El Oscar recuperó la atención del mundo gracias a un imprevisto que quedará en la historia
El cachetazo de Will Smith a Chris Rock dejó en segundo plano el resto de la ceremonia, sobre todo el premio máximo para CODA, la película elegida por Hollywood para mostrar cómo se sale de los tiempos difíciles que atraviesa el mundo
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A un año de aquella ceremonia triste y olvidable en la estación ferroviaria de Los Ángeles, que para muchos ni siquiera debió haberse hecho, el Oscar recuperó el centro de la atención y estará en boca de todos por muchísimo tiempo. Que nadie busque la explicación en el reparto de los premios, que cumplieron en todos los casos con el pronóstico de los especialistas y no aportaron la más mínima sorpresa hasta la consagración final de CODA: señales del corazón como la mejor película del año, sino en una situación completamente inesperada, uno de esos giros que suelen sorprendernos en algunas películas y alteran la perspectiva de todo lo que veníamos viendo hasta allí. Sólo que aquí no fue producto de la imaginación de algún guionista, sino de la pura realidad.
Hasta de manera involuntaria, como en este caso, Hollywood siempre consigue hacer de cada entrega del Oscar un retrato acabado y completo de su estado de ánimo en un momento histórico determinado. El cachetazo de Will Smith a Chris Rock partió en dos una ceremonia que hasta allí funcionaba como una esforzada (y bastante tediosa) muestra de cómo la industria del cine se proponía salir de la encrucijada de la pandemia celebrando como siempre la afirmación de su propia identidad.
La reacción de uno de los astros que trabajó toda la vida por transmitir al mundo una imagen que expresa valores positivos y convertirla en su marca registrada sacudió hasta los cimientos el perfil de una ceremonia que hasta allí cumplía con todo lo que se esperaba de ella, sobre todo por el lado de la propia comunidad de Hollywood: corrección política a la máxima expresión, múltiples expresiones de afirmación de la diversidad y la fidelidad a un libreto que buscó adaptar a una ceremonia de nuevo presencial el anhelo del regreso a la normalidad.
El episodio puso a sus protagonistas frente a uno de los escenarios más complicados que enfrenta cualquier actor: improvisar, salir del paso sin depender de algo previamente escrito y ensayado. Rock hizo un chiste muy desubicado que podía aludir veladamente a la salud de Jada Pinkett, la esposa de Smith, y éste lo recibió como un agravio, que se tradujo en palabras muy pesadas y un cachetazo en la cara del comediante, transmitido en vivo y en directo, que seguirá recorriendo el planeta reproducido en una y mil pantallas. Si hasta ahora se pensaba que aquél erróneo anuncio de la mejor película en 2017 (Moonlight en lugar de La La Land) era el mayor escándalo en la historia del Oscar, lo que acaba de ocurrir supera todo lo imaginado.
Rock, que fue dos veces maestro de ceremonias del Oscar, se dio cuenta enseguida que hasta las lenguas más filosas tienen para Hollywood un límite no escrito. Debería haberle pedido consejo a un experto como Ricky Gervais para evitarse esos contratiempos. Y a Smith, que había sido recibido desde el vamos como el seguro y merecido ganador del premio al mejor actor, le tocó salir de la zona de confort que hasta ayer manejaba a la perfección para pedir disculpas entre lágrimas (a la Academia de Hollywood, no a Rock) y referirse de manera bastante extraña a su misión “protectora” dentro de la comunidad hollywoodense. Lo que pasó dejará huellas y abrirá más de un debate (otra vez) acerca de cuáles son los límites cuando se hace humor a expensas de otras personas. Y de paso mostró que de una verdadera estrella se esperan atributos como la templanza. En este sentido, la conducta de Denzel Washington en todo el episodio resultó ejemplar.
Tardó el Oscar en recobrar el aliento, recuperar el eje y regresar a lo planeado. Ayudó mucho la distinguida participación de Kevin Costner, una figura clásica en todos los sentidos posibles, recuperando desde su memoria la mística del cine al presentar el premio al mejor director, que por segundo año consecutivo consagró a una mujer, Jane Campion. Fue el premio consuelo para la gran derrotada de la noche, El poder del perro, cuyas 12 nominaciones se desinflaron en los últimos días tan rápido como las expectativas de Netflix de soñar con un triunfo histórico que busca desde hace cuatro años. La película se suma a la galería de desilusiones que el gigante del streaming vivió previamente con Roma, El irlandés y Mank. Sam Elliott no estuvo en la fiesta del Oscar, pero debe haber celebrado anoche como si se hubiese llevado un premio con su nombre.
Más frustrante todavía para Netflix debe haber sido el hecho de que Apple TV+ le haya quitado el título de ser la primera plataforma de streaming en llevar uno de sus títulos hasta la cima del Oscar. Este hecho sí puede modificar las ecuaciones, las estrategias y los comportamientos de la industria en los próximos años con mucha más fuerza de las que probablemente tracciona CODA, una película modesta, sencilla, noble y llena de buenas intenciones que fue este año el vehículo ideal para lo que la industria de Hollywood quiere decirle al mundo.
A veces, el Oscar expresa con su reparto de premios el poderío que surge del talento de sus artífices con películas grandes, innovadoras (sobre todo en términos visuales) y conscientes de su magnitud. Pero a veces se pone a mirar mucho hacia adentro para hacer exámenes introspectivos y preguntarse por su identidad. Este año, el Oscar encontró en CODA una historia que refleja a la perfección cuál es su estado de ánimo y cómo ve la realidad.
La película ganadora es una historia de transformaciones que muestra en sus personajes disposición al cambio, comprensión, humanismo y superación personal a través del talento artístico. Es, para usar una palabra de moda, una película llena de resiliencia. Es la mejor respuesta que hoy podría encontrar Hollywood frente a un mundo complicado que requiere miradas optimistas para imaginar el futuro. Su mirada, a la vez, funciona como la medicina más propicia para alcanzar ese objetivo. Algo que también explica la decisión de darle un tono de homenaje festivo al segmento In Memoriam.
De paso, el acercamiento que hace CODA al mundo de las personas con dificultades para escuchar (reflejadas en los premios al actor hipoacúsico Troy Kotsur y al guion adaptado escrito por su directora, Siân Heder) es la mejor contribución del Oscar a su proclamada prédica en favor de la diversidad. Esa expresión resultó mucho más lograda en el premio final que en la puesta en escena de una ceremonia que mostró unos cuantos desajustes notorios.
A la fiesta del Oscar le faltó decisión y profundidad para afirmarse en un rumbo y en unas cuantas señales visibles de identidad. Todo funcionó de manera espasmódica, agregando momentos que parecieron pensados como pruebas y ensayos de futuras experiencias. El cuadro musical de apertura, con Beyoncé cantando el tema nominado de Rey Richard al aire libre desde Compton fue una experiencia aislada que nunca pudo enlazarse con los otros momentos musicales, sobre todo a partir de la inexplicable decisión de sumar un tema ajeno a las nominaciones surgido de la película animada Encanto. ¿Complejo de culpa porque tuvo muchísimo más éxito que la canción que estaba en competencia? La Academia nunca lo admitirá.
Lo mismo puede decirse de los tributos a las películas que cumplieron aniversarios redondos. Los 60 años de James Bond se vivieron con más intensidad en el triunfo de la canción original de Sin tiempo para morir que a través del clip armado en homenaje a las 25 películas de 007. ¿Tanto costaba juntar a los actores vivos que encarnaron a Bond para enriquecer ese momento? Las restantes (La joven vida de Juno, Tiempos violentos, El padrino) no fueron más allá de la presencia en el escenario de algunos de sus protagonistas, aunque en el último de los casos la breve aparición de tres monumentos cinematográficos como Francis Ford Coppola, Al Pacino y Robert De Niro le devolvió por un momento a la velada una mística cinematográfica que parecía extraviada.
Igual de perdidas parecían las tres anfitrionas de la noche, con una participación mucho más corta de lo imaginado y algunos momentos francamente olvidables, desde el “tour” gratuito y promocional por el Museo de la Academia de Hollywood guiado por Wanda Sykes hasta el desafortunado momento de sexismo al revés a cargo de Regina Hall (cuando “cacheó” a Jason Momoa y Josh Brolin, después de llamar a Bradley Cooper y Timothée Chalamet para “testearlos”). Con la excusa de hacer chistes sobre la pandemia se comportó frente a un puñado de famosos de un modo que sería completamente repudiable si se hubiese invertido el sexo de los personajes que participaron de la acción.
Solo Amy Schumer, en su intervención inicial, entregó algunos chistes ingeniosos y divertidos sobre las películas en competencia que fueron dignos de sus mejores antecedentes como comediante. El escaso aprovechamiento de sus magras apariciones y el escándalo Smith-Rock dejaron al final al trío completamente inadvertido. Casi como los seis premios para Duna, la película con mayor cantidad de estatuillas gracias a su previsible predominio en los rubros técnico-artísticos y el único momento político de la noche, el minuto de silencio en solidaridad con Ucrania que se pidió desde una placa grabada en el escenario. Nadie se enteró en la Argentina si lo veía por TV: la transmisión local de TNT lo omitió por completo.
La ceremonia también otorgó en la única categoría que podía aportar alguna incertidumbre el premio a Jessica Chastain, nueva exponente triunfal de una tradición que Hollywood no quiere cambiar: reconocer con el Oscar a algunos intérpretes que en vez de representar y actuar buscan la imitación lisa y llana de personajes reales. Chastain, que merecía mucho más las nominaciones anteriores que esta, además aparece en la película por la que ganó (Los ojos de Tammy Faye) con un exceso de maquillaje que impide ver como genuina su actuación. El premio a la mejor actriz protagónica estaba este año para que lo ganara cualquiera, menos Jessica Chastain.
Y a propósito de incongruencias, el Oscar 2022 también será recordado por la curiosa decisión de apartar ocho de los 23 premios de la ceremonia principal y entregarlos una hora antes del comienzo del show televisado. No hubo cámaras siguiendo en vivo ese segmento, pero sí multitud de mensajes de personas que estaban en el teatro (ocupado en un 80 por ciento) anticipando los resultados en las redes sociales. Cuando esa información se incluyó en la ceremonia principal, junto a extractos de los discursos de los ganadores, todo el mundo ya sabía lo que había ocurrido.
A todas luces la experiencia no funcionó y la Academia de Hollywood deberá ajustar esta instancia, porque las protestas que no aparecieron durante la ceremonia seguramente resonarán tarde o temprano una vez que se aplaquen las repercusiones del episodio que marcó a fuego el Oscar 2022. Lo recordaremos siempre como el día del cachetazo de Will Smith en la cara de Chris Rock, por más que haya dejado otros momentos dignos de mención: la primera victoria en el Oscar de una plataforma de streaming, la emoción del elenco de CODA (compartido por la audiencia a través del gesto del lenguaje de señas que equivale al aplauso) y la conmovedora aparición final en silla de ruedas de Liza Minnelli, cuya imagen indiscutida de gran estrella se mezcló con la fragilidad de su aspecto. Por cosas que en buena medida nadie imaginaba, la fiesta más grande de la industria del cine volvió estar en boca de todos.
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