"El regreso": cine en estado puro
"El regreso" ("Vozvraschenie", Rusia/2003, color; hablada en ruso). Dirección: Andrey Zvyagintsev. Con Ivan Dobronravov, Vladimir Garin, Konstantin Lavronenko, Natalia Vdovina, Galina Petrova. Guión: Vladimir Moiseenko y Alexander Novototsky. Fotografía: Mikhail Kritchman. Música: Andrey Dergatchev. Edición: Vladimir Mogilevsky. Presentada por Distribution Company. Duración: 105 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
Más allá de sus provocativos enigmas, de las resonancias metafóricas que invitan a interpretarla en clave religiosa o política o de su depurado rigor formal, "El regreso" atrapa y seduce con las armas específicas del cine: es narración fílmica en estado puro. Su poderoso hechizo visual impone la contemplación demorada de las imágenes; la historia, contada a ritmo constante, avanza sin estancamientos ni estratagemas y genera en el espectador ese estado mezcla de estupor y alerta que aviva el interés por lo que se ve y, sobre todo, por lo que está por suceder. Todo eso con el sencillo sortilegio de una historia que expone los conflictos de la relación entre un padre que reaparece después de una larga e inexplicable ausencia y sus dos hijos varones, casi adolescentes, durante un breve viaje que será de iniciación y que concluirá en catástrofe.
Al internarse en los sentimientos contradictorios que intervienen en ese vínculo, Andrey Zvyagintsev -cuyo debut en el largometraje no puede sino juzgarse muy auspicioso- agita emociones profundas y esenciales, comunes a todos los seres humanos. Los misterios que el recién llegado trae consigo y que el film se abstiene de revelar contribuyen a generar la vaga atmósfera de temor o de presentimiento que alimenta la intriga psicológica del relato. Y el carácter mítico que envuelve al personaje sobre el final no sólo refuerza el tono elegíaco de la película: también autoriza a ensayar una lectura metafórica, sobre todo a partir de las abundantes connotaciones religiosas, si bien está claro que al joven director ruso no le interesan las explicaciones y prefiere confiar en la elocuencia de su lenguaje poético.
"El cine es una materia que debe plasmarse, es como el aire -ha dicho-; los símbolos quiebran esa materia, destruyen la poesía que hay en el cine: le toca al espectador interpretar lo que ve, no al director. Al fin, dos chicos que van a una isla con el padre no es una metáfora, es una materia que pertenece a la vida." No obstante, ha admitido que el hombre bien podría representar a la vieja Rusia y los chicos a la nueva. No parece casual, en ese sentido, que la ausencia del padre se haya prolongado doce años, es decir desde el derrumbe de la Unión Soviética, y tampoco pueden soslayarse las referencias evangélicas: la primera comida de la que participa el hombre es un ritual que evoca la Ultima Cena y la Eucaristía; la primera imagen que los chicos tienen del hombre durmiendo (y que se repetirá con alguna variante sobre el final) reproduce un cuadro de Andrea Mantegna ("Cristo muerto"), y no falta tampoco la muerte que puede ser interpretada como sacrificio.
De todas maneras, es fácil coincidir con el realizador cuando desaconseja enunciar significados ya que -avisa- si algo hay en el film de mágico y de sagrado desaparecerá junto con las explicaciones. Y por otra parte, puede añadirse, poco y nada habría de valioso en su obra si lo que se propusiera fuera sembrar misterios sólo para que el espectador se entregara al trivial juego de descifrarlos.
"El regreso" admite muchas lecturas y cada uno hará la suya, pero en lo sustancial es una historia sencilla y atrapante que se concentra en los tres personajes. El padre -fuerte, huraño, autoritario, unas veces violento y otras capaz de algún gesto afectuoso- busca recomponer, o más exactamente establecer, una relación con sus hijos. Para eso, para cumplir con su función de padre, para educarlos, ser reconocido y respetado, los lleva en una excursión de pesca en su auto. Ellos -Andrey, de 14 años, e Iván, de 12- apenas lo reconocen por una vieja fotografía, pero aunque ignoran todo acerca de él (y en el viaje se sumarán otros enigmas) lo siguen con el entusiasmo de la aventura y animados por sentimientos que se irán revelando cada vez más contradictorios.
La lucidez y el rigor del guión se manifiestan en el preciso dibujo de los personajes, representados por tres actores igualmente admirables: frente el autoritarismo paterno, Andrei prefiere contemporizar; ya se ha visto en una escena del comienzo que es de los que busca amoldarse a cada situación. El menor, de carácter firme y más independiente, no es tan conformista: desconfía, se rebela contra las arbitrariedades de ese desconocido que podría ser su padre, pero también lo imagina embustero, bandido, quizás asesino; por eso lo enfrenta, reclama, lo interroga, resiste, aunque también necesita reconocerlo y amarlo. Así, cada día ambos se trenzan en una sucesión de pruebas y desafíos, que van descubriendo poco a poco los rasgos de cada uno, hasta que -después de un azaroso viaje en barca que los deposita en una misteriosa y deshabitada isla del golfo de Finlandia- la tensión desemboca en tragedia. Todavía habrá en el regreso a casa otras lecciones de esa lacerante escuela de supervivencia física y psicológica que habrá convertido la aventura de pesca en un viaje espiritual.
La sombra de Tarkovski
En el preciso lenguaje de Zvyagintsev y en su concepción visual se reconoce la influencia de Tarkovski: hay citas de "El espejo" y ecos de "La infancia de Iván" o de "Stalker"; es decisiva la presencia de la naturaleza (el agua, en especial) y se perciben varios homenajes además del muy evidente de que los únicos personajes nombrados se llamen Andrey e Iván (nombres que corresponden también a discípulos de Jesús). La manifiesta admiración por Antonioni asoma en los grandes espacios despoblados, en el peso expresivo que cobran -gracias, en buena medida a la admirable fotografía de Mikhail Kritchman-, el bosque, los grandes lagos, la isla desolada y aun el aislado pueblo del norte en el que los chicos han vivido siempre.
Todos estos elementos son combinados por Zvyagintsev en un poderoso cuento de misterio y miedo, de crecimiento y pérdida, que atrapa y conmociona más quizá porque de a poco, en manos del cineasta ruso, ese material tomado de la vida real va abriéndose a una dimensión mítico-religiosa que habla de cualquier hombre y en cualquier época.
Claro que lo principal, lo que hay de sublime y de lírico (y también de más en conmovedor) en "El regreso" es materia puramente cinematográfica: se expresa en su propio lenguaje, rehúye las palabras y proporciona el genuino placer de disfrutar de una narración que apasiona y que, encima, deja muchos enigmas -en el fondo, quizá sólo anecdóticos- para activar la participación del espectador.
Ficción y realidad
- En la primera escena de "El regreso", los dos chicos y sus amigos se desafían a tirarse al lago desde una alta torre levantada junto a la orilla; una estructura similar a la del primitivo faro de la isla que será escenario del último y mortal enfrentamiento entre el padre y el hijo menor, Iván, el único que no se había atrevido a zambullise en el lago desde tan alto.
El azar quiso completar esos desafíos con un epílogo funesto: Vladimir Garin, el chico de 15 años que interpretó a Andrey, tuvo una muerte similar en un accidente sufrido en el mismo lago algún tiempo después de concluido el rodaje. Zvyagintsev lo informó al recibir, hace ahora un año, el León de Oro de Venecia, premio que dedicó a su memoria.
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