El más bello regalo que recibió el cine francés
Un homenaje a la belleza y al talento. En las fotos que tapizan las paredes y que la muestran luminosa y feliz; en las escenas de sus films, que se reproducen en las pantallas diseminadas a lo largo de la exposición; en los afiches de las películas que hicieron de ella la imagen perfecta de la mujer francesa. A pocos meses de cumplirse treinta años de su desaparición, una muestra que se desarrolla hasta el 22 de febrero en las afueras de París confirma que Romy Schneider, la princesita que llegó de Austria envuelta en los aires azucaradamente románticos de Sissi , sigue siendo -como alguien escribió- el más bello regalo que recibió el cine francés. El lugar no pudo ser mejor elegido: Boulogne-Billancourt, a 8 km de la capital francesa, en cuyos estudios filmaron muchos grandes maestros del cine, de Abel Gance a Jean Renoir y de Carl Dreyer a Billy Wilder, y donde la propia Romy rodó El inspector Max o Cesar y Rosalie . Organizada como un recorrido cronológico, la exhibición abarca ocho salas temáticas y sumerge al visitante en la trayectoria profesional, así como en la intimidad de esta vienesa descendiente de actores y cuya historia estuvo hecha de triunfos artísticos y tormentos personales.
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Retratos y voces de quienes la conocieron acompañan al visitante en el comienzo de la travesía: Alain Delon, su primer gran amor, por supuesto; Luchino Visconti, que perfeccionó su francés, extrajo de su interior un vigoroso temperamento dramático y la hizo brillar, primero en el teatro, en Lástima que sea una perdida , al lado de Delon; después en cine, vestida por Chanel y luciendo una despreocupada elegancia aristocrática en el mejor episodio de Boccaccio 70 , o mucho más tarde, cuando le proporcionó el cierre perfecto de su parábola artística al ponerla otra vez en la piel de Isabel de Austria, no ya la blanca Sissi, sino la emperatriz al mismo tiempo tierna y altiva, frágil y veleidosa en Ludwig . También hablan de ella Jean Cocteau, Orson Welles, Michel Piccoli, Magda Schneider, su madre, o Rosa Rhetty, la abuela a quien llamaron la Sarah Bernhardt austríaca. Es ella la que apunta: "Quien, como Romy, vive con tanta intensidad tiene que ser consciente de que una vela se consume más rápido si arde por los dos cabos". Y Claude Sautet, que la consideraba su musa, confirma: "Tenía una vivacidad animal, capaz de cambios de expresión radicales, iba de la agresividad más dura a la dulzura más sutil; era atormentada, pura, violenta, orgullosa y se entregaba a un personaje desde el primer ensayo". De su carisma dan cuenta fotos y films, y completan la exhibición -que alude a la vinculación de sus padres con el régimen nazi- cartas, vestuario, objetos personales, parte de los cuales fueron cedidos por Sarah, la hija nacida de su matrimonio con Daniel Biasini. "Me gusta ir hasta el límite de lo posible. En la profesión como en la vida sentimental. No me arrepiento de nada. Es necesario tener varias pasiones, la vida es demasiado corta como para vivir la pasión una sola vez", reza una confesión de la estrella de La piscina , La muerte en directo y El proceso . La suya lo fue. Tenía 43 años cuando la encontraron muerta en su departamento de París el 29 de mayo de 1982. Pudo ser a causa de un exceso de alcohol y medicamentos, si bien nunca hubo autopsia. Pero todos sabían que nunca había podido sobreponerse tras el suicidio de su ex marido, el director alemán Harry Meyen, y mucho menos del trágico final de David, el hijo que había tenido con él, que se mató accidentalmente al caer sobre la reja de la casa de sus abuelos cuando tenía 14 años. Su destino trágico también contribuyó a que la actriz que había sido la noviecita de Europa en los 50 y la favorita de los franceses desde que apareció junto con Delon en Christine y en el teatro, se convirtiera en leyenda. El éxito de la muestra no hace sino corroborarlo.
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