El francotirador: caos, tensiones y un actor agonizante para una película salvaje e inolvidable
Estrenado en 1978, cuando el trauma de la guerra de Vietnam lastimaba a la sociedad estadounidense, el film tiene trabajos formidables de Robert De Niro y Christopher Walken, premiado con un Oscar por su papel
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Los efectos de la interminable guerra en Vietnam fueron devastadores para la sociedad estadounidense. Y el cine de Hollywood obviamente se ocupó de reflejar ese enorme trauma, particularmente en los años 70, cuando se estrenaron grandes películas como Taxi Driver, Apocalypse Now, Regreso sin gloria y El francotirador, cuyo rodaje estuvo plagado de épica y momentos muy difíciles.
Ya desde la etapa de concepción del proyecto las cosas fueron complicadas. A pesar de que el tema de los efectos colaterales de la guerra exorcizados a través de la ficción estaban en boga en el cine estadounidense, a Cimino le costó mucho conseguir financiación para su película. La encontró en un lugar impensado: el gigante discográfico EMI, que invirtió 7 millones y medio de dólares y se asoció con Universal para que esa compañía aporte la otra mitad del presupuesto a cambio de los derechos de distribución de la película en Estados Unidos. No fue un mal negocio para nadie: además de ganar cinco premios Oscar (película, director, actor de reparto, montaje, sonido), El francotirador (que en Argentina se puede alquilar en Apple TV+) recaudó en taquilla 50 millones de dólares, más del triple de lo que había costado.
Después de muchas idas y venidas, Cimino tuvo entonces un presupuesto y una fecha de inicio de rodaje: 17 de marzo de 1977. También tenía el título de su película, pero le faltaba algo esencial que, aunque suene insólito, en más de una oportunidad falta en los inicios de proyectos de gran envergadura de Hollywood: un guion.
En busca de una historia
Había una base -una historia escrita a cuatro manos por un profesional ignoto (Louis Garfinkle) y un actor (Quinn Redeker) cuyo antecedente más notable era haber participado en algunos capítulos de la serie cómica Los Tres Chiflados-, pero a Cimino solo le interesaba de esa historia una idea en especial, sugerida en el título del guion: ”El hombre que vino a jugar”.
El juego al que aludía ese título era el de la ruleta rusa. Con esa premisa que lo seducía como disparador, Cimino terminó escribiendo -con otro colaborador, Deric Washburn- el guion definitivo de El francotirador. Cuando lo tuvo listo decidió firmarlo solo, pero el arbitraje del Sindicato de Guionistas norteamericano terminó imponiendo la presencia de los demás autores, que obviamente reclamaron de inmediato cuando se enteraron de la mala jugada del cineasta.
Las verdaderas raíces de la película se encuentran en Los mejores años de nuestra vida, film de William Wyler que contó las amargas historias de muchos de los soldados que lograron volver a casa después de la Segunda Guerra Mundial, ninguno de ellos completamente indemne, claro. Tanto en esa película como en El francotirador, tres veteranos del ejército norteamericano intentan reintegrarse a un entorno social del que estuvieron ausentes por años y que, justamente por la influencia de la guerra, había cambiado completamente.
La singularidad de la película de Cimino tiene que ver con el estilo que el cineasta le impuso, marcado por el el alarde desbocado de libertad que siempre caracterizó a su cine. Ningún veterano de Vietnam reconocería a la guerra que presenta formalmente El francotirador como algo cercano a lo que había vivido en la realidad. Los episodios bélicos del film son en verdad bastante similares a los de otra gran película de esos años, Deliverance, de John Boorman, donde el asunto central era la supervivencia de un grupo de amigos -tres, para ser más exactos- en un entorno hostil.
En El francotirador ni siquiera están tan presentes, como sí ocurre en la mayoría de los films sobre la guerra en Vietnam, la explosión de sexo, drogas y rock and roll con la que los americanos calmaron sus ansiedades y depresiones en los años oscuros del conflicto. El tema principal de la película, de hecho, es una melodía sentimental de aroma italiano que Cimino le encargó al inglés Stanley Meyers.
Cambio de planes
El primer actor que Cimino eligió para el papel que terminaría convirtiéndose en uno de los más celebrados de la gran carrera de Robert De Niro fue Roy Scheider, en aquel momento famoso por su rol protagónico en Tiburón. Pero Universal le negó la posibilidad a Scheider. Los ejecutivos de la compañía prefirieron que el actor se concentrara exclusivamente en la segunda parte del clásico de Steven Spielberg (una continuación, por cierto, de resultados muy inferiores a los de su antecesora).
Al productor Michael Deeley se le ocurrió que una buena alternativa era De Niro, en la cresta de la ola por los exitazos de Taxi Driver y El Padrino II. Cuando recibió el guion, De Niro quedó sorprendido: había varios pasajes que eran apenas esbozos, o apuntes sueltos del tipo “Escena 10: Todos bailan”. La carpeta que le mandaron venía con una imagen elocuente en la tapa, eso sí: un ciervo muerto atado sobre el capó de un Cadillac blanco.
Pero el actor estaba muy centrado en su próxima película en sociedad con Martin Scorsese, Toro salvaje, que finalmente haría en 1980, dos años después de El francotirador, y sería también uno de sus mayores hits. Fueron la convicción y el voluntarismo de Cimino los que inclinaron la balanza para que De Niro se decidiera. Al poco tiempo ya estaba recorriendo con el director unos 150 mil kilómetros de los Estados Unidos para conocer los diferentes pueblos industriales que inspiraron al escenario urbano de El francotirador. Frecuentando bares de obreros, tomando cerveza y jugando al billar con ellos fue como pudieron darle forma al protagonista de la historia. Y en ese largo periplo encontraron también a Chuck Aspegren, un verdadero trabajador siderúrgico que interpretó el papel del poco refinado Axel en la película, su única experiencia en cine. De Niro cambió su permiso para manejar de Nueva York por uno para hacerlo en Pensilvania y también obtuvo una licencia para cazar en ese estado, con la idea de familiarizarse todo lo posible con el contexto donde se desarrollaría el relato.
El resto del elenco que armó Cimino era, deliberadamente, de más bajo perfil: John Savage, con el aval escaso de una incipiente carrera televisiva, un Christopher Walken que también daba sus primeros pasos en la industria, y George Dzunda, por entonces un desconocido. El único integrante del reparto con reputación aparte del protagonista era John Cazale, pero cuando estaba por empezar el rodaje se le diagnosticó un cáncer óseo en fase terminal. Los productores quisieron sacarlo del proyecto, pero la presión de la novia de Cazale, una muy joven Meryl Streep que también estaba en el elenco, y la propia decisión de Cimino de mantenerlo a toda costa impidieron la expulsión. Pero hubo que reorganizar la filmación en función del riesgo inminente que amenazaba la salud del actor, que de hecho murió antes del estreno del film.
En lugar de instalarse en Tailandia para rodar las secuencias de Vietnam durante el verano norteamericano y volver a Pensilvania para filmar las escenas de caza en otoño, como estaba previsto inicialmente, Cimino alteró el orden y empezó en Estados Unidos para tener a Cazale lo menos deteriorado que fuera posible. Se rodó también en Washington, Ohio y Virginia, y con retazos de distintas locaciones en esos lugares (una iglesia de aquí, un bar de allá) se fue confeccionado el pueblito siderúrgico de la película, Clairton.
Venados, cachetadas y adrenalina
El cambio de fechas implicó que los actores tuvieran que moverse con ropa de invierno en uno de los veranos más calurosos que se recuerden en esas zonas de Estados Unidos. Todo el equipo técnico trabajaba en shorts y ropa ligera, mientras el elenco sufría en carne propia el sofocante peso de la ficción. Los actores transpiraban tanto que había que apurar constantemente cambios de vestuario. Y el departamento de arte se la pasó volviendo marrón el follaje verde de los árboles en esa época del año.
Para colmo, después de haber atravesado el calvario del calor agobiante, el equipo de El francotirador tuvo que tolerar de golpe un frío glacial. La caza de ciervos del film se rodó a 1.500 metros de altura en los Apalaches, con temperaturas muy bajas. El presupuesto empezó a agotarse y los problemas se hicieron moneda corriente. La producción sólo consiguió unos cervatillos de criadero y Cimino se enfureció: “Habrá una revolución en los cines si matamos a Bambi”, protestó. La solución fue drástica: dos venados fueron transportados en avión desde un coto de caza alejado del lugar del rodaje y hubo que utilizar la fuerza de treinta hombres para acarrear las jaulas hasta la altura de la montaña donde se filmaba.
La etapa de Tailandia no fue menos caótica: al llegar en plena temporada de viento monzón, las tormentas obligaron a suspender muchas jornadas, hubo una epidemia de bronquitis y sufrieron accidentes de consideración un técnico y una fotógrafa. Se tomó la decisión de dejar Bangkok e instalarse en el norte del país, pero al llegar allí el equipo se enteró de que estaba a apenas cien kilómetros de un grupo numeroso de hombres armados que se había rebelado contra el golpe militar que tomó el poder en Tailandia en 1976.
Con todos esos peligros acechando, De Niro y Savage debieron concentrarse para rodar una escena muy peligrosa que exigía tirarse al río Kwai desde un helicóptero. Cimino quería una toma lo suficientemente cercana como para que usar dos dobles no fuera la mejor opción, así que los actores debieron convertirse en auténticos héroes. ¡Y lo hicieron! La escena fue realmente dramática: en plena filmación, el helicóptero se dañó y empezó a tambalearse, los actores efectivamente se tiraron al río desde una altura muy poco recomendable y Cimino, fiel a su perfil de cineasta salvaje, consideró que con todos esos inconvenientes la toma tenía la energía que justamente necesitaba, así que la consideró hecha.
Pero la secuencia más difícil de todas fue la que, de hecho, es la más famosa de la película: el electrizante juego de la ruleta rusa que deben enfrentar los personajes de De Niro y Walken cuando son atrapados por el Vietcong. Todavía hoy persiste el rumor de que De Niro sugirió volver la escena “más real” poniendo una bala en el cargador de la pistola que se usó. También se dice que fue él quien le pidió a Cimino que uno de los soldados vietnamitas abofetee al personaje de Walken, algo que no aparecía en el guion y que tomó completamente por sorpresa al joven actor. La venganza fue terrible: tampoco estaba indicado en el guión que Walken debía escupir a De Niro en la cara como lo hizo en esa escena violenta y frenética, justificadamente famosa por la tensión insoportable que transmite.
Walken reconocería muy pronto que filmar El francotirador con De Niro se convirtió para él en una experiencia inolvidable, y de hecho fue premiado con un Oscar por su trabajo en la película. Su salto a la fama, uno de los primeros papeles realmente importantes y elogiados de Meryl Streep (había debutado un año antes del estreno de El francotirador con un rol secundario en Julia, donde ya había llamado la atención), la última película de John Cazale, la confirmación de que De Niro era un fuera de serie… Son muchas las particularidades que transformaron a El francotirador en una película inolvidable. Además de capturar con mucha eficacia el estado de ira y confusión de una sociedad golpeada por la insensatez de otra guerra inútil, el film de Cimino pasó a la historia como una aventura legendaria. Y toda la adrenalina que se desplegó mientras se filmó también se respira al verlo. Quizás ese sea una de las claves de su poder abrasivo.
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