo dibujadas encima (rotoscopía se llama) a cargo de Ralph Bakshi (Fritz el Gato, Tránsito pesado), adelantado de la animación para adultos. Hizo bastante dinero pero no lo suficiente como para que se continuara la historia, que termina en la mitad exacta de la novela (el Abismo de Helm, para los fans). Hay una de El retorno del rey hecha para TV, con canciones y todo. Es tan fiel al libro como Mesalina a Claudio, salvo una secuencia: la muerte del Rey Brujo a manos de Éowyn. Pero sin el film de Bakshi, un joven nerd llamado Peter Jackson no hubiera sabido de Tolkien. Tras ver la película, ansioso por conocer el final del cuento, leyó los libros. Y se enamoró de la Tierra Media, además de sentirse él mismo un hobbit. Como Tolkien, ni más ni menos.
Es 1995. Ya hay buenos efectos especiales, que además mejoran día a día. Hay computadoras y Peter Jackson es reconocido como cineasta importante, el primero de Nueva Zelanda. Jackson había hecho una genialidad llamada Criaturas celestiales, saludada en cuanto festival y muestra se presentase y, de paso, descubierto a una tal Kate Winslet. Y entonces, después de su film de terror cómico Muertos de miedo, realizado en Hollywood, fue a por más. Con su esposa Fran Walsh, pensaron en hacer una película de fantasía, pero todo llevaba a Tolkien. Ergo, decidieron hacer El señor de los anillos y fueron a hablar con los hoy desgraciados hermanos Weinstein, de Miramax, que le habían comprado los derechos a Saul Saentz. Los Weinstein, antes de ser famosos por cubrir los crímenes sexuales de Harvey, eran famosos por la dureza para los negocios. Jackson les propuso tres películas: una con El Hobbit y dos con El señor... Empezó a trabajar en el proyecto, pero la maraña de los derechos resultó en que Miramax no tenía los de El Hobbit y no se quería arriesgar. Entró el sello New Line, que necesitaba un gran éxito. Aceptó meterse en el proyecto con la condición de que fuera una trilogía. Jackson y Fran Walsh cantaron bingo: hacer todo tal cual el libro (dividido en tres tomos, cada uno con un título diferente, por pedido de los editores, pero una sola cosa en realidad). Y se empezó.
Números siderales
Aquí viene el primer gran avance y concepto: Jackson quería filmar todo de una sola vez y, después, postproducir una película por año. Implicaba un gasto de más de 200 millones de dólares, entonces el proyecto más caro de la historia. Pero si se dividía en tres películas, resultaba barato: el sistema de hacer todo de una vez implicaba un casting dispuesto a pasar un año yendo y viniendo de Nueva Zelanda y tener todo el diseño de producción listo y en funcionamiento. Jamás se había hecho algo así. New Line aprobó. Pero había un pequeño problema: la novela presentaba batallas tremendas y fantásticas, con hombres, orcos, elfos, elefantes gigantes, trolls, bestias aladas y ciudades de piedra. El problema no eran los escenarios (maquetas), ni los primeros planos o planos medios (maquillajes) sino la masas en combate. Jackson tenía su compañía de efectos digitales, Weta, y ahí se creó un programa que combinaba diseño de criaturas digitales con IA (el primer uso de inteligencia artificial en la historia del cine), que hacía que cada orco o soldado interactuara diferente respecto de lo que podía tener al lado. Ese programa, llamado Massive, logró que las batallas tuvieran un realismo inconseguible de otro modo. Su aplicación en la industria fue un cambio copernicano. Entre los cientos de películas que lo usaron, figura por ejemplo la ganadora argentina del Oscar El secreto de sus ojos: la hinchada en el gran plano secuencia es digital y fue generada con Massive.
Pero hubo otro grandísimo avance tecnológico: la sofisticación de la captura de movimiento, eso de que un actor se mueva lleno de cables y, en la pantalla, aparezca como un ser diferente. Gollum, uno de los grandes personajes del libro (seguro el más complejo y el más “moderno”) se generó así y logró, además, registrar la actuación extraordinaria de Andy Serkis, que hoy es experto en hacer personajes en motion capture: fue el King Kong de la adaptación de Jackson del clásico, y es César, el chimpancé protagonista de la saga El planeta de los simios, además de Snoke, el villano del Episodio VII de Star Wars. Serkis, la precisión de Jackson y la tecnología permitieron crear un personaje humano, conmovedor y temible como nunca antes en el cine con la ayuda de las computadoras.
El elenco de El señor de los Anillos fue difícil de completar. Gandalf fue propuesto a Sean Connery, que no aceptó. Aragorn fue Stewart Townsend. Pero Jackson descubrió en el set que era demasiado joven para el personaje (tenía 27 años) y fue reemplazado por Viggo Mortensen, de 41, que fue convencido por su hijo para aceptar el rol. Anthony Hopkins casi fue Saruman y casi fue Gandalf, aunque no hubo dudas con los hobbits ni con la Galadriel de Cate Blanchett. El rodaje funcionó bastante bien, una vez que todo el mundo estuvo a bordo. Pero hubo bastantes problemas a la hora de distribuir, Jackson trabajó a destajo en la postproducción y dejó un promedio de 40 minutos afuera en cada película -que se pueden ver en las versiones extendidas: tanto las copias de estreno como las especiales están en HBO Max. Y mucho mayor con El retorno del rey (cuyo sonido se terminó de ensamblar un día antes de la premiere mundial), que tiene la escena más difícil de filmar y el corte que casi termina en pelea.
Memoria emotiva
El corte es la muerte de Saruman (Christopher Lee). En cines, ese momento no se vio y era la única escena de la tercera película en la que participaba el venerable actor inglés. Lee se enojó con Jackson, pero recuperó su rol en las adaptaciones de El Hobbit. Y esa escena dio pie a una anécdota un poco mórbida: Saruman es apuñalado por la espalda por Lengua de Serpiente (Brad Dourif). Jackson quiso explicarle al actor cómo debía reaccionar, pero Lee le dijo “no, mire, es de este modo: una exhalación repentina. Lo sé porque maté a varios así”. Lee había sido espía británico en la Segunda Guerra Mundial y tenía perfecto conocimiento de cómo moría un hombre apuñalado por la espalda. Memoria emotiva, dirían.
La escena más difícil de filmar, rodada a la mitad de la producción, es la despedida de Frodo en los Puertos Grises. Es decir, el final de la película. Todos los hobbits abrazan al héroe y lloran. El rodaje duró un día entero; era difícil mantener la emoción, para colmo cuando todavía los personajes no habían hecho “lo más difícil”. El desgaste emocional de ese día, lleno de llantos forzados, fue tremendo, pero se logró. No, no se logró: en la pausa del almuerzo, Sean Astin (Sam) olvidó ponerse una pieza de su vestuario y Jackson lo descubrió recién al ver las tomas por la noche. Cuando Astin, Elijah Wood, Dominic Monahan y Billy Boyd (Sam, Frodo, Merry y Pippin, respectivamente) llegaron al set, supieron que había que volver a rodar. Salió bien, pero por la noche, Jackson descubrió que todo estaba fuera de foco. Así que hubo un tercer día de llantos y abrazos y despedidas, más agotador todavía. Cuenta Billy Boyd que hicieron un esfuerzo sobrehumano para no reírse en varias de las tomas, porque ya no se podían emocionar más y odiaban con saña la maldita secuencia.
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