El padre de los monstruos: Ray Harryhausen, el mago del stop motion, cumpliría cien años
Un gigantesco pulpo emergía de la bahía de San Francisco y hacía trizas el Golden Gate en un solo abrazo. Un coloso de bronce cobraba vida, se bajaba del pedestal y perseguía a los héroes griegos Hércules e Hilas por la isla de Creta. Había en aquellas escenas de películas como Surgió del fondo del mar (1955) o Jasón y los argonautas (1963) una magia que ni la más sofisticada de las técnicas actuales de CGI puede reproducir. Para lograrla, un hombre se pasaba horas encerrado en un estudio, fotografiando cuadro por cuadro los movimientos milimétricos de sus criaturas.
Ese hombre era Ray Harryhausen, un ilusionista sin varita ni galera que supo deleitar a miles de espectadores entre los años 50 y principios de los 80 con sus laboriosos trucos cinematográficos con stop motion. Entre ellos a varios niños de entonces, como Steven Spielberg, James Cameron, Tim Burton y Peter Jackson, directores que han reconocido en numerosas ocasiones la enorme influencia que tuvo este californiano, de cuyo nacimiento se cumplen hoy 100 años, en su pasión por los monstruos, la ciencia ficción y los efectos especiales.
Si bien la animación cuadro por cuadro (que consiste en crear la ilusión de movimiento proyectando imágenes fijas una detrás de otra) ya existía desde hace tiempo, Harryhausen logró combinar con gran efectividad sus modelos animados con esta técnica combinándolos con actores de carne y hueso. La llamó dynarama o dynamatio. "Cuando era chico estaban todas estas películas, y después estaban las películas de Ray. Eran las películas que se veían distintas, fueran las de Simbad, Jasón y los argonautas, A 20 millones de millas de la tierra o cualquier otra", explicó alguna vez Cameron, director de films como Terminator y Avatar.
Un jovencito fanático de King Kong
Ray Harryhausen nació en 1920 en Los Ángeles, hijo de padres cinéfilos que lo llevaron a ver desde muy chico películas como El mundo perdido (1925), poblada de criaturas prehistóricas, o Metrópolis, con su urbanismo art decó. Su madre solía regalarle además libros sobre mitología griega y planetas lejanos que hacían volar la imaginación del pequeño Ray. Sin embargo, fue King Kong (1933) la película que lo marcó a fuego. Después de lograr que un amigo de su padre, que trabajaba en los estudios RKO, le explicara cómo habían fabricado el pequeño gorila que se veía tan imponente en la pantalla, Ray se puso a experimentar.
Durante el tributo que le rindió la Academia de Cine y Artes Televisivas Británica con motivo de su cumpleaños número 90, en 2010, un también nonagenario Ray Bradbury recordó por videollamada y con una simpática anécdota el día en que descubrió el enorme talento de su tocayo. Los dos jóvenes se conocieron a los 18 años en casa de Forrest J. Ackerman, editor y autor clave en la difusión de la ciencia ficción, tras lo cual Harryhausen invitó a Bradbury a conocer los monstruos que fabricaba en el garage de la casa de sus padres. "Quizá un día vos me escribas un guion y yo te haga dinosaurios", aventuró el futuro especialista en efectos especiales. "Ruego a Dios que así sea", le contestó el entonces aspirante a escritor.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Harryhausen trabajó en la Unidad de Filmación del Ejército haciendo películas de entrenamiento para los soldados. Luego trabajó en una serie de cuentos de hadas animados con stop motion llamados Historias de Mamá Gansa. Pero el gran quiebre se produjo hacia fines de los años 40, cuando su ídolo, Willis O’Brien, el creador de King Kong, lo invitó a trabajar con él en El gran gorila (1949), la historia de un simio africano que era trasladado a Hollywood para formar parte del mundo del espectáculo y terminaba desatando el caos y la locura.
Tras ese bautismo de fuego, Harryhausen pudo concretar el deseo que había esbozado tímidamente a sus 18 años. En 1953 se estrenaba El monstruo de tiempos remotos, film para el cual creó y animó un dinosaurio que se dedicaba a pisotear Nueva York tras haber sido liberado del hielo ártico por una explosión nuclear. El guion estaba basado en el cuento "La sirena" del autor de las Crónicas marcianas, su amigo Ray Bradbury.
Pulpos, ovnis y un intrépido marino
La década del 50 fue muy prolífica en monstruos de todo tipo y color, como la bestia anfibia de El monstruo de la laguna negra o el Godzilla del japonés Ishiro Honda, que Harryhausen consideraba una vil copia de su creación para El monstruo de tiempos remotos. Por esa misma época, y de la mano del productor Charles H. Schneer, con quien conformó una exitosa dupla que duró 25 años, Harryhausen dio vida al pulpo gigante de Surgió del fondo del mar, estrelló platos voladores contra el Capitolio en La tierra contra los platillos volantes (1956) y aterrorizó a Roma con el polizón venusino de A 20 millones de millas de la Tierra (1957).
Si bien en el mundo del cine clase B en el que se movía Harryhausen el presupuesto no siempre era tan abultado como hubiera deseado (años más tarde, confesaría entre risas que el pulpo de Surgió del fondo del mar tuvo seis en vez de ocho tentáculos por falta de dinero), le dio también algo imprescindible para cualquier artista: libertad para crear.
Influido por las detalladas e inquietantes ilustraciones del francés Gustave Doré (1832-1883) y del inglés John Martin (1789-1854) y los dibujos y esculturas de dinosaurios de Charles Knight (1874-1953), Harryhausen era un auténtico artesano que dibujaba cautivantes y fantasiosos storyboards, diseñaba y fabricaba sus criaturas con sus propias manos y luego dedicaba horas a animarlas. Su hija Vanessa contó alguna vez su padre horneaba algunas de sus figuras en el horno de la casa, por lo que el pollo de su infancia siempre tenía gusto a látex.
"Destruí Washington, San Francisco y Coney Island", solía decir Harryhausen. "Pero en un momento me cansé de destruir ciudades". A fines de los 50, Harryhausen y Schneer comenzaron a trabajar en nuevos proyectos como Simbad y la princesa (1958), que Harryhausen pobló de fabulosas criaturas como un esqueleto viviente, un pájaro de dos cabezas, un dragón y la más famosa de todas, su cíclope cornudo con patas de cabra.
Una obra maestra basada en la mitología griega
Harryhausen y Schneer también trabajaron juntos en películas de fantasía como Los viajes de Gulliver (1960), La isla misteriosa (1961) o Los primeros en la luna (1964), inspiradas en los clásicos de la literatura de Jonathan Swift, Julio Verne y H.G.Wells. En todas ellas, Harryhausen hizo gala de su inagotable inventiva: para recrear el enorme cangrejo que era enlazado como un pingo en La isla misteriosa, por ejemplo, usó un cangrejo real, al que desmembró e implantó un mecanismo para articularlo. La magia del cine, por supuesto, hizo que en la gran pantalla el crustáceo se viera gigante.
Con Jasón y los argonautas (1963), Harryhausen logró darle forma a aquellos mitos griegos que lo habían cautivado desde niño. Si bien el péplum había adaptado varias historias grecorromanas, en estas películas abundaban los humanos pero escaseaban las criaturas fantásticas de aquel mundo digitado por los dioses del Olimpo. "Siempre preferí el pasado al futuro. Me parece más romántico", confesó alguna vez el especialista en efectos especiales.
Considerada su obra maestra, la historia de Jasón, el noble que se embarcaba en una travesía en busca del vellocino de oro, contó con algunas de las creaciones más increíbles del universo de Harryhausen, como el coloso Talos, las arpías aladas y la hidra de siete cabezas. En una de las escenas quizá más hermosas del cine de aventuras, un gigantesco Neptuno emergía del agua con su tridente para dejar pasar a Jonás y su barca por un peligroso estrecho. Además, en una auténtica hazaña técnica, Harryhausen incluyó en el film un ejército de esqueletos guerreros que brotaban de la tierra y cuya animación le llevó cuatro meses y medio de trabajo.
Un autor en el mundo de la fantasía
Antes de su último film, Furia de titanes (1981), con su inolvidable Medusa, Harryhausen reflotó su romance con los animales prehistóricos en películas como Hace un millón de años (1966) –que consolidó el estatus de Raquel Welch como sex symbol– y El valle de Gwangi (1969), cruza entre western y película de ciencia ficción en la que los cowboys no tenían que vérselas con una banda de atracadores de diligencias sino con un dinosaurio.
Harryhausen también trabajó con Schneer en otras dos películas sobre el marino de Las mil y una noches: El viaje fantástico de Simbad (1973), con su recordada estatua viviente de seis brazos de la diosa Kali y su centauro de un solo ojo, y Simbad y el ojo del tigre (1977). Que Simbad haya sido encarnado por actores distintos en cada una de las tres películas no hace más que confirmar que lo que importaba en ellas era mucho más el genio creativo de Harryhausen y su dynarama que los actores o los directores. "Me han llegado a decir que las verdaderas estrellas de mis películas eran mis criaturas, porque eran las que recibían las mejores reseñas", bromeaba Harryhausen.
Lo cierto es que él era el verdadero autor en sus películas. Harryhausen no solo hacía sugerencias sobre los guiones y buscaba locaciones, sino que también participaba activamente en el set, dándole indicaciones a los actores que tenían que simular la interacción con sus criaturas. "Recuerdo muy bien la habilidad que tenía para dirigirnos", contó John Cairney, quien interpretó a Hilas en Jasón y los argonautas. "Don Chaffey era el director, creo, pero en lo que a mí respecta, había ahí un tal Ray Harryhausen, que era el que estaba a cargo", señaló el actor. Si bien nunca ganó el Oscar a los mejores efectos especiales, en 1992 la Academia de Hollywood le dio uno honorario llamado premio Gordon E. Sawyer por su contribución tecnológica.
"Mucha gente cree que es infantil tener imaginación. No lo comparto. Creo que hay que pasar por esta vida imaginando lo mejor", aseguraba Harryhausen, quien murió el 7 de mayo de 2013, a los 92 años. Su legado es inconmensurable. Por citar solo dos ejemplos, los velocirráptores de Jurassic Park o el simpático Jack Skellington de El extraño mundo de Jack jamás hubieran existido sin sus dinosaurios destructores o sus esqueletos espadachines. El mismo George Lucas aseguró alguna vez: "Sin Ray Harryhausen no hubiera habido Star Wars".
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