El gran Capra
No hace falta que lo sugiera el almanaque -ayer se cumplieron diez años de la muerte de Frank Capra- para que se justifique el recuerdo de este realizador de origen siciliano que fue uno de los grandes maestros de la comedia norteamericana. No la comedia mordaz como la que cultivaron Ernst Lubitsch y Howard Hawks, sino aquella más esperanzada en la que puso de manifiesto su ingenio humorístico y su fe en la naturaleza generosa del hombre.
Capra nació en Palermo en 1897, pero a los 6 años ya estaba en California, donde su padre trabajaba en la cosecha de cítricos. Para pagarse la educación vendió diarios y tocó el banjo antes de lograr, en 1918, un título que lo habilitó para ser instructor de mecánica en el ejército. No tuvo oportunidad de frecuentar el mundo sofisticado de sus futuras comedias; en cambio, vivió en carne propia los problemas del hombre común, el que sería protagonista de la mayoría de sus films. En el universo personalísimo que Capra fue definiendo en su cine se evidencia la constante contraposición entre una naturaleza buena y una civilización malvada. Su personaje es el hombre común y de sentimientos puros, que renuncia a la corrupción del dinero y repudia las artimañas mezquinas de los políticos para afirmar los principios de la honestidad, la sinceridad, la solidaridad. En medio de la propuesta evasiva de la comedia, él encontró el espacio para colar una visión de la realidad cotidiana. Sin perder la sonrisa, claro.
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Le llevó algún tiempo abrirse paso en Hollywood. Desempleado al final de la guerra, se las arregló para ganar unos pocos dólares vendiendo libros de puerta en puerta o sacando provecho de su fortuna y su astucia en mesas de póquer. Sólo en 1922 consiguió su primera paga por la dirección de un corto sobre Kipling en San Francisco. Lo que le hizo comprender que ignoraba casi todo del oficio y lo llevó a emprender la carrera desde abajo, como aprendiz en un laboratorio. De ahí pasó a los estudios como montajista y más tarde como "gagman". Trabajó para el cómico Harry Langdon, al que dirigió en tres films tan aplaudidos que encendieron la envidia del actor y le valieron un despido en 1927. Le vino bien: aunque su primera experiencia (la primera también de Claudette Colbert) fue un fracaso ("For the love of Mike"), los dos tendrían su revancha siete años después: "Lo que sucedió aquella noche" los cubrió de premios Oscar. A partir de entonces Capra filmaría títulos memorables, de "El secreto de vivir" y "Caballero sin espada" a "Vive como quieras", "Arsénico y encaje antiguo" o "Qué bello es vivir".
Sorprende comprobar qué oportuna sigue siendo la agudeza con que, por ejemplo, los dos primeros films exponen la corrupción de los políticos o la inmoralidad de los medios de comunicación. Por algo, a diez años de su muerte y a más de cincuenta de su período creativo más brillante, el cine de Capra continúa siendo tema de análisis, y no siempre para celebrarlo. Uno de esos recientes trabajos, "Frank Capra´s American Dream", producido por Tom y Frank Capra Jr., sugiere que hay mucho de autobiográfico en sus películas y entrega el retrato de una personalidad conflictuada y compleja. Este Capra se funde con tres de sus criaturas: Mr. Deeds (Gary Cooper en "El secreto..."), Mr. Smith (James Stewart en "Caballero...") y John Doe (Cooper en "Y la cabalgata pasa"). Y mezclando la ficción con episodios de la vida del cineasta, sugiere que también a él, hombre común como sus personajes, el repentino acceso al éxito y la fama, metas del sueño americano que tanto examinó, casi lo conducen a su propia destrucción.