El rey de la comedia: biopic de una gran figura del teatro napolitano con un gran trabajo de Toni Servillo
El actor, célebre por La grande bellezza, interpreta esta vez a Eduardo Scarpetta, un personaje complejo y fascinante que desarrolló su carrera a fines del siglo XIX
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El rey de la comedia (Qui rido io, Italia/2021). Dirección: Mario Martone. Guion: Mario Martone, Ippolita di Majo. Fotografía: Renato Berta. Edición: Jacopo Quadri. Elenco: Toni Servillo, Maria Nazionale, Gianfelice Imparato, Christiana Dell’Anna, Antonia Truppo, Lino Musella, Paolo Pierobon. Duración: 133 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
Figura central del teatro napolitano, Eduardo Scarpetta vivió intensamente entre mediados del siglo XIX y principios del XX (murió en 1925) mientras construía una obra heredera del vodevil que fue muy exitosa en su país. En pleno pico de popularidad, una demanda por derechos de autor puso a prueba su templanza. Ganó en los estrados judiciales, pero también pagó un precio: poco después dejó la actividad, quizás agotado por esa disputa absurda que amenazó su libertad de expresión.
El rey de la comedia -los distribuidores locales eligieron el mismo título que la gran película protagonizada por Robert De Niro que estrenó Martin Scorsese en 1982- es una biopic que cuenta la vida personal y profesional de este célebre artista obsesionado por la aprobación de su audiencia y más de una vez perturbado por los vaivenes con su mujer, sus hijos y sus amantes. Su notable egocentrismo convirtió a esa búsqueda de reconocimiento en una especie de adicción. El personaje que interpretaba sobre el escenario, Felice Sciosciammocca, era una versión algo exagerada y satírica de ese hombre talentoso que por momentos se transformó en un esclavo de su carrera.
Alrededor de Scarpetta, el despecho de su primera esposa, las intermitencias de un hijo mayor que osciló entre la devoción y el odio hacia su padre y también el desarrollo de una segunda familia con otros tres hijos van creando un ambiente denso que se recarga especialmente cuando aparece el problema judicial relacionado con la adaptación paródica de una tragedia pastoral de Gabriele D’Annunzio.
Aquello que había nacido como un rapto espontáneo de iluminación -y que la película presenta como un sueño que cobra vida-, se vuelve pesadilla. Y Scarpetta empieza a aislarse y a entregarse a una existencia mucho más sombría. Ensimismado, parece no registrar que su familia se desmorona mientras una parte importante comunidad cultural napolitana lo castiga con su desprecio. Toni Servillo -el mismo que brilló en La grande bellezza de Paolo Sorrentino- encarna a este personaje complejo desplegando una gran variedad de recursos: es gracioso, intrigante, seductor o lúgubre según se lo exige cada momento del relato.
La película, presentada en la última edición del Festival de Venecia, es un homenaje a Scarpetta, con sus luces y sus sombras. Pero también a la Nápoles de su época, que el director Mario Martone, un cineasta de 64 años cuya obra está atravesada por el espíritu y el clima social de esta singular ciudad del sur de Italia, siempre ha intentado mitologizar: “Nápoles tuvo mucho que ver con el nacimiento del cine -declaró el realizador-: allí rodaron los hermanos Lumiere y desarrolló su carrera Elvira Notari, prolífica pionera del cine en Italia”. La vitalidad desbordante y el drama profundo del temperamento napolitano, de hecho, asomaron siempre en las ficciones de Scarpetta y moldearon su día a día, cruzando los caminos de la vida y el teatro de un modo que suele ser declamado como lugar común pero que en este caso es patente e indiscutible.
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