El mal no existe, una gran película japonesa que funciona como una virtuosa partitura musical
El gran cineasta japonés fue premiado en Venecia por esta película magnética y cargada de lirismo que aborda entre otros temas el creciente fenómeno del glamping
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El mal no existe (Evil Does Not Exist, Japón/2023). Dirección y guion: Ryusuke Hamaguchi. Fotografía: Yoshio Kitagawa. Edición: Ryusuke Hamaguchi y Azusa Yamazaki. Elenco: Hitoshi Omika, Ryô Nishikawa, Ryûji Kosaka, Ayaka Shibutani, Hazuki Kikuchi, Hiroyuki Miura. Duración: 106 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
En el capitalismo contemporáneo, detrás de cada síntoma de evolución puede haber un negocio. Ryûsuke Hamaguchi pone esta hipótesis en perspectiva a través de una película lírica y sugestiva que propone un tiempo para definir un espacio.
El negocio potencial es en este caso el del glamping, un fenómeno global en auge que combina la experiencia de acampar al aire libre con el lujo y las condiciones propias de los mejores hoteles del mundo. Y el espacio, una pequeña aldea de la zona de los Alpes japoneses cuya escasa población debe decidir si permitir o no que una empresa turística cambie la lógica y la fisonomía del lugar.
Según compañías que se dedican a estudiar el mercado turístico como Grand View Research y Market Research Future, el glamping movía 2350 millones de dólares en 2021 y podría triplicar esa cifra para 2030. Es una tendencia que ha llegado a muchos países asiáticos, entre ellos Japón, siempre un destino turístico apreciado.
En la película, que compitió por el León de Oro en el Festival de Venecia y terminó ganando allí el Gran Premio de Jurado y el de Fipresci, el desembarco de dos personas relacionadas con un proyecto algo improvisado quiebra la armonía de un pequeño pueblo situado en un paisaje imponente.
Muy pronto, esa pareja de visitantes inesperados se encuentran con Takumi, un trabajador de la zona que ha quedado viudo y vive con su pequeña hija en un ambiente que puede volverse hostil para un urbanita pero cuya magia y singular belleza quedan reveladas en la película a partir de un notable trabajo de puesta en escena. Los encuadres, la luz, el sonido y las actuaciones de El mal no existe están en buena sintonía. Su magnetismo está íntimamente relacionado con esa maquinaria muy aceitada.
Hamaguchi es sin dudas un cineasta talentoso y versátil: ha filmado una variación de Vértigo, el clásico de Alfred Hitchcock (Asako I & II, de 2018), una cautivante y exitosa adaptación de la literatura de Haruki Murakami (Drive My Car, de 2021) y hasta unas crónicas rohmerianas desplegadas en una deliciosa suite cinematográfica (La rueda de la fortuna y la fantasía, de 2021).
Con El mal no existe, un título deliberadamente ambiguo que refleja los claroscuros de la historia que cuenta la película, este director japonés de 45 años que se ha ganado en buena ley el estatus de autor, aborda un tópico muy actual como la ecología evitando toda tentación panfletaria. Y va más allá, escarbando en la moral de unos personajes que, lejos de estancarse, van asumiendo cada oportunidad de aprendizaje y enfrentándose con dignidad a limitaciones y adversidades.
Hay muchos temas que circulan por el relato, en un rango amplio que va de la vocación a los menesteres de paternidad, de la ambición al orgullo, de la ceguera autoinducida a la toma de conciencia. Hamaguchi los integra en una obra que no casualmente nació vinculada a un concierto de Eiko Ishibashi, habitual socia de un paladín de la música alternativa, el norteamericano Jim O’Rourke. El mal no existe funciona como una partitura virtuosa, casi perfecta.
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