“El corte del director”: de Los magníficos Amberson a El padrino III, la batalla por recuperar la película soñada
La Liga de la justicia de Zack Snyder recuperó una tradición olvidada en Hollywood, la de permitirle a un director estrenar su visión original del film, sin las modificaciones impuestas por la compañía.
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El estreno del corte de Zack Snyder de La Liga de la justicia volvió poner en el imaginario de los espectadores esta idea de reencontrarse con una nueva versión de una película ya vista. Por motivos comerciales o artísticos (o ambos), el negocio de los largometrajes reestrenados bajo el rótulo del “corte del director”, no es una práctica reciente en Hollywood. Casi desde el inicio del cine, fueron muchas las causas que llevaron a determinados films a ser relanzados con modificaciones sustanciales. A continuación, un repaso por los ejemplos más emblemáticos de ese ejercicio que le permitió a Snyder concretar la versión definitiva de su título más conflictivo.
La prehistoria de la historia
Las idea de un largometraje con varias versiones tuvo un primer ejemplo prácticamente en la prehistoria de Hollywood. Cuando D. W. Griffith, uno de los padres del cine clásico, estrenó Intolerancia en 1916, nació de manera casual el fenómeno de los distintos cortes. En el caso de ese título, cuando luego de su estreno no dio las ganancias esperadas, Griffith ejecutó un plan que muchos cineastas luego entendieron como un vicio peligroso, y que consistía en seguir editando el film para nuevos lanzamientos, con el objetivo de pulir (o creer pulir) al máximo la maquinaria narrativa. La estructura de ese largometraje, basado en cuatro segmentos auto conclusivos, le permitió al director no solo modificar su pieza, sino incluso reestrenar esos segmentos como si se trataran de mediometrajes independientes. Intolerancia originalmente duraba 210 minutos. Sin embargo, actualmente se encuentra una copia gratuita en internet de pésima calidad y con una versión de tres horas, mientras que otra de calidad óptima, editada en bluray por el sello Cohen, dura 168 minutos.
El Napoléon de Abel Gance, otro clásico del cine mudo, también sufrió el contar con mil y un cortes. La ambiciosa película estrenada en 1927, cuenta actualmente con más de 25 versiones registradas, cuyas duraciones pueden ir desde poco más de dos horas a más de 400 minutos, y entre los muchos editores que trabajaron en algunas de las versiones se encuentran próceres como Henri Langlois, o Francis Ford Coppola. Los Napoleonófilos (si disculpan la invención del término) siguieron con verdadera pasión cada una de las versiones lanzadas en formato doméstico, proyecciones especiales o festivales de cine.
En muchos aspectos, ese film encapsula todas y cada una de las causas que pueden esconderse detrás de un nuevo montaje, desde cuestiones comerciales, pasando por restauraciones o el afán completista de cinéfilos que rastrean el material perdido, con el fin de completar el metraje original como si se tratara de un álbum de figuritas. En esa categoría, es imposible no mencionar el hallazgo de Fernando Martín Peña y Paula Félix- Didier en 2008, cuando encontraron una versión completa de Metrópolis, la película de Fritz Lang de 1927. Luego de décadas de exhibirse internacionalmente una edición incompleta, y mientras incluso en Alemania se habían resignado a encontrar el material perdido, apareció en el Museo del Cine de Buenos Aires una versión con todas las escenas originales. Ese hallazgo inmediatamente fue considerado uno de los más importantes en la historia del cine.
Una de las razones por las que existen distintas versiones de una misma película tiene que ver con quién es “el dueño” de una película. Durante buena parte de la era de oro de Hollywood, y con apenas un puñado de excepciones, el propietario de la obra era invariablemente el estudio, que podía imponer modificaciones sustanciales a una película ya que los directores eran empleados a sueldo, como lo eran guionistas, técnicos y actores.
El “corte final” era una prerrogativa que pocos artistas lograban arrancarle a sus empleadores en esa época, y quizá el más famoso de los cineastas en sufrir las consecuencias de no retenerlo fue Orson Welles, con su segundo film, Los magníficos Amberson. Welles siempre estuvo asociado al mundo de las versiones perdidas, ediciones restauradas y demás, y con ese proyecto recibió una de las mayores traiciones de su carrera. A mediados de los 40, tras su consagración con El ciudadano, deja el film concluido con una duración de 132 minutos, y emprende un viaje laboral a Brasil.
Pero en RKO no estaban felices con resultado final, y le ordenan a otro director (el tristemente célebre Freddie Fleck) que filme nuevas escenas y haga un nuevo montaje de la historia. De ese modo, la productora retoca brutalmente el corte original y el resultado es un puzzle incomprensible de apenas 88 minutos, que fracasó en taquilla, y en el que apenas se vislumbra la mirada formal de Welles. El material descartado fue algo así como el Santo Grial para varias generaciones de arqueólogos de la cinefilia, que buscaron obsesivamente el metraje perdido con la intención de completar Los magníficos Amberson como Welles lo hubiera querido. “Era una película mucho mejor que El ciudadano, si se hubieran limitado a dejarla como estaba” expresó Orson en su vejez, demostrando que esa herida lejos de cicatrizar, sangraba como el primer día.
Los casos italianos
Puede que pocas películas haya sido víctima de tantas censuras y reversiones como Saló, o los 120 días de Sodoma. La mítica pieza de Pier Paolo Pasolini estrenada en 1976 es un ejercicio extremo por parte del autor con el fin de remover el avispero de la comunidad italiana (y mundial). Fiel a su esencia, Pasolini orquestó un verdadero tour de force, en el que un grupo de jóvenes se ve sometido a un desfile de atrocidades, en el seno de una microsociedad fascista.
Pedofilia, coprofagia, tortura y sadomasoquismo son apenas la punta del iceberg de esta pieza que demostró como ninguna otra el rabioso impacto que puede lograr la imagen cinematográfica. Debido a su contenido, la película fue censurada o directamente prohibida en muchos países, y hasta se la acusó de promover la prostitución. Con el paso del tiempo, la existencia de una versión original se alzaba como una leyenda que pocos habían visto. Eventualmente, el film comenzó a distribuirse sin retoques, y en la actualidad se puede encontrar sin censura de ningún tipo.
Una película más extensa de lo habitual (si es que algo así existe) es otra causa que puede llevar a las productoras a abreviar la duración de un largometraje. Por ese motivo, muchos realizadores se ven obligados a cortar el contenido de su obra. Y eso le sucedió a Sergio Leone con Érase una vez en América. La épica gánster tuvo una versión inicial de 250 minutos, una experiencia maratónica que a los ejecutivos no entusiasmó. El italiano presentó entonces una segunda versión de 229 minutos, y si bien fue esa la que se estrenó en Europa, en los Estados Unidos llegó una aún más reducida de apenas 139 minutos (en donde obviamente, se deshilachaba por completo la trama). En Rusia, quizá el caso más extraño, se reeditó la película de manera cronológica, eliminando los flashbacks y convirtiéndolos simplemente en el comienzo de la trama. Finalmente, el legado de Leone tuvo revancha y la versión original de Érase una vez en América se materializó en el Festival de Cannes de 2012, en donde se presentó con su duración de más de cuatro horas.
La venganza de los directores
Poco a poco, a comienzos del siglo XXI, los festivales de cine se convirtieron en el marco ideal para recuperar versiones originales de piezas que habían sufrido recortes en su estreno. De ese modo, The Big Red One, de Samuel Fuller o Las puertas del cielo, de Michael Cimino, llegaron nuevamente a la pantalla grande con fragmentos inéditos. Otros ejemplos como el de El exorcista, que se reestrenó con escenas inéditas en cines, también confirmó la llegada de una tendencia. Y es que la buena respuesta del público frente a la posibilidad de encontrarse con la “versión del director” de un título ya visto, dio pie a más reestrenos, y con el mercado del DVD aceitando la compra de películas para consumo doméstico, se abrió una puerta que décadas antes era totalmente impensada.
Durante la primera década de este siglo hubo un verdadero desfile de largometrajes que llegaron a DVD con duraciones extendidas, y más interesante aún, es que en muchos casos no se trataba de películas clásicas o con varias décadas a cuestas, sino de estrenos recientes. De golpe, las productoras encontraban un doble negocio a disposición, porque lanzaban los films en cine, y para el formato doméstico se guardaban algunas escenas descartadas que luego llegaban bajo el rótulo del “corte del director”.
La trilogía que popularizó esta tendencia fue El señor de los anillos, cuyas películas gozaron de maratónicas ediciones extendidas (Peter Jackson repitió el mismo ejercicio poco tiempo después con King Kong). Pero otras piezas mucho menos taquilleras, también encontraron en la lógica del “corte del director” no solo una forma de libertad creativa, sino también de una segunda vida comercial. De esa manera se relanzaron en DVD (y en algunos casos puntuales también en cine) títulos como Soy leyenda, Donnie Darko, Das Boot, Brazil, Dogma, Avatar, El abismo, Watchmen, Alexander y El reino de los cielos. En este rubro, mención aparte merece George Lucas, cuya obsesión por mejorar y pulir hasta lo insoportable su trilogía original de Star Wars, dio pie a relanzamientos que en muchos aspectos, deslucían el encanto artesanal de la versión original.
Dentro de esa moda, una de las propuestas más atractivas fue la de Apocalypse Now Redux, cuya segunda versión enriqueció notablemente la pieza de Coppola, agregándole poco más de cuarenta minutos que intensifican esa idea del film no como una historia de guerra, sino como la guerra en sí misma. Pronto fueron muchos los autores entusiasmados con esta tendencia, y las productoras ávidas de exprimir algunos títulos, dieron luz verde a nuevas versiones de clásicos de culto. Los dos ejemplos más importantes de esto, fueron el corte de Richard Donner de Superman 2, y el relanzamiento doméstico de Blade Runner, que presentó un lujoso pack que contó no con una ni con dos, sino con cinco versiones del film.
El refugio de Zack Snyder
Eventualmente, el furor por las versiones del director perdió impulso. Probablemente, el descenso en la venta de películas ante la popularidad de los servicios de streaming tuvo mucho que ver con esa práctica. La única excepción reciente a esa norma, fue el relanzamiento de El padrino III, con algunos retoques que a Francis Ford Coppola le impidieron realizar a su estreno en 1990. Entonces, frente a este panorama, resulta notable que La Liga de la justicia de Zack Snyder haya atraído tanto la atención. Detrás de este nuevo corte se esconde la historia de un director al que le impidieron finalizar su obra, y cuyos fans lucharon incansablemente por exigirle a Warner que “liberara” la versión original. De ese modo, ese film marca el regreso de una tradición que duró poco, pero que aún es arma de redención para muchos realizadores.
Sin embargo, resulta poco probable pensar en reencontrarse con supuestas versiones nunca lanzadas de películas como El club de los cinco, America X, Duna, o una presunta versión de cuatro horas de El ascenso de Skywalker (que muchos sueñan ver algún día en Disney+). De momento, ese sector de la cinefilia obsesionado con esos y otros cortes, no tendrá más remedio que seguir esperando.
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