El rodaje de Moby Dick, entre un director obsesionado y un protagonista al borde de la muerte
"Moby Dick fue la película más difícil que he hecho en mi vida". Con esta frase John Huston inaugura el extenso capítulo que le dedica a su monumental epopeya en A corazón abierto, su libro de memorias. Su obsesión con la obra de Herman Melville tenía las mismas dimensiones que la del capitán Ahab con la monstruosa ballena blanca que surcaba los mares de su propia imaginación. En esa cruzada no solo embarcó a su equipo técnico y a sus actores sino que transitó diversas locaciones hasta que encontró en las costas de las Islas Canarias el escenario ideal para aquella inolvidable batalla entre dos mundos. El desafío que supuso Moby Dick para el director fue mucho mayor que cualquiera de sus otras aventuras de adaptación literaria, recurso dominante a lo largo de toda su obra. Dashiell Hammett, Flannery O’Connor, Malcolm Lowry, James Joyce, Carson McCullers, todos autores que nutrieron la creación cinematográfica de Huston a lo largo de su prolongada carrera. Hasta se animó a filmar la Biblia en un atisbo de personalidad incomparable. Sin embargo, fue la venganza incansable de ese capitán de pata de palo y voluntad de hierro la que lo obsesionó y lo condujo a enfrentarse a vientos y tempestades, a riesgos y delirios que harían de Moby Dick su empresa más arriesgada.
"He oído decir a varias personas que habían leído Moby Dick cuando eran niños. Esto los define instantáneamente como mentirosos. Nadie que no tenga por lo menos quince años –y que sea muy maduro para su edad- podría enfrentarse a esas páginas. Trasladar una obra de esa magnitud a un guion fue una empresa abrumadora. Considerándolo retrospectivamente, me pregunto si es posible hacerle justicia a Moby Dick en el cine". Huston, quien fue guionista en sus inicios en Hollywood y participó de todos los libretos de sus películas, necesitaba el justo colaborador para esa ardua tarea. Para entonces, Ray Bradbury ya había publicado varios libros, entre ellos sus famosas Crónicas marcianas, y Huston estaba convencido de que su obra exudaba esa misma cualidad elusiva que había definido a la de Melville. La inagotable imaginación de Bradbury y la original extrañeza de su escritura chocaban con su consistente pavor a las cosas más mundanas, como la velocidad de un auto o las comidas desconocidas. Esa excentricidad del personaje llamó tanto la atención del realizador como para convertirlo en el mediador ideal con el mundo de Melville, preñado de sus propias extravagancias.
Antes de comenzar el rodaje, Huston pidió a la Moulin Productions –el estudio británico que finalmente se animó a ponerse a la cabeza de la producción- la realización de una serie de dibujos de todas las escenas en las que aparecieran ballenas, desde la caza normal y el arponeo, hasta el avistaje de Moby Dick, la persecución final y la muerte de Ahab. Los dibujos, realizados por el prestigioso director de arte Stephen Grimes –que entonces trabajaba como dibujante para la Disney en Londres- permitieron definir qué escenas se rodarían en estudio, cuáles con ciclorama (el antecedente cilíndrico de la actual pantalla verde) y aquellas que requerían tanques de agua o directamente mar abierto. "El trabajo de preproducción –recuerda Huston- lo hicimos en Madeira, donde los balleneros portugueses seguían cazando desde lanchas abiertas exactamente igual que lo habían hecho por generaciones. Después filmamos varias escenas en interiores en los estudios Shepperton, cerca de Londres, entre ellas la primera noche de Ishmael (Richard Basehart) en la posada y el sermón del padre Mapple, una interpretación magistral de Orson Welles. Orson estaba tan cercano a la perfección que me hizo sentir optimista respecto al resto del rodaje. Me equivoqué".
El entusiasmo de Huston tenía razones de peso: el guion estaba ajustado, pese a las insistentes lecturas de Bradbury de la obra de Melville para asegurarse de su correcta "interpretación" –su posterior novela Green Shadows, White Whale recoge en clave ficcional ese arduo proceso de escritura-; Orson Welles había escrito sus propias líneas y, con ayuda del brandy, había dado lo mejor de su personalidad al clérigo; y la compañía de aviones De Havilland había realizado un modelo de ballena mecánica que resultaba prometedor y estaba listo para poner en el agua. Sin embargo, apenas comenzó el trabajo en los gigantescos tanques acuáticos aparecieron los primeros problemas. "Ninguna de las ballenas mecánicas resultó satisfactoria. En el taller se movían bien sobre sus soportes, pero cuando las poníamos en el agua su comportamiento cambiaba radicalmente. La mayoría de ellas se iban directo al fondo", señala el director respecto a los primeros contratiempos. Filmadas en unos estudios en las afueras de Londres, las escenas en los tanques además tuvieron que lidiar con las sombras de los árboles de una propiedad lindante, la crudeza de ese invierno de 1954 y los intentos del estudio de ahorrar dinero en piezas claves de la producción.
Un ejemplo de ello fue el equipamiento del navío del capitán Ahab. Cuando se inició el rodaje de las escenas de la ballena blanca, en el puerto de Fishguard de Gales, el estudio compró una embarcación que en ese momento se utilizaba de acuario y atracción turística en la costa de Yorkshire. Tenía 340 metros, casco de madera y tres mástiles, y en un astillero inglés se le añadió una cubierta de popa elevada. Para ahorrar presupuesto, se le colocó un motor demasiado pequeño para el peso del casco y el estudio insistió en ponerlo donde costaba menos: bajo la cubierta de popa. Ello originó que emitiera un ruido constante que se convirtió en una pesadilla. "La cubierta de popa elevada nos convertía en juguete de los vientos, los cuales nos llevaban de acá para allá hasta el punto de que a veces estábamos casi girando en redondo. Y como era preciso mantener los motores en marcha para poder avanzar, era imposible grabar el diálogo debido al ruido. Era una cosa detrás de la otra", se lamentaba el director. Huston, además, tuvo sus propios altercados con el capitán que comandaba el barco. Bajito pero furibundo, quien gobernaba la embarcación parecía querer dirigir la película a golpes de timón y malos humores. Finalmente el director decidió reemplazarlo por Allan Villiers, capitán de buques de vela y autor de varios libros sobre náutica, que fue el mejor auxilio cuando el clima comenzó a desplegar su furia.
Los vientos y las tormentas que sacudieron a la costa de Gales en los meses del rodaje casi ponen punto final a la temeraria odisea de Huston en alta mar. Varias lanchas se hundieron, el capitán Villers salvó al barco de Ahab de estrellarse contra las rocas, y varios de los técnicos corrieron grave peligro de ahogarse o verse arrastrados por el traicionero oleaje. Pero el problema mayor era preservar las ballenas de plástico que representaban a Moby Dick: medían 270 metros de largo y se sumergían o salían a la superficie de acuerdo con la velocidad con la que fueran remolcadas. Eran caras, costaban entre 25 y 30 mil dólares cada una, y estaban hechas de acero y madera y recubiertas de látex. "Perdimos dos. Iban tiradas de cables de nylon de cinco centímetros, pero la fuerza de las olas era tan grande que cuando un cable flojo se tensaba de repente, saltaba como la cuerda de una guitarra. La última ballena que perdimos fue avistada por un buque de línea, el cual informó que era un peligro para la navegación. Creo que finalmente se estrelló contra un dique frente a las costas holandesas".
A la odisea de las ballenas perdidas se sumaron los accidentes del elenco: Leo Glenn se lastimó la espalda al caer desde seis metros sobre una lancha y luego contrajo neumonía, por lo que debió pasar dos semanas en el hospital y seis enyesado; tres técnicos se salvaron de milagro al derrumbarse los mástiles de una embarcación mientras Huston filmaba planos generales; Richard Basehart se quebró el tobillo mientras saltaba a un bote; y Gregory Peck se dislocó la rodilla. La llegada imprevista de los socios productores de los Estados Unidos (el estudio en coproducción con Moulin Productions era la Warner Brothers) fue decisiva para trasladar el rodaje a una zona con clima más benigno. Las Islas Canarias se convirtieron en el nuevo destino y el rodaje de Moby Dick revolucionó en esos días próximos a la Navidad a la pequeña ciudad de Las Palmas de la Gran Canaria. Con la participación de carpinteros locales, y la asistencia de innumerables curiosos, se construyó una tercera réplica de la ballena imaginada por Melville, la blanca esfinge que quedaría inmortalizada en el epílogo de la película.
Para los lugareños fue todo un acontecimiento y varios recordaron la experiencia durante mucho tiempo. El periodista español Luis Roca Arencibia recoge varios testimonios en un extenso homenaje sobre aquel tiempo: "Debían ser unas cuarenta personas entre técnicos y actores, las primeras que llegaron. Mi labor consistía en coordinar los traslados de los taxis asignados al director y actores principales –recuerda Antonio Quevedo, que tenía 23 años entonces-. Casi todo el equipo se alojó en el hotel Parque, en la zona de Triana, junto al antiguo muelle de Las Palmas. Sólo cuatro lo hicieron en el hotel Santa Catalina: los actores principales, Gregory Peck, Leo Genn y Richard Basehart; y el director, John Huston". Carmen Zumbado, entonces vecina del barrio marinero de La Puntilla y luego figura clave de la distribución y exhibición del cine de Canarias, recuerda que cada día veía pasar a Gregory Peck por delante de su casa, que daba a la playa. "Iba a pie y a veces con la pata de palo que llevaba en la película. Yo me asomaba al balcón y le gritaba ‘¡Gregory! ¡Gregory!’ Siempre me devolvía el saludo".
La escena más compleja de la película era aquella en la que el capitán Ahab finalmente lograba subir al lomo de Moby Dick, aterido por las olas heladas y enredado en las cuerdas de los arpones. Huston insistió en que debía hacerla Gregory Peck, no podía reemplazarlo un doble debido a los primeros planos. Pero como señaló su hija Anjelica Huston, su padre tenía una "vena ruin" que muchas veces lo llevaba a poner en peligro la vida de su equipo por algún capricho. Así, Peck se vio atado a la enorme maqueta de látex que giraba enloquecida al ritmo de los vientos y el oleaje, sumergido una y otra vez casi hasta la asfixia. Huston, que ya se había internado en ese monstruoso cuerpo plástico para evitar su extravío, ahora emergía de sus fauces para tragarse a su actor con sus enloquecidas directivas, con esos mismos delirios que conducían a Ahab hacia su destino final. "Durante todo el tiempo las máquinas de viento rugían y caían torrentes de agua mientras Greg se sumergía una y otra vez, para que pareciese que las gruesas cuerdas de los arpones envolvían su cuerpo, atándolo a su enemigo mortal. (…) El peligro estaba en que el mecanismo se estropeara mientras él estaba bajo el agua. Todos contuvimos el aliento..." Peck ya había soportado otra escena en la que, tras el corte de un cable, se internó en el mar y logró salir nadando, sin que nadie lo advirtiera dentro de la espesa niebla. Pero ahora el riesgo era mayor, ya que cualquier falla lo hubiera sumergido para siempre. "Podría haber resultado muerto –contó en una entrevista que recoge el biógrafo Donald Spoto-, cosa que creo que en el fondo le habría encantado a John. Le hubiera proporcionado el toque de realismo que siempre buscaba".
Cuando Moby Dick se estrenó en 1956, Huston fue celebrado como director con premios y buenas críticas, mientras Peck sufrió el destrato de gran parte de la prensa. El imaginario popular veía a Ahab como un veterano monstruoso y obsesivo, un fantasma que deambulaba por la cubierta dando golpes con su pata de palo y anunciando una venganza que sería su gloria y su tumba. El mismo cineasta lo había imaginado así cuando pensó que su padre, el inolvidable Walter Huston, podía ser el actor ideal para encarnarlo. Como finalmente su padre moría unos años antes de lograr dar luz verde al proyecto, pensó en Orson Welles, pese a los rumores de su indisciplina y lo reparos que existían para convertirlo en el sostén de la película. La elección de Gregory Peck vino presidida por la exigencia de la Warner de poner al frente a una estrella, alguien que pudiera hacer atractiva una película sombría, sobre un loco que persigue a una ballena y sin ningún romance a la vista.
Peck siempre creyó que no estaba a la altura del personaje. Que el texto de sus diálogos era demasiado literario, que su figura era demasiado inconsistente, que la dirección de Huston se había concentrado en la ballena y el barco, dejándolo de lado. Sin embargo, el mismo Huston fue quien comprendió que el tiempo haría justicia a su interpretación y que ese rostro de apariencia afable también podía encarnar la incansable aventura blasfema que había soñado Melville. "Yo, personalmente, creo que Gregory Peck le confirió al personaje una magnífica dignidad. La obsesión de Ahab se nos revelaba por medio de palabras pronunciadas en voz baja, de una intensidad trastornada y controlada en el pensamiento y en la acción, como si su alma hubiera sido traspasada por un rayo que le había secado de la coronilla al talón. (...) Lo que mucha gente había visto en la primera versión de Moby Dick con Barrymore les indujo a esperar un Ahab de gestos enloquecidos y mirada fija: eso no estaba en Melville. Ahora la película está siendo justamente valorada y Gregory Peck recibe el aplauso que siempre mereció".
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