El poder de los centavos, un film que retrata la desigual lucha que llevó adelante un YouTuber
La nueva producción de Craig Gillespie retrata la feroz suba en las acciones de una cadena de comercios, impulsada por pequeños accionistas
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El poder de los centavos (Dumb Money, Estados Unidos/2023) Dirección: Craig Gillespie. Guion: Rebecca Angello, Lauren Schuker Blum. Edición: Kirk Baxter. Elenco: Paul Dano, Seth Rogen, America Ferrera, Shailene Woodley y Pete Davidson. Disponible en: HBO MAX. Duración: 104 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Esa idea sobre que “el mercado se regula solo” adquiere un feroz revés en El poder de los centavos. La historia es reciente y fue motivo de extensas coberturas en secciones de Economía de LA NACIÓN y de centenares de sitios de noticias en el mundo. Keith Gill (Paul Dano) es un YouTuber especializado en análisis de finanzas y bolsa, que encabezó una lucha insólita contra un grupo de fondos de inversión que especularon con obtener cuantiosas ganancias empujando hacia al abismo las acciones de Game Stop.
La historia real es así: Game Stop es una cadena de locales de ventas de consolas y videojuegos, que se encontraba en total declive en el momento más álgido de la cuarentena por el covid. Las acciones de esta empresa caían a diario y su colapso era inminente, dándole forma a un panorama ideal para que grupos millonarios pudieran obtener suculentas ganancias a través de la compra y venta de acciones vinculadas a esta firma. Era desde luego, un negocio formidable para financistas que hacen y deshacen números todos los días, con el fin de darle curso a sus deseos (”necesitaría derribar esta casa para construir una cancha de tenis” dice al comienzo del film Gabe Plotkin -Seth Rogen-, a la sazón, el villano de la historia). Pero mientras unos pocos amasaban su negocio, en la vereda opuesta surgió el más improbable de los rivales.
Keith Gill podría ser un perdedor cualquiera. Él lleva una vida sencilla, tiene un auto viejo, usa remeras con estrafalarias imágenes de gatos y no transmite una imagen de mucha seguridad. Pero él estudió hasta el hartazgo, se especializó en finanzas y es un agudo analista de los movimientos del mercado. O sea, es un nerd hecho y derecho, ese es su superpoder. Y frente a la situación de Game Stop y la reacción del mercado, él comandó a una ola de pequeños inversores que lograron cambiar el destino (financiero) y dejar en evidencia las espurias maniobras de los especuladores y los fondos de inversión.
Keith fue a internet y desde ahí alertó sobre la posibilidad de hacer subir el valor de Game Stop a través de numerosas compras de acciones que tenían valor de centavos y que solo podían interesarle a ciudadanos de “a pie”. Y el milagro se concretó. Las acciones de esta cadena subieron vertiginosamente, inversiones de pocos dólares se tradujeron en ganancias de a miles y Wall Street fue testigo de un cambio de paradigma que ponía en crisis un modelo económico presuntamente insoslayable. Y así quedó de un lado un grupo de dos o tres millonarios contra centenas de trabajadores que se aferraban a sus acciones de pocos miles para saldar deudas universitarias o pagarse un techo propio. El paladín de este enfrentamiento improbable fue ese nerd llamado Keith Gill.
El poder de los centavos corría el riesgo de enfrentarse a un reto no menor, que era el de explicarle a cualquier no iniciado cómo se instrumenta la bolsa en lo referido a estos golpes de timón, qué es una “acción al descubierto” y en qué consistió la estrategia financiera ideada por Gill. Sin embargo, sumergirse en este mundo podía amenazar con empantanar el impulso cinematográfico, ese nervio que surge a través de la empatía y del retratar la épica de un hombre común que logra una hazaña extraordinaria (de esto adolece La gran apuesta, otro film financiero que no logra salir de los laberintos económicos que exhibe). Atento a esto, el director de El poder de los centavos puso el foco entonces no en el entramado de finanzas, sino en esa desigual lucha que dejó en evidencias las fragilidades de un sistema económico perfecto en su desigualdad.
La astucia del realizador Craig Gillespie es no demonizar a los millonarios ni idealizar a los trabajadores, sino que pone sobre la mesa las diferencias absurdas que surgen entre ambos mundos, de casas lujosas y empleados con barbijos, frente a hombres y mujeres que en parte solo aspiran a cubrir deudas fabricadas por el sistema que los parió. No, El poder de los centavos no es un maniqueo retrato de millonarios malos versus trabajadores buenos, sino que gira alrededor de la tragedia que implica una calidez perdida, ese discreto regocijo que habita en una pelea familiar, en el renunciar a un trabajo odiado o en la importancia del apoyo incondicional de quien te ama (el film muestra dos matrimonios, el de Gill y el de Plotkin, como formas antagonistas de comprender el amor y los negocios).
En esos hombres y mujeres que resistieron con sus pequeñas acciones las manipulaciones de millonarios que no dudaron en torcer las reglas del juego a su conveniencia, es que surge una nobleza casi absoluta, una camaradería inconcebible para quienes solo sueñan con multiplicar sus patrimonios y se rodean de grotescos ejércitos de abogados. Frente a ellos, Gill se paró (vía Zoom) ante el Congreso en compañía de su esposa y defendió su verdad. Él se hizo millonario, pero eso no lo convirtió en el malo de la película y de este modo el film evidencia la dinámica de un sistema que es cuna de héroes y villanos. En este caso, el largometraje eligió imprimir la leyenda, que fue la de un nerd capaz de liderar un movimiento colectivo, que le torció el brazo a los más poderosos.
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