El efecto Martha Mitchell: la historia detrás de la mujer que anticipó la verdad sobre el caso Watergate, pero fue condenada al olvido
Un corto documental disponible en Netflix pone el foco en una figura clave dentro del escándalo que terminó con la renuncia del entonces presidente estadounidense Richard Nixon
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“Estoy convencido de que si no hubiera sido por Martha, el Watergate no habría existido”. La declaración de Richard Nixon al periodista David Frost en la célebre entrevista de 1977 es uno de disparadores del corto documental estrenado en estos días en Netflix como recordatorio del 50° aniversario del escándalo político que terminó con la presidencia de Nixon. El efecto Martha Mitchell recoge no solo los sucesos de aquellos años, sino también el fenómeno que dejó el tratamiento institucional y mediático de la figura de Martha Mitchell, quien se consideró una presa política de aquella administración republicana.
Tras la revelación del espionaje comandado por su marido, el exfiscal general John Mitchell y entonces director de la campaña por la reelección de Nixon, Martha fue encerrada en su casa, espiada en sus conversaciones privadas, tildada de loca y alcohólica ante la opinión pública, con el objeto de acallar lo que tenía para decir sobre el asalto al comité demócrata cometido el 17 de junio de 1972. Ese fenómeno, hoy tildado popularmente como gaslighting, consiste en hacerle creer a alguien que la verdad es una construcción de su creencia, y con el tiempo demostró que Martha Mitchell había sido uno de los personajes silenciados en aquellos sucesos que cambiaron la historia de Estados Unidos.
La investigación de los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, reveló las explícitas conexiones de la Casa Blanca con el espionaje en el comité demócrata, y la posterior acusación a John Mitchell por el supuesto robo en el que estuvo involucrado el detenido James McCord, guardaespaldas bajo las órdenes del ex fiscal general, demostró la participación directa del hombre de confianza del presidente. El revuelo erosionó la credibilidad de la administración Nixon y al mismo tiempo derrumbó la base de la campaña cimentada en los ideales de ley y orden. En ese derrotero público, la figura de Martha Mitchell funcionó apenas como una nota de color: la esposa extravagante del fiscal que se paseaba por los medios con peinados y atuendos llamativos, decía lo que no debía y se había vuelto demasiado indiscreta con las insinuaciones sobre el escándalo del Watergate. Nunca fue considerada una pieza clave en el descubrimiento de la verdad, ni una jugadora central en el devenir de los acontecimientos. Su muerte trágica apenas un año después de la salida de Nixon del poder cimentó el olvido de su nombre. Martha Mitchell se convirtió en uno de los personajes malditos de la historia del Watergate.
Sin embargo, el documental dirigido por Anne Alvergue y Debra McClutchy recoge el interés por la figura de Martha que asomó hace algunos años, a partir del podcast Slow Burn, producido para la revista Slate por el periodista Leon Neyfakh, en cuyo primer episodio titulado “Martha” exploraba la compleja participación de Mitchell en los célebres sucesos de comienzos de los 70. Aquel hallazgo de Neyfakh regresa en este año, al cumplirse 50 años del asalto al complejo Watergate en Washington que disparó el escándalo, porque es la base de la nueva serie de Starz, Gaslit, protagonizada por Julia Roberts y Sean Penn como el matrimonio Mitchell. En sintonía con ese aniversario, el corto documental de Netflix resulta apenas un aperitivo de lo que promete Gaslit, pero permite acceder a las imágenes de aquel tiempo, comprender la magnitud de la exposición mediática de Martha Mitchell, la incomodidad que generó en Washington en un tiempo en el que las esposas no debían ser más que anfitrionas de cenas y recepciones, sin entrometerse en los asuntos públicos de sus maridos.
En apenas 40 minutos, y bajo la excusa de ofrecer una posible definición del “efecto Martha Mitchell”, el documental comienza con el triunfo de Richard Nixon en 1968, un tiempo convulsionado por los recientes asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King, la resistencia de la población a una guerra tan prolongada como Vietnam y un estado de inquietud e incertidumbre respecto al devenir de la Guerra Fría. John Mitchell había sido un abogado exitoso en Nueva York, casado en segundas nupcias con Martha Beall, convertido de la noche a la mañana en Fiscal General de la Nación y en uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos. Proveniente del estado de Arkansas, Martha se reveló como una personalidad atractiva ya desde su desembarco en el círculo presidencial de Washington, llamativa por su movimiento en la ciudad, su relación estrecha con la prensa, y por sus opiniones sobre los temas más espinosos.
Para Nixon, cuyo lema compartido con sus colaboradores había sido “elige a la esposa correcta”, Martha resultaba un hueso duro de roer, una amenaza en potencia, un “misil sin guía” como llegó a llamarla el propio Mitchell. Y esa actitud desenvuelta y extravagante la llevó a sortear los protocolos, entrar en los espacios prohibidos para las mujeres hasta entonces, y lanzar las opiniones más controvertidas. En uno de los viajes que compartió con el presidente y su comitiva le dijo a uno de los periodistas que ella no quería contestar preguntas sobre cenas y ceremoniales sino sobre asuntos de importancia. “¿Qué opina sobre la guerra de Vietnam?”, la interrogó entonces el cronista. “¡Apesta!”, contestó Martha y llegó a la tapa de todos los diarios.
La relación matrimonial de los Mitchell mantuvo un tenso equilibrio hasta el año 1972 en el que el fiscal dejó su cargo oficial para volver a cumplir el rol de director de campaña, en este caso para la relección. Martha se sumó a ese esfuerzo con ímpetu y dedicación: tenía una oficina propia en el comité de campaña, personal a cargo, y comandaba muchas de las iniciativas que buscaban asegurarle a Nixon un segundo mandato. Para entonces el presidente ya grababa todas sus conversaciones en la Casa Blanca, inquieto por el creciente temor de tener un espía infiltrado entre los suyos. En las conversaciones entre Nixon y su jefe de gabinete H.R. Haldeman, registradas entre 1971 y 1973 y desclasificadas tiempo después, el nombre de Martha Mitchell aparece mencionado más de cien veces. Una y otra vez el presidente expresa su inquietud sobre la figura de Martha, el peligro de sus declaraciones, y el riesgo que implica para su administración. Lógicamente su alarma se agudizó después de la detención de cinco hombres por el allanamiento al complejo Watergate, entre los cuales se encontraba el agente de la CIA James McCord, ex guardaespaldas del matrimonio Mitchell y jefe de seguridad del comité de campaña republicano.
La noticia apareció en los diarios y sorprendió al matrimonio Mitchell de campaña en California. Apenas recibió la novedad de la detención de McCord, John Mitchell regresó de inmediato a Washington. Martha quedó varada en la costa oeste, custodiada por un agente del FBI, y el disgusto por el abandono de su marido y el descubrimiento de la trama que hasta entonces se le había ocultado la impulsó a realizar llamadas comprometedoras a sus amigos de la prensa. A partir de entonces comenzó un plan sistemático para evitar que filtrara cualquier información, evitando su conexión con el exterior, sedándola por supuestos ataques de nervios, manteniéndola cautiva fuera de la mirada pública. La resistencia de Martha se hizo feroz a partir de entonces: se consideró una presa política, acusó a su marido de querer internarla y dijo ante el que quisiera escucharla que Nixon no podía desconocer los sucesos del Watergate. Sin embargo, el gobierno fue efectivo en su estrategia de apartarse del escándalo, continuó con la campaña y logró la relección del presidente dejando atrás el mal trago. Sin embargo, la verdad no tardaría en salir a la luz.
La explosión del caso Watergate luego de las revelaciones de los periodistas del Washington Post coincidió con la separación del matrimonio Mitchell y la versión vox populi de la supuesta locura de Martha. Pese a ello, la confirmación de la participación de la Casa Blanca en el espionaje demostró que las declaraciones públicas de Martha tenían fundamentos. “Martha tenía razón” podía leerse en los carteles de varios de sus seguidores en cuanto evento público aparecía, confirmando que aquello que declaraba desde la detención de McCord y sus cómplices no era una invención de su mente afiebraba. El espiral del escándalo obligó a Nixon a renunciar y amenazó a John Mitchell con una condena por conspiración, perjurio y obstrucción de la justicia por más de 30 años, que finalmente quedó reducida a 19 meses por razones de salud. Después de su renuncia, Nixon fue indultado por su sucesor, Gerald Ford. A partir de entonces Martha comenzó a revelar cómo había sido tratada en los días álgidos del escándalo: drogada, maniatada, secuestrada para mantenerla en silencio. “¿El país se pondrá en orden ahora? ¿Ya superamos lo del Watergate?”, le preguntaba un periodista días después de la caída del presidente. “Ojalá nunca lo superemos porque, de alguna manera, fue bueno que pasara. Le enseñamos a los políticos a ser correctos y no corruptos”.
No obstante, el nombre de Martha Mitchell se perdió como una anécdota en la vorágine de la historia. Década tras década la memoria de su decisivo accionar en la revelación de la verdad quedó desdibujada. Se la siguió tildando de alcohólica, ridícula y poco fiable por su resistencia a amoldarse a los cánones de la época destinados a las esposas de los políticos y por su negativa al encubrimiento. Cuando su marido fue condenado, incluso se atrevió a soltar una humorada: “Podría haber sido peor que ir a la cárcel, me podrían haber obligado a volver con Martha”. La noticia quedó entonces reducida a un escándalo de alcoba entre el fiscal y su mujer, un hecho privado en el que el caso Watergate fue apenas un coletazo. Pero el tiempo le dio a Martha su lugar, en su funeral una inmensa coronaba rezaba: “Martha tenía razón”. Las grabaciones registradas en el Salón Oval confirmaron después la seriedad con la que el presidente y su equipo sí habían temido a Martha puertas adentro. Y con el correr de los años su personaje emergió tras los prejuicios y las bufonadas para convertirse en una figura clave en la anunciación de la verdad, aquella que todos habían querido ocultar.
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