El maquinista: los desafíos detrás del film que llevó al extremo a Christian Bale
El thriller psicológico de Brad Anderson, estrenado en 2004, impactó no solo por su trama sino también por el cambio físico que atravesó su protagonista
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Un actor que coqueteó con la muerte para ponerse en la piel de su personaje, un salto espacial que necesitó de mucho trabajo para que Barcelona luciera como los reductos menos conocidos de Los Ángeles, la búsqueda de un realismo lúgubre y oscuro que tuvo como escenario lugares como los túneles subterráneos catalanes y la presencia constante y subyacente de la influencia de escritores como Fedor Dostoievski y Franz Kafka y cineastas como Alfred Hitchcock y David Lynch. El maquinista se convirtió en una obra de culto no solo por su atrapante guion y realización, sino también por el inmenso trabajo y el compromiso que significó para todos aquellos que formaron parte de su realización.
La historia es conocida: Trevor Reznik (Christian Bale) es un obrero que hace un año que no puede dormir y pasa las noches o hablando con una camarera que es madre soltera (Aitana Sánchez-Gijón) en el bar del aeropuerto o en la cama de una prostituta (Jennifer Jason-Leigh). Su insomnio es tan severo que afecta su peso y deteriora su salud mental. Sus problemas se acentúan cuando, sin intención, lastima a un compañero de trabajo. A partir de ese suceso su vida se convierte en una pesadilla y todo parece ser una conspiración en su contra.
Escrita por Scott Kosar, dirigida por Brad Anderson y producida por el sello Fantastic Factory de Filmax y Castelao Productions, El maquinista necesitó de cinco millones de dólares para su realización. Categorizada como thriller psicológico, se estrenó el 18 de enero de 2004 en los Estados Unidos y logró recaudar casi tres millones y medio más de lo invertido. Los críticos de cine coincidieron en calificar de forma positiva el film, y destacaron la gran capacidad de Bale para interpretar al protagonista, la profundidad del texto de Kosar para transmitir el estado de ánimo de Trevor y la eficacia de Anderson para crear y sostener el clima de tensión hasta el final de la historia.
Hasta los huesos
En la descripción del personaje de Trevor, el guion era claro: un trabajador fabril que como consecuencia de su insomnio debía tener el aspecto de un esqueleto viviente. Bale entendió el concepto a la perfección. El actor pasó dos meses alimentándose a base de una manzana y una lata de atún por día, hasta que llegó a los 54 kilos. Durante el último tramo, su mujer lo acompañó haciendo la misma dieta, lo que hizo más fácil llegar a la meta.
Bale se comprometió tanto con la película que quiso incluso llegar a pesar 45 kilos, pero la producción le pidió que dejara de adelgazar porque se podía morir. Las imágenes de su cuerpo desnudo son de las más impactantes de la pantalla grande: entre sus huesos y su piel no hay nada. Por esa interpretación, Bale no solo se ganó el respeto del público y de sus pares, también entró a la historia del cine como el artífice de uno de los cambios físicos más drásticos de la industria cinematográfica.
La delgadez de Bale funcionó como un protagonista más de El maquinista. Tanto así que sin ese cambio radical el resultado hubiera sido otro. O no hubiera sido del todo. “Si estuvieras más flaco no existirías”, le dicen las dos mujeres del film al personaje de Trevor, cada una en una ocasión distinta. “Al escribir pensaba: ‘No se podrá hacer la película a causa del personaje de Trevor, por lo de la pérdida de peso. Y ni en sueños pensé que un actor llegaría a hasta los límites que llegó Christian’”, reconoció el guionista luego del rodaje. Algo similar le sucedió al director. “Todos estaban asombrados por lo delgado que estaba, pero al mismo tiempo yo decía ‘es genial, se ve perfecto’”, reconoció Anderson en el documental The Machinist - Breaking all the rules (2004).
“Se siente bien, como una victoria. Me puse escuálido y me destruí hasta el punto en que verme correr es gracioso porque no tengo músculo en las piernas”, explicó el actor en plena filmación. Luego, en declaraciones al diario El País, reconoció que durante el rodaje también dejó de dormir: “Solo tenía fuerzas para actuar y apenas dormía. Pasaba las noches leyendo y dibujando. (...) Cuando acabé de leer el guion comprendí que, si no perdía peso, el personaje no tenía ningún sentido para mí”. Además de realizar la menor cantidad de actividades necesarias durante el rodaje, para ahorrar energías, Bale solo hablaba cuando el director gritaba “acción”.
Cómo un cuento de terror
Una atmósfera lúgubre atraviesa los 90 minutos de la película. La frialdad del paisaje industrial, el delirio de Trevor que no entiende de sueño y de vigilia y la desolación incolora de los espacios que habita -incluso, su propio pellejo- repelen y mantienen una tensión constante muy propia de un mundo de otra época -o incluso otro mundo- que es el que imaginó Scott Kosar, pero que bien podría haber salido de un cuento de Dostoievski o una película de Hitchcock.
El mismo guionista lo reconoció en una entrevista. “La idea de un operario, un hombre que trabaja con maquinaria pesada muy peligrosa, que se encuentra fatigado como el personaje y no ha dormido en un año, tiene una tensión perversa que creo que a Hitchcock le hubiera gustado”, explicó una vez terminado el rodaje. Luego contó que la fotografía, trabajo de Xavi Giménez, también ayudó en la construcción de ese clima: “La forma en que Xavi lo filmó se siente como quizá una novela de Kafka o de Dostoievski más que otra película que yo haya visto”.
Los personajes también fueron trabajados con esa tónica, una especie de anacronismo para un 2004, una nueva era, más cerca del imaginario futurista que del pasado de los libros de la primera mitad del siglo XX. Para la construcción de Trevor, Bale además se entregó a la lectura de varios de los célebres cuentos de terror de Edgar Allan Poe y de una obra de Dostoievski.
Los Ángeles en Barcelona
Si bien la historia de Reznik transcurre en Los Ángeles, la película fue rodada en España. “Nadie pensó cuando leímos por primera vez El Maquinista que la íbamos a filmar en Barcelona. Era simplemente el último lugar”, reconoció Bale. “No sé si dice algo de los Estados Unidos, pero para hacer que se viera como en Estados Unidos, filmamos en las peores áreas de Barcelona”, agregó después con algo de ironía.
Desde la producción, lo más difícil del desafío fue lograr que la ciudad europea luciera como el sur californiano. “En cada locación, cada día en un espacio exterior -por muy bien elegido que estuviese-, había que hacer una intervención bastante grande como para que hasta el espectador estadounidense creyera que había sido rodado en la costa oeste de Estados Unidos”, explicó Alain Bainée, director artístico del proyecto. Así, cada cartel callejero, cada placa y cada indicio vernáculo debió ser intervenido. “Tengo la reputación de haber sido un obsesivo con esta filmación, pues fui la persona que vigiló cada pequeño detalle”, agregó.
Para el rodaje tampoco se construyeron escenarios especiales ni falsos decorados, aspecto que impactó en el resultado. “Muchas de las locaciones no eran ‘rodables’, lo que se dice ‘rodables’ en el término cinematográfico. Estábamos un poco obligados por lo que encontrábamos”, explicó Giménez. Por su parte, Anderson destacó la gran predisposición de Bale a filmar en espacios “imposibles” como el sistema de drenaje catalán, donde termina el film.
“Cuando vi la ubicación y vi todos los túneles perdiéndose en la distancia, sentí que era el lugar donde él termina. Debía terminar en las alcantarillas, en un foso”, recordó el cineasta. El lugar estaba plagado de ratas y suciedad. “No fue fácil firmar en el drenaje. Para mostrar el compromiso de Trevor, el de Christian, le ofrecimos que usara botas de hule especiales, pero él se negó, así que corrió en una corriente de desperdicios sin ningún tipo de protección”, explicó Anderson, y agregó que jamás hubiese permitido tales extremos, pero que en esta ocasión sirvieron para “contar una gran historia”.
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