El club de los vándalos: imágenes memorables y una trama escasa para un homenaje a los motoqueros más icónicos del cine
Austin Butler y Tom Hardy recobran el carisma de James Dean y Marlon Brando en este film de Jeff Nichols que se adentra en el submundo de los clubes de los motociclistas de los años 50 y 60
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El club de los vándalos (The Bikeriders, Estados Unidos/2023). Guion y dirección: Jeff Nichols. Fotografía: Adam Stone. Música: David Wingo. Edición: Julie Monroe. Elenco: Austin Butler, Jodie Comer, Tom Hardy, Michael Shannon, Mike Faist, Norman Reedus, Boyd Holbrook, Damon Herriman y Karl Glusman. Distribuidora: UIP. Duración: 116 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: buena.
“Todos quieren ser parte de algo” dice Brucie (Damon Herriman), integrante del club de motociclistas The Vandals, que recorre las rutas del Medio Oeste de los Estados Unidos generando movimientos sísmicos con los poderosos motores de sus Harley Davidson. Los Vandals son un ecosistema cerrado y no demasiado receptivo a nuevos integrantes, con sus propios rituales y valores, que existe al margen de la sociedad “respetable” de clase media (a los que llaman “pinkos”) y en el que disconformes y excluidos encuentran autoestima y validación.
Tal es el sentimiento que domina en el grupo de personajes que sigue a Johnny (Tom Hardy), un camionero que tras ver El salvaje con Marlon Brando, decidió comprarse una moto y cambiar su estilo de vida. Esa película de 1953 distaba de celebrar a las bandas motorizadas, sin embargo, la figura magnética Brando terminó volviéndose un ícono de esa subcultura, además de que impuso la moda de las camperas de cuero con cierre cruzado que se mantiene hasta la actualidad. Este nuevo film, en cambio, sí es una celebración de lo que llama “la era de oro” de los outsiders en moto, aunque se encarga de marcar una frontera en el momento en que dejaron de ser una expresión de inconformismo para volcarse al crimen.
El origen de la película está en un libro llamado The Bikeriders del periodista Danny Lyon quien, a mediados de los años 60, en el momento de auge del llamado “nuevo periodismo”, realizó una inmersión profunda en la vida y costumbres de un grupo de motociclistas, a los que fotografió y entrevistó extensamente para su volumen. El realizador Jeff Nichols, quien no estrenaba un film desde 2016 (cuando presentó dos: Loving y Midnight Special) consideró que este largo fotorreportaje era uno de los mejores libros con los que se había cruzado en su vida y decidió convertirlo en un largometraje.
Acaso como una consecuencia de este origen, la película es más un conjunto de escenas apenas hiladas que una narrativa fuerte. A través del relato episódico de Kathy (Jodie Comer), la esposa de Benny (Austin Butler), uno de los líderes de los Vandals, saltamos por diferentes tableaux vivants exquisitamente fotografiados de la existencia cotidiana de la banda de motociclistas, que suelen ser una recreación en color y en movimiento de las imágenes en blanco y negro del libro de Lyon.
Con atronadoras explosiones de violencia inesperada y una banda sonora pulsante de la época que incluye a The Animals, The Shangri-Las y Cream, la película se revela abiertamente deudora de la obra de Martin Scorsese, incluso hasta su escena final que parece citar a la de Buenos muchachos. Sin embargo, no funciona del mismo modo. Aunque la fotografía, la música, incluso las interpretaciones centrales de Hardy y Butler canalizando a Brando y a James Dean son irreprochables, todos esos elementos no terminan de cuajar en una película cautivante, sino que se mantienen desarticulados. En este caso, el todo no es más que la suma de las partes.
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