El puente sobre el río Kwai: un protagonista ofendido, la construcción de la discordia y la escena imposible que hizo historia
El film bélico dirigido por el británico David Lean estrenó el sistema Cinemascope en 1959 y se convirtió en un clásico de la pantalla grande, además de alzarse con 7 premios de la Academia de Hollywood
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“Lo que importaba era la batalla por la autoridad moral. La guerra era simplemente algo circunstancial”. La frase pertenece a Eddie Fowlie, el asistente y amigo de David Lean en el rodaje que cambiaría su carrera para siempre. El puente sobre el río Kwai fue la primera película de producción estadounidense para el director británico y la que abrió las puertas para su carrera internacional, que se coronaría en los años posteriores con Lawrence de Arabia (1962) y Doctor Zhivago (1965).
La historia transcurría en un campo de prisioneros en la región de Birmania durante la Segunda Guerra Mundial. En el frente del Pacífico, un grupo de soldados ingleses eran tomados prisioneros por el Alto Mando Japonés y obligados a construir un puente para el paso del ferrocarril sobre el río Kwai, que une Birmania con la región de Siam. Pese a su inicial resistencia amparado en la Convención de Ginebra, el coronel al mando de las tropas inglesas encuentra en la misión asignada una oportunidad para mantener el espíritu de sus soldados. Una misión aliada comandada por un marino norteamericano escapado del campo debe destruir el puente para cortar el suministro de armas y provisiones del ejército japonés. Dos objetivos contrarios, un único punto en conflicto. Un director para llevar a cabo esa epopeya convertida en película.
David Lean resultó el elegido por casualidad. En realidad por la amistad que entabló durante el rodaje de Locura de verano (1955) con Katharine Hepburn, amiga y compinche del productor Sam Spiegel, quien buscaba financiar la historia del puente sobre el río Kwai. El origen era la novela del francés Pierre Boulle, inspirada en historias verdaderas de cuando fuera prisionero en la guerra, pero para entonces ya Carl Foreman había confeccionado un primer guion. Convocado por Spiegel en Londres, donde el productor había instalado una filial de su empresa Horizon Pictures y Foreman residía luego de su salida de Estados Unidos tras la fiebre macartista (en parte alimentada por su rol en el guion de A la hora señalada), el guionista había ofrecido una primera versión de la historia, ya rechazada por directores como John Ford, Howard Hawks y William Wyler. Pero Spiegel no se rendía y, tras algunas negociaciones, finalmente el 4 de febrero de 1956 Lean dio el sí. Su única condición era reescribir el guion y -según cita Juan Carlos Fauvety en su libro David Lean: El rey de los momentos- evitar que el líder del ejército inglés quedara ridiculizado como un traidor o un demente, sino que apareciera como un hombre íntegro que se equivocaba en sus intenciones.
El enojo del protagonista y la construcción de la discordia
Como Spiegel consiguió capitales de la Columbia Pictures para cofinanciar la película, era necesario dar protagonismo al Mayor Shears, el oficial norteamericano que se escapa del campo de prisioneros y luego regresa para volar el puente. Esa línea narrativa no estaba en la novela, la había desarrollado Foreman bajo las órdenes de Spiegel, y ahora Lean debía pulirla con la colaboración de un nuevo guionista. Finalmente se sumó al proyecto Michael J. Wilson -conocido por su adaptación de Una tragedia americana de Theodore Dreiser en la película Un lugar en el sol, de George Stevens-, quien confeccionó la mayor parte de los diálogos pese a que luego Spiegel le dio crédito a Boulle en el guion. Según cita Ramón Moreno Cantero en su libro sobre el director, Lean siempre afirmó que Boulle no tuvo ni remota relación con la película porque apenas hablaba un poco de inglés. “Ese fue el primer capítulo de la relación amor-odio que mantuvo Lean con Sam Spiegel, quien tenía la costumbre de no avisar cuando decidía introducir algún cambio (como la reducción del metraje de Lawrence de Arabia para su reestreno en 1971)″.
En mayo de 1956, director y productor viajaron juntos a Sri Lanka -entonces Ceilán-, donde se concentró el rodaje. Apenas iniciada la preproducción, el magnate Harry Cohn de la Columbia hizo oír su voz de disgusto por el exceso de presupuesto en 600 mil dólares y por la contratación de un guionista sospechado de ser comunista como Wilson. Además, Cohn se quejaba de que la película no tenía ninguna mujer. “Tienen que inventar una historia de amor entre un soldado y una enfermera o algo así”, ordenó el magnate según cita Fauvety en su libro, y eso ocasionó una nueva modificación de la novela: Ann Sears viajó a Ceilán y filmó algunas escenas románticas con William Holden, la estrella elegida para interpretar al oficial norteamericano. No actuó más de cinco minutos pero conformó a Cohn. El problema que persistía era la elección del actor para interpretar al Coronel Nicholson, el oficial británico que comanda la construcción del puente y que resulta el alma de la película.
Al comienzo, se especularon con nombres tan dispares como Cary Grant, Laurence Olivier, Charles Laughton o Spencer Tracy. Grant y Olivier no aceptaron el papel, Tracy -sugerido por Katharine Hepburn- fue desestimado por su falta de acento británico, y Laughton porque era demasiado obeso. Spiegel invitó entonces a comer a Alec Guinness y tras mostrarle el guion de Foreman lo convenció anunciando algunos cambios para su personaje. El actor aceptó y tomó un avión para Ceilán. “Cuando llegué me encontré con David Lean, quien fue a recibirme al aeropuerto. Lo primero que me dijo fue: ‘Me imagino que sabes que yo quería a Charles Laughton’”.
Según relata Fauvety en su libro, ese recibimiento causó tal furia en Guinness que quería subirse de nuevo al avión y volverse a Inglaterra. Pero se quedó, y cuando iniciaron las conversaciones sobre el personaje, el actor le consultó cómo era el coronel, cómo debía interpretarlo. “Enormemente aburrido”, le contestó el director, lo cual Guinness asumió como una ofensa personal. La situación no terminó allí y escaló cuando, en una de las primeras escenas que se filmaron, el personaje de Nicholson pasaba revista a su vida en un largo monólogo durante la noche previa a inaugurarse el puente. Guinness quería un primer plano continuo y Lean lo quería filmar de espaldas. Las exigencias del actor finalmente prevalecieron.
La elección de William Holden como Shears había llegado desde California, sin consultar demasiado al director. El actor había ganado un Oscar por un rol similar en Stalag 17 (1953) de Billy Wilder y la Columbia le ofreció 300 mil dólares (el doble de lo que ganaba Lean) y el 10 por ciento de los beneficios de taquilla. Molesto por esas decisiones, Lean también tuvo roces con el actor japonés Sessue Hayakawa, quien interpretaba al Coronel Saito, el jefe del campo de prisioneros, debido a la falta de diálogos del personaje en la segunda parte de la película. Sin embargo, el problema mayor que surgió apenas comenzado el rodaje fue debido a la construcción del puente. El diseñador de arte, Donald Ashton, eligió un lugar llamado Kitugala, casi a mil kilómetros de Colombo, la capital de Sri Lanka. Siguiendo un viejo mapa de guerra contrabandeado en Birmania -que señalaba una construcción a cargo de la compañía Hubbard & Company-, la producción contactó al jefe de ingenieros y se puso manos a la obra. La obra demoró ocho meses, 1500 árboles y 45 elefantes para empujarlos. Según bromeaba el asistente Fowlie: “Los elefantes trabajaban como empleados sindicales: a las cuatro horas de trabajo se apartaban todos juntos en manada y marchaban al río a descansar y tomar agua”.
El puente medía casi 500 metros de longitud y 100 de altura, y aunque Spiegel se jactaba de haber invertido 250 mil dólares en construirlo, no había costado más de 50 mil dólares. Según revela Fauvety, el productor consiguió financiamiento de los japoneses a quienes les aseguró que no los dejaría mal parados. Del lado inglés, consiguió como consejero al General L. E. Perowne, comando en Medio Oriente durante la guerra, pero la Oficina Británica de Guerra se negó a contribuir económicamente con la película.
Lo que sí sabía de entrada David Lean era cómo quería introducir a los soldados ingleses: mientras marchaban. Para acompañarlos eligió una marcha que había escuchado de chico durante la Primera Guerra Mundial. Se llamaba “Marcha del Coronel Bogey”, compuesta por Kenneth Alford, y por ella se le pagaron los derechos a su viuda. Como tenía alusiones ofensivas en la letra, Lean decidió que solo la silbarían. “La entrada de los soldados con la marcha es muy importante porque representa el ambiente del campo y el estado de ánimo de la tropa, que debido al calor extremo era muy similar al del equipo de filmación”, recordaba la esposa de Spiegel, visitante ocasional del rodaje.
Tensiones en el set
La relación del director con el equipo de rodaje fue tensa desde el comienzo. Algunos lo odiaban por sus constantes exigencias, y otros lo trataban como el “director genial” de manera irónica. Además, muchos trabajadores de electricidad y sonido eran del lugar y se unieron a una huelga que unía a los principales sindicatos del país. Para agregar tensión al rodaje, Lean recibía constantes reclamos de Spiegel desde Londres para ver las secuencias filmadas. Apoyado en su formación como montajista, el director se excusaba en la necesidad de ver primero las secuencias antes de enviarlas a Inglaterra porque quería corroborar el buen trabajo en Cinemascope, sistema que operaba por primera vez. Una de las reglas del Cinemascope era que el centro de la pantalla debía tener buena acción, por ello necesitaba reunirse todas las noches con su director de fotografía, Jack Hildyard, para cotejar el plan de trabajo diario y corregir errores de luz. Pero Hildyard ponía objeciones que molestaban a Lean y por ello nunca más volvieron a trabajar juntos (pese a que lo habían hecho en Sin barreras en el cielo, de 1952).
Mientras tanto, las discusiones con los actores persistían. Se llegó a demorar cinco días en filmar una escena como aquella en la que el coronel Nicholson debía inclinarse en la baranda del puente y decir: “Hay ciertos momentos en los que uno se da cuenta que está más cerca del final que del principio y quisiera saber si su existencia cambió algo en el curso de la historia”. Lean quería que Guinness dijera la frase con tono nostálgico y que, cuando terminara, el sol se ocultara detrás de los árboles. El actor se negaba a realizarla por considerar sensiblero el discurso. Finalmente llegaron a un acuerdo para filmarla tal como el director quería.
Las peleas con Hayakawa también fueron épicas, de hecho la escena del llanto del coronel Saito superó las diez tomas debido a las dificultades del actor con la fonética del inglés. Visiblemente irritado, el director lo acusó de estar desperdiciando tiempo y dinero hasta que el japonés logró un llanto verdadero, probablemente de impotencia. Días más tarde, mientras filmaban la escena de la voladura del puente, Lean le gritó a través del megáfono: “¡Vamos que esta es la escena en la que te matan!”. Como Hayakawa había arrancado todas las páginas del guion en las que su personaje no aparecía, desconocía el final de la película. “¿Cómo que me matan?”, replicó sorprendido. De hecho esa decisión difería del final del libro de Boulle, en el que el puente permanecía en pie. El cambio fue definido por Spiegel por razones cinematográficas. “La explosión del puente fue uno de los efectos especiales con menos efectos de toda la historia del cine”, explica Fauvety. Tres explosivos a una distancia de 10 metros debajo del puente, Lean instaló cámaras en distintas posiciones para filmarlo todo desde distintos ángulos y luego editarlo. Una sola explosión, un solo puente. No había una segunda oportunidad.
No obstante, todavía aguardaban serios contratiempos. Durante la noche previa a la voladura del puente, la corriente creció y las bases de las cinco columnas del puente quedaron desfondadas. La producción colocó una red antisubmarina a lo largo de 200 metros para evitar que el agua arrastre elementos de la escena, sin embargo uno de los extras que interpretaba a un soldado japonés cayó al agua, fue rescatado pero un insecto que tragó mientras se sumergía le ocasionó una enfermedad tropical que lo llevó a la muerte. También ocurrió un accidente automovilístico cerca de Colombo que causó la muerte del asistente John Kerrison y dejó severamente heridos a otro productor, Gus Agosti, y al encargado de maquillaje, Stuart Freeborn. El tren que iba a utilizarse para la explosión era una reliquia de 65 años de antigüedad, perteneciente a un marajá, y la locomotora era un modelo de 1910. Ashton, el diseñador de arte, creó un dispositivo de luces que lograba que en el momento de encenderse las cámaras, se prendieran todas las luces a la vez. Pero en la primera toma, el 10 de mayo de 1957, cuando todo parecía listo para filmar la explosión, con espectadores especiales como el Primer Ministro de Ceilán, y el propio Sam Spigel, algo falló. Una luz no se encendió y David Lean postergó la escena para el día siguiente. A la noche, invitó al operador distraído a cenar, pese a la furia del productor que lo hacía responsable de la pérdida de tiempo y dinero.
El puente voló el 11 de mayo de 1957. El asistente Eddie Fowlie manejaba la locomotora que encabezaba a la formación y debía reducir la velocidad a la altura de un árbol marcado con una cruz blanca, encender la luz y saltar. Cumplida la misión, el tren y todo el cuerpo del puente cayeron al agua creando una imagen espectacular en Cinemascope. Inmediatamente Spiegel ordenó requisar el equipo de filmación, puesto que se había sobrepasado el tiempo de alquiler. Lean se vio obligado a filmar escenas de la jungla y el famoso halcón con el que abre y cierra la película con su vieja cámara Arriflex. “Con ella registró la famosa secuencia de los murciélagos -recordaba Fowlie- que volaban sobre nuestras cabezas. De pronto sentimos una llovizna y nos dimos cuenta de que estaban haciendo pis. Nos bañamos en pis de murciélago”. Para la escena final, David Lean alquiló un helicóptero que filmaba desde el aire al médico mientras caminaba entre los escombros. Como ya no quedaba ningún actor en el set, ni el propio James Donald que interpretaba al médico, Lean debió utilizar a un doble. Spiegel bromeaba que mientras el doble de Donald pronunciaba la última palabra de la película, “Madness, Madness” (Locura, Locura), el actor ya estaba tomando el avión hacia Londres.
El montaje se completó en París bajo la estricta supervisión de David Lean. El metraje final quedó en dos horas y 41 minutos y, pese a las quejas de Harry Cohn de la Columbia de que era muy largo, se mantuvo debido el previo acuerdo de productor y director. Lean incorporó el silbido de los soldados en la marcha de entrada de los prisioneros ingleses y algunos efectos sonoros hallados por el editor Teddy Darvas en un disco de los años 30 para sonorizar la explosión del puente. El maravilloso estallido que se escucha en la película no es el original.
De esta manera, El puente sobre el río Kwai fue la primera gran producción de David Lean: ocho meses de rodaje, tres millones de presupuesto, varias cámaras para filmar la explosión del puente, 30 millones de recaudación, siete Oscars, entre ellos mejor película, mejor director y mejor guion. Irónicamente Peter Boulle ganó el premio como guionista pese a no haber participado en la adaptación de su novela. Recién en 1994, cuando se editó la película en DVD, se incluyeron los nombres de Carl Foreman y Michael J. Wilson como únicos guionistas, quedando Boulle como autor de la novela. Si bien David Lean debió lidiar con las exigencias de Sam Spiegel y la Columbia, el éxito le dio carta abierta para el cine que vendría. Cuando subió al escenario a recibir su primer reconocimiento de la Academia, dijo conmovido: “Jamás imaginé que este puente que construimos me iba a traer por primera vez a Hollywood”.
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