El hombre de las mil caras
Personaje dentro y fuera de la pantalla, está al frente de Primer Plano Group
La vida de Pascual Condito se parece demasiado a una película y mucho más desde que decidió inmortalizar esa pasión en su brazo derecho. Se arremanga la camisa para exhibir el tatuaje del niño de Cinema Paradiso examinando un trozo de celuloide con la inscripción El cine+mis hijos=Mi vida. En ese símbolo se encierra una obsesión fortísima que es vocación, sueño cumplido y fuente de gratificación permanente para este calabrés que hoy es, desde Primer Plano Group, uno de los principales distribuidores de cine de la Argentina y que desde 1997 despliega sostenidamente su otra afición: actuar en películas argentinas. Con el reciente estreno de El camino de San Diego , de Carlos Sorín, llegó a su decimoséptima aparición en las pantallas grandes. Allí hace de Pascual, el encargado de un quiosco en una estación de servicio de provincia. En Sofacama , de Ulises Rosell, todavía en cartelera, hace de barman y aguarda el estreno de Cara de queso , de Ariel Winograd, donde interpreta a un padre judío, de Las mantenidas sin sueño , de Vera Fogwill, donde personifica a un acomodador e incluso el de una experiencia internacional, la coproducción ítalo-francesa (filmada en la Argentina) The Golden Door , de Emanuele Crialese, donde juega un papel que conoció desde niño: el de inmigrante.
"Filmar es mi momento de paz y actuar es mi pasatiempo", confía Condito (58 años, tres hijos; el menor, Nicolás, de 15 años, actor como él, desde los 12). Está en su oficina atestada de objetos: una colección de gorritos con inscripciones, fotografías y afiches, objetos, recuerdos y premios. Para él, situarse con frecuencia del otro lado del mostrador (regularmente atiende a directores que le piden que distribuya sus films o que participe en la producción, como últimamente hizo con las realizaciones de Juan Taratuto, Fito Páez y Tatiana Martiniuk) es cada vez menos un pasatiempo.
Por sugerencia de Mirta Busnelli, el hombre ya estudió un par de años en el taller de actuación de Norman Briski. "Al principio tuve que vencer la vergüenza que me daba", dice y asegura que la experiencia le terminó gustando porque lo familiarizó con ciertas leyes de la actuación fílmica. "Entendí que era más importante pensar en la escena que en el texto. Comprendí lo importante que era poder improvisar, ser natural, olvidarse de las cámaras", despliega y admite que ahora exige una paga por sus participaciones. En 2005 fue nominado en el rubro Actor Revelación por su actuación en El perro , de Sorín. "Primero tomé la noticia como una más, pero con el correr de los días me enganché y estaba seguro de que iba a ganar. Cuando escuché que el premio era para Adrián Navarro y no para mí, sufrí bárbaramente. A mí me pareció muy bueno mi trabajo en esa película. Espero otra oportunidad en los Cóndor. No se olviden de mí", ironiza Condito.
El singular actor que ya trabajó en pequeños roles con directores de distintas generaciones como Juan José Jusid (el primero que le dio una oportunidad en Bajo bandera ; curiosamente la escena filmada no integró la edición final), Eliseo Subiela, Alejandro Agresti, Santiago Carlos Oves, Marcelo Mangone y Ana Katz, afirma que descubrió el cine, de una vez y para siempre, a los 7 años cuando vivía en Boulogne y concurría con asiduidad a los cines Súper y Belgrano, de esa localidad. Tenía 7 años y poco tiempo antes, en 1953, había llegado con su familia de Italia, gracias a los planes inmigratorios del peronismo de entonces. Era un chico que volvía loco a su padre con sus incorrecciones. "Me convertí casi en un pandillero, robaba objetos familiares para canjearlos por entradas. Más adelante para poder entrar en los cines, repartía volantes de publicidad por el barrio. En realidad, ya soñaba con ser actor", cuenta y agrega que en su mira estaban actores como Humphrey Bogart, James Caan, Hugo del Carril, Luis Sandrini o Anthony Queen. Cuando lo inscribieron como pupilo en un colegio religioso pasó por alto los muy útiles oficios que proponía la currícula, pero tocó el cielo con las manos cuando le encargaron que consiguiera películas para exhibir en funciones escolares. Ahí anduvo por primera vez por las distribuidoras, fascinado por los materiales de promoción, como afiches y fotos de cine extranjero o argentino, una colección cuantiosa que todavía atesora. De a poco fue descubriendo en detalle el negocio de la exhibición y la distribución, donde cumplió con todos los escalafones: controlador, combinador, inspector, hasta que en 1978 instala su primera distribuidora importante: Italsur. Y desde entonces avanza y retrocede en la actividad, al vaivén propio de las idas y venidas del país. "En 2001 estaba quebrado y ahora me entusiasma poder decir que he renacido", expresa Condito, cuyas hijas, Rosa y Luciana, también trabajan a su lado en la distribuidora de Riobamba y Lavalle.
Personaje del cine nacional, Condito define así su actividad actual: "Vender cine argentino por el mundo, en festivales o donde sea. Cuando ubico una película en algún país extranjero, siento una satisfacción tremenda. Por mí, por los directores y por la Argentina". Condito tiene numerosos proyectos, como, por ejemplo, armar una colección del mejor cine italiano, como homenaje a su país de origen y en la que no deberá faltar el film que más amó en su vida, Rocco y sus hermanos , de Luchino Visconti. También piensa seguir actuando en cine ("Pero no dirigir. Eso no", se ataja) y, si lo llaman, también en teatro. Y, en especial, juntar en un guión cinematográfico los pasajes más aventureros e increíbles de su vida. Y si alguna vez esa vida de película se convirtiera en película, estará dedicada a su padre, "porque si bien él y mi madre no pudieron cambiar su propia historia, me enseñaron todo como para que yo pudiera cambiar la mía".