El conjuro: el matrimonio Warren revisa sus archivos para volver a espantar a los fanáticos del terror
La tercera entrega de la exitosísima franquicia de investigaciones paranormales de los personajes interpretados por Vera Farmiga y Patrick Wilson llega este jueves a las salas de cine abiertas en el país
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Si los protagonistas películas de terror vieran películas de terror podrían aprender algunas cosas elementales que seguramente les salvarían la vida, como que nunca se deben investigar ruidos inexplicables en lugares oscuros o que cuando un niño dice que hay “alguien” en la casa jamás se trata de su “imaginación hiperactiva” o que tuvo “una pesadilla”. Los personajes, sin embargo, no logran retener estas reglas básicas y, aunque estén habitando la secuela de una secuela, siguen cometiendo los mismos errores potencialmente fatales. Como algunas pocas otras películas previas, El conjuro (2013) desarma las características afrentas del terror al instinto de supervivencia más elemental con una buena idea: los protagonistas son “demonólogos”, investigadores del mundo paranormal y, por lo tanto, es su trabajo confrontar a quien flota en el aire mientras habla en lenguas en lugar de salir corriendo a toda velocidad en la dirección contraria.
Dirigida por James Wan, director y productor de El juego del miedo, uno de los bastiones del vilipendiando torture porn que ya va por su novena secuela -acaso una tortura en sí misma-, El conjuro no crea ningún nuevo tropo terrorífico sino que, más bien, parece dedicada a dotar de renovado ímpetu cada uno de los que ya existen y que dieron forma a nuestros miedos colectivos. Así, los pasos sobre el piso de madera, los sótanos negrísimos, los placares entreabiertos, los espejos que reflejan presencias inesperadas o las caras monstruosas que surgen repentinamente de la oscuridad son recargados por la dirección dinámica e imaginativa de Wan y vuelven a ser efectivos. El realizador australiano recupera con maestría un viejo recurso explotado hace más de medio siglo particularmente por las películas de la compañía británica Hammer, que consiste en provocar miedo con la anticipación del miedo, es decir: se envían todas las señales que indican que algo espantoso está por suceder y luego se retrasa todo lo posible ese suceso que, incluso, puede finalmente no ocurrir.
El correcto desciframiento del espectador de los signos ominosos hace que la espera del susto sea mucho más exasperante que el susto mismo: el principio de la bomba de tiempo explicado muchas veces por Hitchcock pero aplicado al terror. En las tres películas de El conjuro (la tercera entrega se estrena el jueves 10 en las salas que están abiertas en el país) no faltan los menos inspirados sobresaltos acompañados de un incremento del volumen y un ataque sorpresivo de la banda sonora pero incluso éstos están mejor resueltos que en el resto del pelotón de films de terror de cada año. Esta es una película que funciona.
La locación es la más característica de su género: la casa embrujada. Al comienzo del film, la familia Perron se muda a una extraordinaria vivienda que pudo adquirir a un precio de ganga, siempre un pésimo indicio de su seguridad. Cuando la mascota se niega a ingresar a la que casa, ya sabemos todo lo que hay que saber. Más rápido de lo que nadie puede decir “Pazuzu” empiezan las apariciones demoníacas. En consecuencia, entra el escena el matrimonio de Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), detectives de lo oculto, para desentrañar qué diablos está sucediendo. La película los enfrenta a todo el arsenal del plano esotérico: aparecidos, brujas, fantasmas y poseídos por espíritus malvados. Como buenos sabuesos del mundo psíquico, un poco clarividentes y otro poco freudianos, los Warren concluyen que los fantasmas representan la repetición de una escena traumática, en este caso, el asesinato de una hija a manos de su propia madre, y deben impedir que tal acción vuelva a suceder.
Aquello que resulta más inverosímil de la película ocurre al comienzo, cuando se nos dice que está “basada en hechos reales”. En efecto, los Warren son un pareja real de cazadores de fantasmas, en cuyos “archivos” está basado el film (y cada una de las secuelas). Este dúo trabajó en el rubro paranormal desde la década del 50, cuando fundó la Sociedad para Estudios Psíquicos de Nueva Inglaterra, que todavía funciona. Lorraine (quien falleció en 2019) afirmaba ser una vidente con la capacidad de comunicarse con el mundo espiritual, mientras que su marido (fallecido en 2006) ostentaba el título de demonólogo autodidacta. Publicaron varios libros sobre su especialidad y afirmaban haber investigado más de 10.000 casos en su carrera.
La pareja consolidó su fama a principios de la década del 70, cuando fueron los primeros en estudiar los acontecimientos de la más famosa de las residencias embrujadas: la casa de Amityville, donde un hombre sin antecedentes de violencia llamado Ronald De Feo asesinó a escopetazos a toda su familia. En el juicio, De Feo afirmó que escuchaba voces que le ordenaban que ejecutara los disparos. Esta explicación no funcionó como atenuante y actualmente cumple, en los términos del sistema penal norteamericano (que acaso prevea la posibilidad de la vida después de la muerte) seis condenas a cadena perpetua consecutivas.
Los Warren afirmaron haber descubierto evidencia irrefutable de presencias sobrenaturales en la residencia, algo que cimentó el mito y, junto a otras investigaciones, llevó a la realización en 1974 de la más célebre de las películas de terror “basada en hechos reales”: The Amityville Horror (titulada Aquí vive el horror en la Argentina). Aunque todas sus pruebas irrefutables de hechos paranormales fueron refutadas en investigaciones periodísticas, la popularidad del caso catapultó a los Warren al circuito de conferencias, que no excluye a universidades prestigiosas, e incluso llevó a la creación del Museo de lo Oculto, un cuarto en su casa de Connecticut (que aparece representado en El conjuro), donde por el módico valor de una entrada se puede revisar toda su colección de objetos tenebrosos, desde discos de Black Sabbath hasta la muñeca original de Annabelle (que también aparece en el film y ya tiene su propia franquicia).
El matrimonio fue objeto de biografías que, si bien ponen en duda la realidad de sus descubrimientos, no dudan de su honestidad: los Warren no son dos charlatanes impenitentes sino que están convencidos de lo que hacen o, al menos, son muy persuasivos en su rol. En una entrevista para The Daily Beast, Ed Warren afirma haber visto “la levitación de una heladera de 200 kilos” o cómo un vestidor “se elevaba y flotaba varios centímetros por encima del suelo”, entre otras cosas. “Es común”, dice, “que los espíritus diabólicos muevan sin problemas muebles que solo se podrían transportar entre varias personas”. Evidentemente hay un gran negocio esperando para quien pueda reclutar a un poltergeist para una compañía de mudanzas.
El productor Tony De Rosa-Ground cultivó una relación de más de una década con la pareja hasta que logró llevar sus historias a la pantalla. En una entrevista para el sitio Collider.com cuenta que Ed reprodujo en uno de sus encuentros toda su colección de grabaciones con la familia Perron que no solo lo convencieron de la veracidad del caso, sino que dispararon la posibilidad de este film: “Era blanco o negro: o bien Carolyn Perron era una mujer con severos problemas mentales o era alguien mortalmente aterrado que creía en lo que estaba diciendo”. El resto del equipo ensamblado para la realización también tuvo acceso a los archivos de los Warren y, según el productor, todos terminaron creyendo en la realidad del caso, al punto de que los guionistas Chad y Carey Hayes jamás decían el nombre de los demonios en voz alta por temor a invocarlos.
Este conjunto de elementos, es decir, una mitología cautivante y la elevada competencia técnica de la película, convirtieron un proyecto modesto de 20 millones de dólares en un éxito global con una recaudación cercana a los 400 millones. Tras este suceso, inevitablemente los extensos archivos de los Warren dispararon cantidad de secuelas y spin-offs. Actualmente, el CCU (o Conjuring Cinematic Universe, al modo del imperio Marvel) comprende nada menos que nueve films: las dos secuelas de El conjuro, las tres entradas de Annabelle y los films La monja y La maldición de La Llorona.
Cada una de las secuelas de El conjuro retoma la fórmula original: un prólogo con un caso de los archivos de los Warren que desemboca en otro caso, igualmente escalofriante. A la vez, cada uno de los films tiene a otro como referencia. La primera cita a Magia, la película escrita por William Goldman y dirigida por Richard Attenborough con Anthony Hopkins que afirmó el tropo de los muñecos malditos. La segunda mantiene una referencia continua a The Amityville Horror y la tercera, a El exorcista, pero sin llegar a sus extremos, aunque se estrena casi 50 años más tarde. Como es esperable, las virtudes del primer film se fueron diluyendo a medida que se agrandaba la franquicia y esta tercera parte (ya dirigida por Michael Chaves, quien también hizo La Llorona) se siente como una versión bajas calorías de la primera. Esto no quiere decir que no se reserve más de un buen susto bajo la manga.
El conjuro y El conjuro 2 están disponibles en Movistar Play y en alquiler en Google Play Películas y Apple TV. Annabelle y Annabelle vuelve a casa están disponibles en HBO Go. Annabelle: la creación está disponible en Netflix. La maldición de La Llorona está disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play.
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