El extraño: el imperdible thriller australiano inspirado en un caso real que es furor en Netflix
El film escrito y dirigido por Thomas M. Wright se erige como un respiro entre el didactismo del true crime y consigue construir una atmosfera de suspenso y horror con muy pocos -pero acertadamente utilizados- recursos
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El extraño (The Stranger, Australia, 2022). Guion y dirección: Thomas M. Wright. Fotografía: Sam Chiplin. Montaje: Simon Njoo. Música: Oliver Coates. Elenco: Joel Edgerton, Sean Harris, Ewen Leslie, Jada Alberts, Matthew Sunderland, Steve Mouzakis, Alan Dukes. Duración: 117 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
En un viaje de regreso a la región oeste de Australia, Henry Teague (Sean Harris) entabla una casual conversación con Paul (Steve Mouzakis), ocupante del asiento lindante en el avión. De barba poblada y grisácea, con sus ojos bien abiertos y algo tensos por la obligada inquietud aérea, Henry observa y escucha. A veces contesta. La charla esconde tras su pretendida distensión la gesta de un vínculo, el germen de la confianza. Al final de la conversación, Paul le ofrece a Henry un trabajo, una tarea incierta en una organización criminal dedicada a operaciones secretas que involucran el traslado de paquetes, un férreo código de silencio y suculentos pagos en efectivo. Pero sobre todo la confesión de todos los secretos. No importa lo que haya hecho, lo que oculte en su prontuario, lo importante es que ha llegado la oportunidad de confesarlo.
En esos primeros minutos, el australiano Thomas M. Wright cifra las claves de su película: un clima asfixiante y perturbador, un horror epidérmico que se desliza en los encuentros de los personajes, en sus silencios compartidos, en esa espesa penumbra que parece invadir los encuadres. Cuando el policial como género parecía hundirse en el didactismo del true crime y en la repetición paródica de su propia iconografía, El extraño consigue una sorprendente pureza de esa tradición, la definición de una narrativa firme, que no descansa, que se afirma en la mente de los personajes y en la negrura que exhalan sus más terribles pensamientos.
La próxima cita de Henry será con Mark (Joel Edgerton), quien lo recoge en un cruce del camino y le presenta algunos lineamientos de la organización, elípticos, estratégicamente incompletos. Fracturado en dos tiempos convivientes, el relato revela el supuesto pasado criminal de Henry, investigado por el secuestro y asesinato de un menor en la región de Queensland, y la condición de policía encubierto de Mark, hombre clave para recoger las pruebas de la culpabilidad del sospechoso. La sospecha es la que une al espectador con las imágenes, pero en su textura la relación entre esos dos extraños, íntimos y quizás enemigos, se entreteje a partir de una exquisita confección.
Edgerton consigue condensar en su mirada vacía la inevitable percepción de la oscuridad que lo rodea, la ansiedad que deviene de su profesión, que invade cada encuentro con Henry, las palabras dichas y silenciadas, las miradas suspendidas. Muy pocas veces el cine supo lograr un miedo semejante con tan pocos recursos: dos hombres en escena, el límite entre la sospecha y la confianza, las mudas consecuencias de esa transgresión.
Sean Harris confirma la singularidad de su presencia como actor, no solo con su ambigua fisonomía y el abismo contenido en su mirada, sino la maciza convicción de su poder hipnótico. Henry está siempre fuera de nuestra vista, en el asiento del acompañante, en la cornisa del encuadre. Desde el comienzo late en su presencia la tensa ambigüedad del tiempo que lo contiene: quien fue y quien es, brutalidad y sumisión, la suma de todos sus nombres. Reniega de la violencia y admira las armas, alude a una esposa postrada en una habitación de su casa, baila con entrega y devoción. La compleja relación entre Mark y Henry se despliega en una narrativa audaz, poliédrica, heredera del discurso neutral del true crime –el caso policial está inspirado en un hecho real pese a que se cambiaron los nombres de los involucrados- y de la estilizada estética del terror psicológico.
El cine australiano ha enraizado, desde los años de la nueva ola con nombres como Peter Weir, George Miller o Fred Schepisi, los miedos de su sociedad en un pasado cito en la naturaleza y las tradiciones, en las culpas ancladas en un origen silenciado, en una matanza impune. El universo de El extraño recoge los ecos viscerales de ese pasado sumergido, los contornos amenazantes de una naturaleza nocturna, el peso asfixiante de una civilización que intenta controlar excesos y apresar anomalías. Son interesantes los ecos de la investigación en la vida doméstica de Mark, quien comparte con su hijo algunos días de la semana, y cuyos juegos y conversaciones se tiñen de peligro y misterio, de partículas de esos sueños que quiere domesticar como los daños colaterales de su trabajo encubierto.
Todos los límites de la película se tornan difusos, su admirable efectividad radica en el manejo de ese tono que impregna de horror el universo del policial, de ocultamientos los insistentes reclamos de honestidad, de peligro los persistentes acercamientos íntimos en busca de confianza. Todos son extraños, respecto de los otros y de sí mismos, al igual que nosotros mientras queremos descubrir lo que siempre estuvo ante nuestros ojos.
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