El rodaje de Atrapado sin salida y el nacimiento de una de las villanas más emblemáticas del cine, Mildred Ratched
Atrapado sin salida está de vuelta. No solo porque en noviembre se cumplen 45 años de su estreno en Estados Unidos sino porque Ryan Murphy ha decidido reinventar en su nueva serie para Netflix a uno de los personajes más emblemáticos de la película de Milos Forman: la enfermera Ratched.
Interpretada ahora por Sarah Paulson, que da vida a sus años de juventud en la inmediata posguerra, Ratched resurge como un extraño mito del cine de terror. En Atrapado sin salida, el impasible rostro de Louise Fletcher, coronado con su gorrito blanco, asomaba como una silueta espectral tras el vidrio de la enfermería de un psiquiátrico de Oregón, aquel en el que la rutina diaria se veía alterada por la llegada de un nuevo paciente: RP McMurphy (Jack Nicholson).
Ese duelo de miradas entre Fletcher y McMurphy, que Forman registró con soltura y astucia, se convirtió en uno de los mejores retratos de los años de Vietnam, de las tensiones entre el individuo y el sistema que lo contiene, entre los gritos de la locura y el silencio de su cura. Ratched desde entonces emergió como una villana inolvidable, nombrada como la segunda más terrorífica después de la Bruja del Oeste de El mago de Oz por el American Film Institute, figura de culto que trascendió a la película y a la novela original de Ken Kesey y se convirtió en parte de la cultura popular.
Un productor novato, un director deprimido
¿Pero cómo se gestó aquella película? ¿Cómo llegó al cine de la mano de un cineasta que había filmado los amores adolescentes de una joven obrera en la rural Checoslovaquia, que había irritado a la censura con su irreverente ¡Al fuego, bomberos!, que esperaba en el silencio del exilio en un hotel de Nueva York? ¿Cómo pudo filmarse la exitosa novela de Kesey luego de pasar por Broadway, de buscar elenco y financiamiento durante más de una década sin encontrarlo? Todo comenzó con la iniciativa de Kirk Douglas, quien compró los derechos de la novela y protagonizó la versión teatral a comienzos de los 60, reservándose el papel de McMurphy. La obra fue un éxito y Douglas intentó durante largos años convertirla en una película pero nunca llegó el momento. Por ese entonces, su hijo, un joven Michael Douglas, estudiaba en la Universidad de Santa Bárbara y se había vuelto muy activo políticamente en plena era Vietnam. "Me encantó el libro", cuenta en una extensa entrevista con The Guardian realizada hace algunos años. "Era una historia brillantemente concebida sobre el enfrentamiento entre un hombre y el sistema. Nunca pensé que me convertiría en productor pero le dije a mi padre: ‘Dejame hacerme cargo’".
Y así fue que el novato Michael Douglas se hizo cargo de la producción junto a Saul Zaentz, el dueño de la compañía discográfica Fantasy Records, y ambos comenzaron a buscar guionistas para la adaptación. "Nuestro primer guionista, Lawrence Hauben, me introdujo en el trabajo de Milos Forman", continúa Douglas. "Descubrí que ¡Al fuego, bomberos! tenía todas las cualidades que estábamos buscando: suponía un universo cerrado en el que Forman había sido capaz de manejar una galería de personajes dispares, enlazando sus historias con virtuosos malabarismos". En ese entonces, Milos Forman vivía en el Hotel Chelsea de Nueva York, luego de abandonar Checoslovaquia tras la invasión soviética en los días de la Primavera de Praga, y atravesaba un serio estado depresivo. "Se decía que no abandonaba el hotel, que enviaba a un amigo checo a consultar un psiquiatra en su nombre, pero lo cierto es que voló a California para entrevistarse con nosotros", recuerda Douglas.
El guion todavía estaba en proceso y la participación de Kesey en la adaptación se había vuelto conflictiva. El autor de la novela insistía en que la película debía preservar el punto de vista del Jefe Bromden, un paciente de enorme estatura y raíces indígenas, que se hace pasar por sordomudo y que oficia de narrador de la historia. Pero Douglas y compañía rechazaron la idea, creían que la figura de McMurphy era la más atractiva y la historia debía estar concentrada en la dinámica del hospital a partir de su llegada. A Kesey no le cayó en gracia esa decisión e inició una disputa judicial que se extendió más allá del estreno de la película. Para Douglas fue la nota triste de toda aquella experiencia, motivada por el irascible ego del escritor. Finalmente se sumó Bo Goldman para la revisión final del guion, que recuperaba varias de las ideas de la versión teatral, y la producción se puso en marcha.
Fue Hal Ashby, uno de los primeros nombres que se barajaron para la silla de director antes de inclinarse por Forman, quien sugirió el nombre de Jack Nicholson para interpretar a RP McMuphy. Esa interpretación -que terminaría siendo decisiva en su carrera no solo porque le valió el Oscar como mejor actor sino porque modeló su figura a futuro-, fue difícil de vislumbrar inicialmente para Douglas. "Fue difícil imaginarlo en el papel al comienzo, porque nunca había interpretado un personaje semejante. Tuvimos que esperarlo seis meses por sus compromisos laborales, pero aquello resultó una bendición porque nos permitió armar el mejor elenco".
Nicholson había sido el rostro rebelde de las películas de Bob Rafelson, el detective desencantado de Barrio Chino, y acababa de encarnar al reportero existencialista de El pasajero, de Michelangelo Antonioni. McMurphy concentraba en su ambigüedad el enigma de la película, el delincuente condenado por abuso que esquiva el trabajo en la cárcel, el libertario que lucha por ver un partido de béisbol y disfrutar del sexo y la pesca, pero también la máscara de la tragedia, el peso definitivo de un sistema opresivo y asfixiante. Elegir bien McMurphy era esencial para los productores, saltar a ese abismo que era la garantía del éxito o del fracaso definitivo.
Actores y pacientes
Después llegó la odisea de elegir a todos y cada uno de los pacientes del hospital y de los médicos y directivos. La primera elección y la más evidente fue la de Danny DeVito como Martini, uno de los internos del psiquiátrico: DeVito era uno de los mejores amigos de Michael Douglas, compañero de cuarto en sus años estudiantiles, y ya había interpretado a ese personaje en una versión teatral del off Broadway en 1971. Luego vinieron los demás.
"Encontré a Will Sampson, quien interpretó al Jefe Bromden, a través de un concesionario de autos usados de Oregón con el que viajé en un avión. Resultó ser que su padre era un nativo americano y había vendido muchos autos a la comunidad. Le dije que estábamos buscando a un tipo grande para interpretar al Jefe y, seis meses después, recibí una llamada: "¡Michael, el otro día entró a la concesionaria el indio más grande que hayas visto en tu vida!’". Además de William Redfield como el neurótico Harding –el actor murió 18 meses después del rodaje de leucemia-, Christopher Lloyd como el monumental Taber o el genial Brad Dourif como el trágico Billy, el resto del reparto y los extras resultaron ser personal del hospital o pacientes psiquiátricos que se integraron al equipo de la película.
"Una de las decisiones más delirantes que tomamos junto a Saul [Zaentz] fue filmar en un verdadero hospital psiquiátrico de Salem, en Oregon, durante el mes de enero, cuando se hacía de noche a las tres de la tarde. Fue todo un riesgo para el director médico, Dan Brooks, quien terminó interpretando al doctor Spivey en la película, el médico que entrevista a McMurphy en varias ocasiones. Él fue quien quiso incorporar a los pacientes al elenco, y de hecho varios de ellos también terminaron colaborando en otras áreas. Tuvimos a un piromaníaco trabajando en el departamento de arte", explica Michael Douglas. Forman coreografiaba la dinámica de las sesiones de terapia o de las disputas en el partido de cartas a partir de tres cámaras, dos que permitían el juego de plano y contraplano y una tercera que flotaba en la escena, capturando expresiones y gestos imprevistos. La composición de esas escenas, como luego ocurrió en el partido de básquet en el patio, permitía sostener esa frescura inusual en la dinámica, sumada a las improvisaciones que definían en trabajo de Nicholson.
"Como Milos [Forman] nunca permitía que sus actores vean la filmación del día, Jack [Nicholson] comenzó a tener dudas sobre su actuación. El elenco también empezó a perder la confianza en Milos, agitados por Haskell Wexler [el director de fotografía], que quería una carrera como director. Entonces le dije a Milos: ‘Tenés que mostrarle algo a Jack’. Así lo hizo y todos se dieron cuenta de que la película estaba por buen camino. Finalmente tuve que despedir a Haskell porque la tensión se había tornado insoportable: era él o Milos", asegura Douglas. Los ensayos en el hospital de Salem, los rodajes cortos por las pocas horas de luz durante el día, la construcción de la compleja dinámica entre actores y pacientes, que requería interacción durante las horas de almuerzo y que algunos miembros del elenco pasaran la noche en las habitaciones vacías de la institución, enriquecieron el resultado final pero extendieron el presupuesto y los tiempos de filmación.
"Nos pasamos de presupuesto y de calendario, pero Saul tuvo el coraje de financiarlo aún más allá de los 2 millones que habíamos proyectado inicialmente. Sus socios me acusaron de despilfarrar el dinero pero nosotros sabíamos que habíamos tomado las decisiones adecuadas para la película", recuerda Douglas. Forman inicialmente pensó en un montaje vertiginoso para las escenas de la terapia, que permitiera concebir esas disputas entre Ratched y McMurphy como una guerra interior. Sin embargo, en el corte final decidió agregar fragmentos de los rostros de los otros internos, miradas capturadas al pasar, pequeños detalles que daban a las escenas el ritmo de una creciente sinfonía, que permitía a los espectadores conocer y comprender a los personajes, integrarse a ese microcosmos. La disputa por los votos para ver el partido de béisbol resulta entonces el preámbulo de la escena en la que Cheswick (Sydney Lassick) exige la devolución de sus cigarrillos y desata el caos final. Forman aplicó las mismas coordenadas de su retrato del cuartel como termómetro del caos social en ¡Al fuego bomberos! para recrear la mirada sobre la opresión de un sistema que ofrece su mejor presencia en la imagen tras el vidrio de la enfermera Ratched.
El rostro del sistema
Louise Fletcher había sido una actriz de televisión en los años 50 y 60, en series como Maverick, Los intocables y Perry Mason. Luego se había retirado durante más de una década y regresó en Los delincuentes (1974), de Robert Altman, en la que Milos Forman la descubrió.
"Milos revisó la película de Altman para ver si Shelley Duvall era adecuada para el rol en Atrapado sin salida y entonces preguntó quién era yo", recuerda Fletcher en diálogo con The Guardian. "Tuvimos cuatro entrevistas a lo largo de casi un año hasta que finalmente me dio el papel de la enfermera Ratched". Fletcher firmó el contrato para participar apenas una semana antes de iniciarse el rodaje y luego se enteró de que le habían ofrecido el papel a varias actrices, entre ellas a Anne Bancroft, Jane Fonda, Faye Dunaway y Geraldine Page. "Convertir a Ratched en una persona real no fue un trabajo sencillo. No hay muchos indicios de su vida en la novela, a diferencia de lo que ocurre con McMurphy. No quería convertirla en un monstruo, quería que fuera una persona real inmersa en esas circunstancias. Tomé como clave el uso indebido del poder, tan en boga en aquellos años luego de la renuncia de Nixon en el marco del Watergate".
Ratched resulta la mejor representación del sistema: impersonal, invisible, implacable. Su presencia tras el vidrio de la enfermería o su silueta proyectada en la ventana del edificio delinean su liderazgo, su presencia ubicua, el ejercicio de un control cuyo fundamento radica en la convicción de portar las mejores intenciones.
"No llevaba maquillaje, salvo un toque de vaselina en los labios y el pelo recogido bajo la cofia. Antes de comenzar el rodaje observé la rutina de los pacientes, la dinámica de los grupos de terapia y junto a Jack vimos una sesión de electroshock que fue muy impresionante".
Si la novela de Kesey, como señaló la crítica Pauline Kael, contenía "la esencia profética de cómo la política revolucionaria se tornaba psicodélica", la película de Forman conseguía modelar en el impávido rostro de Ratched el conformismo de una sociedad que se tornaba imperceptible. Más allá del retrato de la locura, a veces cuestionado como lineal o simplista, el gesto duradero de la película fue poner en tensión un sistema que se había tornado absurdo e inhumano. Un delincuente como McMurphy sacudía, pese a su derrota, los cimientos de una ingeniería social cuya brutalidad era la única posible civilización. Entonces Ratched resultaba la villana por excelencia, contenida en una burocracia prolija como su informe, que causaba un horror mucho más profundo que el inspirado por los monstruos de los cuentos infantiles.
Pese a que al comienzo le costó encontrar distribuidor, Atrapado sin salida tuvo una exultante recepción en la enorme sala del Uptown Theatre, en su premiere mundial durante el Festival de Chicago. Luego recibió nueve nominaciones al Oscar y se alzó con los premios más importantes: película, director, guion, actor y actriz. Fue un triunfo para un joven productor como Michael Douglas, que había llevado a buen puerto el sueño de su padre, aunque Kirk ya fuera demasiado grande para ponerse nuevamente en los zapatos de McMurphy. Impulsó la carrera de Forman en Estados Unidos, quien luego dirigiría éxitos como Hair o Amadeus, selló ese espíritu libre y corrosivo que encarnó Nicholson, en esa frontera opaca entre la locura y la irreverencia. Y convirtió al personaje de Ratched en esa villana legendaria, nacida de los confines de la ciencia médica, adherida a los muros de un hospicio como la última fortaleza en la que defiende su poder.
"Un día Jack me preguntó cuál era el nombre de pila de Ratched. Yo le dije Mildred, nombre que me inventé en ese momento. Una semana después estábamos filmando la escena en la que McMurphy vuelve al pabellón luego de la terapia de electroshock y se hace pasar por un zombi. De repente me mira y me dice: ‘Hola Mildred’. Me sorprendió tanto que me puse colorada. Es mi momento favorito de la película", rememora la actriz.
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