El joven Frankenstein: Mel Brooks, Gene Wilder y el choque de egos que estuvo a punto de hacer volar una gran película por los aires
Se estrenó en 1975 y quedó en el podio de las más exitosas de ese año en Estados Unidos, superada solo por Tiburón e Infierno en la torre; y aunque no fue la primera parodia cinematográfica, sí marcó el camino de lo que vendría después
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Todavía hoy, muchos especialistas aseguran que El joven Frankenstein es la mejor película de Mel Brooks, y razones no le faltan. Aun cuando se deba tener en cuenta que su rodaje fue una verdadera pulseada creativa entre el director y su protagonista, Gene Wilder, quien había sido el auténtico artífice de la idea; y que en más de una oportunidad por esos años, se sintió traicionado.
La historia de El joven Frankenstein comenzó mucho antes del primer día en que se terminó el guion y se gritó “acción”. Dos años antes de ese momento, Mel Brooks filmaba Locuras en oeste, película en la que Gene Wilder tenía un pequeño papel. Inspirado por un guion que no era más que una parodia al género del western, en los descansos del rodaje Wilder comenzó a imaginar cómo sería adaptar esa misma idea al terror, tomando como base la Frankenstein de los estudios Universal -la de Boris Karloff-, y la andanada de secuelas que vinieron después. Aunque, si uno se pusiera quisquilloso, diría que la inspiración de esta comedia tiene más que ver con El hijo de Frankenstein, la película de 1939 protagonizada por Basil Rathbone, Boris Karloff y Bela Lugosi, cuya historia también giraba en torno a un descendiente del científico original que volvía al castillo familiar.
Abrevando de aquí y de allá, Gene Wilder tuvo listo el primer tratamiento, que llamó El joven Frankenstein. Y aunque su sueño era dirigirlo, no se sentía con la seguridad necesaria (lo haría recién al año siguiente con El hermano más listo de Sherlock Holmes), por eso le pidió a su agente que comenzara a ofrecer el proyecto. Nunca pensó en Brooks pero, casualidades del destino, aquel agente era el mismo del realizador, así que se lo mostró, y este enseguida vio el potencial y se sumó. El problema es que no era una película de Mel Brooks, era una película Gene Wilder; por lo tanto, el choque de talentos (y de egos) generó durante todo el proceso previo al rodaje, una buena cantidad de chispazos, que estuvieron a punto de hacer volar todo por el aire.
Reinventar un clásico
Mel Brooks leyó atentamente las 150 páginas que conformaban el guion de Wilder, y como quien no quiere la cosa las bajó a 123, argumentando que de otro modo sería una película de dos horas y media de duración. También se encargó de agregarle todo tipo de gags de cosecha propia, muy a tono de su impronta, pero bastante alejados del espíritu del original. Claro que Wilder no se la iba a hacer fácil, después de todo, era su guion. El tira y afloje entre ambos en esa primera etapa fue intenso, con el actor incluyendo una cláusula por la cual Brooks no podía aparecer en el film, como era su costumbre. También hubo dudas sobre la autoría del trabajo final que, previa decisión salomónica de la Writers Guild of America, quedó a nombre de ambos.
En su biografía, el protagonista de El joven Frankenstein recuerda uno de los momentos más ríspidos de negociación, que en realidad no fue tal: “Era la escena en la que el doctor Frankenstein presenta al monstruo ante la alta sociedad con un número musical, ambos vestidos de esmoquin. ‘Te has vuelto loco’, me dijo Mel. Nos pusimos a discutir a grito pelado y yo le insistía una y otra vez que la escena iba a funcionar, y él no paraba de decirme que no. Hasta que de repente me dijo: ‘Ok, la haremos’. Yo no entendía nada. Luego me explicó que me había puesto a prueba, que solo iba a filmar esa escena si veía que yo creía en ella, y era capaz de defenderla a cualquier precio”. El momento en cuestión, donde el monstruo y el doctor bailan y cantan “Putting on the Ritz”, todavía hoy es un ícono de la historia del cine, gracias a la improvisación de Peter Boyle en el estribillo.
Marty Feldman (Igor), Peter Boyle (el monstruo), Madeline Kahn (Elizabeth), Cloris Leachman (Frau Blücher), Teri Garr (Inga), y hasta un irreconocible Gene Hackman como el ciego, conformaron el apretado pero brillante elenco de la película. El joven Frankenstein se filmó durante 54 días en los estudios de la Fox y de la MGM. Y aunque hoy no quedan dudas de que es un guion brillante, en su momento costó que los estudios más grandes se interesasen por el proyecto. El estilo de humor y la exigencia de que se filmara sí o sí en blanco y negro, asustó a varios ejecutivos, que la veían como una película destinada al fracaso.
El primero que apostó, pero poco, fue Columbia, que le ofreció a Mel Brooks un presupuesto total de 1.700.000 dólares. El realizador les contestó que por menos de tres millones era imposible hacerla y dio el portazo; más realista, Gordon Stulberg, presidente de 20th Century Fox, vio lo que otros no, aceptó las exigencias y dio luz verde al rodaje.
De ahí en más, todo fue rendirse a un equipo técnico y actoral, que estaba dispuesto a aportar lo que fuera necesario para hacer una película única. Vayan algunas muestras: en la escena en la que Inga y Frederick encuentran los cráneos, la mayoría de las calaveras eran auténticas; el cambio de lado de la joroba de Marty Feldman fue idea del actor, que lo hacía a propósito y sin que nadie se diera cuenta para desconcertar a sus compañeros; el remate de la visita a la casa del ciego (“Vuelve, que iba a hacer un espresso”) fue improvisación de Gene Hackman, y generó tantas carcajadas que quedó en la edición final.
También otras situaciones que alimentaron la película casi por azar. La más recordada estuvo relacionada con el gag “Walk This Way”, cuando se conocen el Igor y el Dr. Frankenstein en la estación de tren, y el primero lo hace bajar una escalera agarrando su bastón. A Mel Brooks le parecía un chiste bastante estúpido, y quería sacarlo del guion, pero al ver la reacción de los técnicos decidió dejarlo. No solo con el correr de los años se convirtió en uno de los momentos más recordados de la película, sino que inspiró a Steven Tyler en tiempos de Aerosmith para componer el tema homónimo, luego que en un alto de una gira, la banda se reuniera para ver el film.
Aunque el clima de rodaje de El joven Frankenstein era distendido, también se trabajaba muy en serio. El maquillador William Tuttle -colaborador habitual de Brooks pero también responsable de series como La dimensión desconocida o El agente de Cipol, y películas como Las 7 caras del Dr. Lao o Estación Polar Zebra- fue quien trabajó codo a codo con Peter Boyle para lograr una máscara que no asustara, pero que a la vez no traicionara la imagen del original. El profesionalismo de Tuttle fue tal que exigió que el tono de la cara fuera verde, al igual que era el de Karloff, algo que no se podía apreciar siendo una película en blanco y negro. Pero insistió y se salió con la suya.
Lo mismo sucedió con la escena icónica de la creación de la criatura. Cuando todavía estaban en etapa de preproducción, Brooks descubrió que el técnico Ken Strickfaden, quien había construido la máquina del laboratorio de la Frankenstein original, todavía tenía en el garaje de su casa el equipo. El realizador lo fue a visitar y le alquiló todo, además de ponerlo en los créditos a modo de reconocimiento.
Problemas de último momento
Terminado el rodaje, El joven Frankenstein estuvo a punto de no estrenarse al no poder cumplir el calendario propuesto por el estudio. Y es que cuando Mel Brooks se sentó en la mesa de edición descubrió que tenía más de tres horas de material. A pesar de su experiencia, le llevó seis meses poder condensar, eliminar o acortar los numerosos gags que tenía la película (trabajando codo a codo con Wilder). Diversas fuentes aseguran que se montaron dos versiones del film, la estrenada en cines de 106 minutos, y una segunda que superaba los 120.
¿Fue El joven Frankenstein la mejor película de Mel Brooks? Es posible. ¿Fue la mejor de Gene Wilder? Sin lugar a dudas. Cuando todavía el género parodia no estaba tan extendido, ambos hombres decidieron trabajar desde la creación, que no es lo mismo que desde la imitación. Por eso, vista medio siglo después, la película todavía conserva intactos los atributos que la convirtieron en ícono de una generación y de un estilo de hacer humor. Gracias a dos hombres que se unieron para brindar una obra que hiciera reír de la manera más genuina que fuera posible. Y en el camino, reafirmar una manera de hacer cine, a fuerza de ideas. Y de talento.
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