El largo camino de la reina Isabel II como celebridad: una historia que registra sorprendentes transformaciones
La imagen de la soberana en la pantalla y en contacto con las grandes figuras y modas del entretenimiento mostraron una evolución inesperada: en los últimos tiempos dejó de ser una persona distante
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De todos los retratos de la vida y los tiempos de Isabel II de Inglaterra que escribirá la historia a partir de este momento, seguramente el que va a despertar mayor curiosidad a escala mundial tendrá que ver con su indiscutible condición de celebridad. Un título quizá inesperado, seguramente ganado contra la voluntad de una soberana que protegió la mayor parte del ejercicio de su larguísimo mandato bajo una fortaleza de reserva y distanciamiento.
Los sucesivos retratos que la pantalla (del cine en formato tradicional a las series en la actual era del streaming) hizo de la reina procuraron ante todo, como acaba de señalar con agudeza Sarah Lyall en The New York Times, acercarse a todo ese misterio y tratar de explicarlo. Desde esa perspectiva se convirtió en “objeto irresistible de toda clase de imaginativas conjeturas”.
Hacer hablar a Isabel II debe haber demandado un esfuerzo colosal de parte de quienes escribieron guiones de ficción con ella como protagonista. Sobre todo porque siempre tenían enfrente la poderosa y colosal presencia de una figura real que desde su silencio lograba dejar siempre en suspenso cualquiera de sus representaciones.
¿Quién podría afirmar que Emma Thompson, Olivia Colman, Helen Mirren o Claire Foy, más allá de la cercanía fisonómica, expresan el retrato más fidedigno de una de las personalidades más influyentes y decisivas de todo el siglo XX y lo que va del actual? En todo caso, todos esos silencios (desde los cuales también podría escribirse la memoria entera de un reinado tan extenso) dejaron abiertas las líneas luego cubiertas por la imaginación de los creadores del cine y la televisión.
La misma reserva que llevó a la reina a no convalidar y en principio tampoco a refutar cualquiera de esos retratos se fue transformando con el tiempo en otra cosa. En uno de los tramos decisivos de la película La reina (2006), de Stephen Frears, vemos a Helen Mirren escenificar el momento en el que Isabel II se convierte por primera vez en un personaje que interpela al público con su propia voz y no desde una representación artística.
Es el instante en que se acerca a saludar a algunas de las personas consternadas por la trágica muerte en 1997 de Lady Di, la otra gran figura de la monarquía británica en el siglo XX representada de todas las maneras posibles en el espectáculo. Quizás a partir de ese momento empieza a resquebrajarse esa coraza infranqueable que separaba a la casa Windsor del resto de los mortales, como lo muestra a la perfección en distintos tiempos históricos la trama de la serie The Crown.
La cumbre de esa sigilosa transformación, hecha bajo las reglas y los modales de una de las monarquías más longevas de la historia mundial, aparece a finales de julio de 2012 cuando la reina acepta por fin representarse a sí misma en el tramo más visto y más festejado de la inolvidable ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres. Elige hacerlo nada menos que junto a James Bond, que no solo es la expresión máxima de la identidad británica que reconoce el mundo entero gracias al cine.
Además de custodiar ese patrimonio, Bond tiene la misión de cuidar a la reina y velar por su seguridad. Que Isabel II haya aceptado prestarse a una puesta en escena que la muestra, por ejemplo, arrojándose en paracaídas protegida por los fuertes brazos de 007, quien la aleja así de un eventual peligro, reivindica en términos simbólicos a la soberana y la presenta en un escenario mucho más cercano a la sensibilidad del hombre común. Aunque se trate de un juego, de una pequeña aventura ficticia, divertida e inverosímil, el gesto encolumna afectivamente a todos los británicos alrededor de su reina.
Isabel II hizo aquella vez algo más, que pareció minúsculo pero tuvo enorme significación para todo lo que ocurrió después. Aceptó el convite solo si la dejaban decir unas palabras. Pocas, pero más conectadas con la historia de James Bond que con la suya propia. Y hasta podríamos decir que esa suerte de “humanización” (por decirlo de manera muy exagerada y gráfica) se cierra con una nueva y más reciente aparición de la reina junto a otro personaje que identifica la sensibilidad de los británicos y llega además a todas las generaciones, el osito Paddington.
Es allí donde aparece por fin, desde el prisma del entretenimiento, una manifestación real y auténtica de Isabel II que contrasta con tantas y tantas personificaciones que se hicieron de su figura desde todas las facetas imaginables: dramas históricos con pretensiones fidedignas de lo que realmente ocurrió, obras musicales, piezas teatrales, relatos biográficos situados en distintas etapas de su existencia, novelas y hasta un sinfín de parodias.
De estas últimas, seguramente la más difundida (aunque poco familiar para el espectador argentino promedio) es la que hizo el músico y comediante estadounidense Fred Armisen en el programa de TV Saturday Night Live. Muchos recuerdan, en tanto, los chistes directos protagonizados por una gran imitadora de la reina (la actriz británica Jeannette Charles, de extraordinario parecido físico con ella) en La pistola desnuda (1988) y Austin Powers en Goldmember (2002).
El lado más serio de todas estas representaciones se concentra en la figura del guionista y dramaturgo británico Peter Morgan, que empezó a observar y a diseccionar a Isabel II desde el guion de La reina en 2006. Luego llevó al personaje del cine al teatro con The Audience. La obra se estrenó en el West End en 2013, con Helen Mirren de vuelta en el mismo papel que le brindó desde la pantalla otra clase de coronación, la del Oscar. Dos años después, mientras Mirren la llevaba a Broadway, The Audience volvía a Londres con otra gran actriz, Kristin Scott Thomas, personificando a la reina.
Morgan redobló la apuesta un año después transformando a Isabel II en un personaje de largo aliento. Del teatro, la reina pasó al mundo de las series. En The Crown, una de las señales de la consolidación definitiva de Netflix como motor de la primera gran era del streaming, la historia de la reina se extiende en el tiempo y, por esa misma razón, se hace más compleja desde el retrato psicológico, social y hasta político.
The Crown se convirtió en la mejor y más completa guía para descubrir a Isabel II, desde la juventud (representada por Claire Foy) a la madurez que aportó con excelencia Olivia Colman en la última temporada conocida hasta ahora. El retrato final de la reina quedará ahora en manos de Imelda Staunton en las últimas dos temporadas, a partir de ahora esperadas con una expectativa mucho más grande a la de cualquier otra serie de próximo estreno. La quinta llega pronto, en noviembre. Netflix deberá agradecerle al destino. El regreso de The Crown le servirá para ganar el próximo round de la batalla del streaming y revitalizar su lugar en medio de una durísima competencia.
Apenas anunciada el último jueves la muerte de la reina, Morgan definió a The Crown como una “carta de amor” hacia ella. Y dijo que la producción y el rodaje de la sexta y última temporada quedará interrumpida por un tiempo. “No hay nada que agregar en este momento, solo silencio y respeto”, señaló. Pero inclusive en medio del luto conviene tener en cuenta lo que el muy bien informado sitio de información hollywoodense Deadline señaló en ese momento: Netflix venía considerando desde hace tiempo el eventual impacto en la serie del fallecimiento de la reina.
La curiosidad por saber cómo podría hablarse desde la ficción de una película o una serie sobre la vida de Isabel II no se limita al tramo final de su vida. Es posible que a partir de ahora también haya productores, creadores y artistas dispuestos a viajar mucho más atrás en el tiempo, hacia la infancia y la juventud. En ese sentido seguramente empezará a verse con otros ojos la película El discurso del rey (2010), también premiada con el Oscar y disponible en HBO Max. Allí vemos a una muy joven princesa Isabel, testigo de la compleja situación personal y política que atraviesa su padre, el rey Jorge IV, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Y lo que pasa inmediatamente después de la guerra, en tanto, queda reflejado en otro retrato poco conocido de la entonces princesa Isabel, el largometraje Un escape real (2015, disponible en Amazon Prime Video), suerte de comedia de enredos que juega con lo que pudo haber pasado cuando la futura reina decide sumarse de incógnito a los festejos por la victoria aliada en 1945.
Ese jovial y tierno momento compartido con Paddington cerró para la reina un camino en el que, sin dudarlo, algunas perspectivas y comportamientos terminaron alterándose por completo. La aparición final de Isabel II junto a un personaje surgido de la imaginación artística nos deja impresa para siempre en la memoria la imagen de una soberana dispuesta a romper los rígidos protocolos de la corona para pasar un momento distendido con alguien a quien los británicos adoran. Después de verla tomando el té con el osito más querido (por lo menos en todo el mundo anglosajón) empieza a quedar cada vez más lejos ese retrato de Isabel II como una soberana distante, desconfiada, insensible frente a todo lo que pasa fuera de su propio mundo privilegiado.
Aquella reina muda que trata de un modo áspero y casi despectivo a Lady Di en Spencer (2021), de Pablo Larraín empieza a desvanecerse en el imaginario colectivo. Ahora la vemos como una nonagenaria vital que cumple con todo lo que se espera de ella y como si fuera poco hasta se permite algún gesto sensible, fuera de programa.
Queda por ver, más allá de las pantallas, lo que significó en la esfera musical la conversión de Isabel II en alguien capaz de tener voz y presencia propia (y personal) en acciones conectadas con el mundo del entretenimiento. Muy lejos quedó ese tiempo en el que expresiones tan contestatarias como el punk británico de los 70 la atacaban sin piedad (Con el “God Save the Queen” de los Sex Pistols como bandera) por todo lo que representaba como imagen de la cuestionada institución monárquica. Casi un choque frontal entre culturas antagónicas.
De a poco las relaciones se fueron suavizando junto con la incorporación a la lista de caballeros del Imperio Británico de distinguidas figuras del rock y otras expresiones que en algún momento llegaron a mirar de soslayo a la monarquía. Solo la reina Isabel II podía avalar la adjudicación de ese título a figuras como Mick Jagger, Paul McCartney, Ringo Starr, Elton John y Rod Stewart, entre otros.
Este recorrido consiguió en los últimos tiempos lo imposible: que el propio cuartel general de la monarquía se convirtiese en bastión del acercamiento cada vez más visible entre algunas de las expresiones más difundidas del entretenimiento masivo (con la música popular como gran protagonista) y la institución monárquica representada en Isabel II, una figura capaz de despertar en la gente una corriente de simpatía completamente inesperada e impensada no demasiado tiempo atrás.
No podía ser otro que Queen el baluarte de este cambio. Ver a Brian May tocar “God Save the Queen” desde el techo del Palacio de Buckingham en 2002 y recrear la experiencia en junio pasado, ahora en las alturas del monumento a la Reina Victoria, para inaugurar el megaconcierto de homenaje a los 70 años del reinado de Isabel, constituye el símbolo perfecto de una especie de nueva alianza entre la monarquía (y su principal exponente, la reina) y el espectáculo masivo en sus múltiples facetas.
De todas las imágenes que recorrieron el mundo desde el jueves, algunas de las que despiertan más interés tienen que ver con las galerías de personajes famosos (artistas, músicos, celebridades del cine y la televisión) que saludan con respeto reverencial a Isabel II dejando de lado por un momento en ceremonias de riguroso protocolo el escaso apego que algunos de ellos suelen tener por esta clase de formalidades.
Entre todas esas fotos hay una que adquiere en estas horas un valor sobresaliente. Se tomó el 29 de octubre de 1956 en ocasión del estreno en Londres, patrocinado por la Corona, de un documental sobre la batalla del Río de la Plata, el episodio bélico más dramático de la Segunda Guerra Mundial ocurrido en las costas más cercanas a la Argentina. Allí, una muy joven Isabel II saluda a las celebridades presentes en ese encuentro, entre ellas a Marilyn Monroe, que a primera vista parece demasiado escotada para lo que exige el protocolo. Esa imagen inauguró toda una vida de retratos, experiencias y acontecimientos alrededor de la figura de Isabel II como celebridad global. Ese apasionante recorrido a través de siete décadas queda a partir de ahora queda en manos de la historia.
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