Hasta mediados de los ochenta, el mundo de los jóvenes en el cine estaba algo desfigurado. Los intentos por acercarse a ellos iba desde burdas comedias en la línea Porky´s, pasando por ejercicios de nostalgia idealizada como American Graffiti, o duros relatos como Rebelde sin causa. Lo que unía a todas esas películas, más allá de sus virtudes o defectos, era la falta de adolescentes que parecieran adolescentes, y que no fueran jóvenes transformados en portavoces de las inquietudes de un director adulto. Pero en 1985, el estreno de El club de los cinco reformuló la matriz de ese subgénero. El realizador John Hughes desarrolló y complejizó a través de cinco estereotipos, la agridulce sensibilidad de domina esa etapa de la vida.
Un éxito demorado
John Hughes escribió The Lunch Bunch durante el 4 y 5 de julio de 1982. En esas jornadas de intensa y fluida escritura, creó con precisión a esos jóvenes que respondían a típicos clichés de secundaria, pero que a medida que la trama avanzaba se mostraban como criaturas sufridas, dueñas de mundos internos con miles de matices. El marco del relato era una mañana de sábado en la que cinco estudiantes eran obligados a permanecer en la biblioteca del colegio como castigo por conductas inapropiadas. Estaba "el cerebrito", "la princesa", "el deportista", "el delincuente" y "la freaky", todos amontonados y destinados a establecer quizá más rivalidades que alianzas.
El director le acercó este proyecto y uno más titulado Se busca novio a varias productoras, y fue finalmente Universal la que dio el visto bueno. Pero hubo un cambio de planes, porque los jefes del estudio consideraban que The Lunch Bunch no era un proyecto de mucho atractivo, y tener a cinco personajes charlando durante 90 minutos no era un trabajo fácil para alguien que enfrentaba su ópera prima. Por ese motivo le exigieron que primero mostrara sus credenciales realizando Se busca novio, guion que Hughes había imaginado como su segundo película. De ese modo, la historia de la quinceañera se estrenó en 1984, con el éxito suficiente como para que él pudiera embarcarse, ahora así, en su nuevo largometraje.
El proyecto en ese momento cambió su nombre, gracias al anónimo hijo de un amigo personal. El chico, que solía frecuentar las "detenciones sabáticas" junto con varios de sus amigos, había adoptado el título "The Breakfast Club" para los que recurrían en ese castigo, un nombre que resultó tener mucho más gancho que The Lunch Bunch. Con un nuevo título y la autorización de Universal, comenzaron los preparativos del que sería el Ciudadano Kane de los films adolescentes.
Una épica entre cuatro paredes
Luego de Se busca novio, el director tenía claro que le interesaba mucho volver a trabajar con Anthony Michael Hall y Molly Ringwald. Inicialmente, ella había sido elegida para interpretar a Alli, hasta que Jackie Burch, encargada del casting, notó que ese era un error y que la joven era ideal para convertirse en Claire (llamada Cathy en los primeros borradores). Burch recuerda así ese cambio de roles: "Durante la preparación del proyecto, Molly quería el papel de Alli. Y yo le dije a John "¡No, ese sería un error absoluto!" Finalmente, y por suerte, él le dio el otro personaje. Pienso que de no haber sido así, se hubiera arruinado toda la película. Molly como Alli era simplemente ridículo". Una segunda versión de los hechos, asegura que fue Ringwald la que insistió con que su papel ideal era el de Claire, y que ella se encargó de convencer al realizador.
Una situación similar se dio con Emilio Estevez, que originalmente iba a ser Bender. Pero cuando no apareció nadie que pudiera interpretar con fuerza a Andrew, ese personaje terminó en manos del hijo de Martin Sheen. Con el rol de Bender vacante, apareció en escena el actor que es emblema de El club de los cinco, Judd Nelson, un intérprete que quedó tatuado en la mente de una generación como el eterno bravucón, el joven de una familia herida que vuelca en el colegio sus dramas emocionales.
Luego de un casting por el que pasaron Jodie Foster, Robin Wright y Laura Dern (que luego de ser rebotada, aseguró que el guión era "una pavada de adolescentes" y terminó siendo reclutada para Terciopelo Azul), se unió al quinteto Ally Sheedy, completando así el grupo de protagonistas.
Una filmación en total libertad
Con un millón de dólares de presupuesto, comenzó un rodaje que se caracterizó por una libertad atípica en Hollywood. Teniendo en cuenta que la historia transcurría principalmente en una biblioteca, Hughes le pidió a sus protagonistas ensayar el libreto como si fuera una obra de teatro. Y en rodaje, se mostró muy receptivo a las sugerencias de sus estrellas (la cita inicial a David Bowie, por ejemplo, fue ida de Sheedy). El realizador escuchaba atentamente a sus intérpretes, y los alentaba constantemente a improvisar sus líneas de diálogo. Su objetivo era claro, y tenía que ver con mostrar adolescentes genuinos, tomando expresiones cotidianas que pudiera darles verdad a esos personajes.
La importancia que Hughes le daba a la opinión de sus actores, y principalmente de sus actrices, llegó al punto de quitar una escena. Originalmente, figuraba una secuencia en la que, hablando del humor de Porky´s, Andrew, Brian y Bender espiaban a una profesora de gimnasia a través de un agujero en el vestuario. Ella protagonizaba un desnudo ante la mirada de los muchachos, pero para Ally Sheedy y Molly Ringwald, la situación era machista y no tenía absolutamente nada que ver con el tono de la historia. Sheedy recuerda que no dudaron en plantearle el dilema al director: "Creo que John Hughes no quería tener eso en su largometraje. No creo que fuera de su agrado. Creo que de hecho también había una escena en la que unas mujeres más grandes aparecían en una clase de aerobic, y ese era un momento simplemente lascivo. Así son las cosas, es como darle una martillo a un elefante, simplemente es algo que no va en ese lugar".
La única que no celebró la desaparición de la maestra de gimnasia, fue Karen Leigh Hopkins, la actriz encargada de interpretarla. Para Burch, que observaba cómo Ringwald ganaba poder durante la filmación, la situación no fue fácil. "No sé si Molly tuvo o no algo que ver, pero se deshicieron de Karen. Eso la devastó, aunque poco después retomó su carrera como directora. Lo cierto es que tras bastidores, Molly tenía mucho peso en la opinión de John", señaló la directora de casting.
Parte de los diálogos de la profesora de gimnasia terminaron en boca de John Kapelos, quien personificó al encargado de limpieza (por cierto, Kapelos fue la segunda opción luego que Rick Moranis, el actor original elegido para el rol, intentara darle una veta cómica a su personaje).
Molly Ringwald y Judd Nelson: amos de los ochenta
Para Hughes, Ringwald era la musa definitiva. El artista había encontrado en esa intérprete de 16 años el vehículo ideal para retratar su mirada de la adolescencia, y esa edad de ideales arruinados por constantes desilusiones. Molly, que llegó a ser caratulada como "la nueva Meg Ryan" pero cuya carrera se diluyó demasiado pronto, necesitó solo una trilogía de films para convertirse en símbolo adolescente de la década (las mencionadas Se busca novio y El club de los cinco, junto a Pretty in Pink, escrita también por Hughes). Si bien el autor escuchaba atentamente a todos sus intérpretes, Ringwald tenía un lugar destacado, al punto que no solo fue la máxima responsable de eliminar a la profesora de gimnasia, sino que incluso rehízo todo el vestuario a su gusto. Marilyn Vance, encargada del diseño de ropa, recuerda la firme postura de la actriz: "Molly no quería ser la malcriada de su papá, como originalmente estaba planeado su papel. Ella iba a lucir una minifalda, un look con algo en crochet y quizás una boina. Algo que diera un tipo más de malcriada. Pero ella sentía que era más sofisticada que esa ropa. Entonces lo mejoramos, sin que el look dejara de exudar dinero".
Por otra parte, Bender era el más complejo del grupo, y Judd Nelson demostraba que su talento estaba a la altura de las circunstancias. Sin embargo, entre el actor y el director se dio una dinámica torturada que parecía la de Herzog y Kinski pero en clave adolescente. Ante todo, Nelson era un intérprete a la Brando, que se zambullía de cabeza en sus roles. Por ese motivo, lo primero que hizo fue infiltrase en una secundaria para recordar cómo era la cotidianidad allí. Todos los días vestía como su personaje, e incluso portaba siempre un cuchillo. El momento más álgido con respecto a la mimesis entre Nelson y Bender, se dio cuando en un lavadero, un grupo de mujeres llamaron a la policía para denunciar la actitud sospechosa de quien consideraban un maleante.
La obsesión de Judd con su rol, derivó en que comenzara a maltratar constantemente a Molly Ringwald. Claro que Hughes, quien veía a la actriz como su protegida, no dudó en cortar por lo sano y anunciarle que iba a despedirlo. La tensión creció notablemente y todo parecía indicar que Nelson tenía los días contados, hasta que Estevez, Michael Hall, Sheedy e incluso Ringwald intermediaron para que el realizador no lo echara. Irónicamente, quien terminó de inclinar la balanza fue Paul Gleason. El actor encargado de interpretar a Vernon, el profesor que supervisa que los chicos cumplan su castigo, defendió incansablemente a Nelson, asegurando que su única intención era la de meterse en personaje.
La gran consecuencia entre las discusiones habituales que protagonizaron el actor y el director, fue que Hughes descartó la idea de filmar cada diez años una nueva secuela de El club de los cinco: en un tono similar a la trilogía de Antes del amanecer, el autor estaba ilusionado con que este largometraje fuera el puntapié inicial de una saga que estrenara un episodio por década.
Hacer escuela
En febrero de 1985 en Estados Unidos (y en mayo de ese año en Argentina), El club de los cinco llegó a los cines y rápidamente el público y la crítica coincidieron en que se trataba de una obra notable. La película ponía sobre la mesa el mundo de los jóvenes de forma genuina y despojada. Desde la perspectiva de Hughes, los adolescentes transitaban mundos grises, en los que convivían miserias y felicidades, siempre bajo la oscura sombra de padres y adultos que descargaban sobre ellos frustraciones propias.
Hay una escena especialmente cruel, en la que sobre el final del castigo, y habiendo todos establecido un vínculo, Brian pregunta: "¿Qué sucederá el lunes? Porque yo los considero mis amigos". La respuesta es que el lunes cada uno volverá a su grupo de pertenencia, y ni la popular ni el deportista podrán mostrarse hablando mucho con el nerd de la escuela. Solo con ese momento, Hughes refleja la angustia de esos jóvenes presos de un sistema que les impone roles sociales, de una educación que los llena de exigencias y de unas familias que les plantean caminos que los agobian.
Desde la mirada del director, los adolescentes sufren ante todo la falta de poder elegir realmente quiénes quieren ser. Pero según El club de los cinco, los jóvenes, a diferencia de los mayores, pueden derribar sus angustias con un himno pop que les permita bailar en la mayor de las libertades. Y ahí está la sensibilidad que conecta con los adolescentes, y les permite a los adultos (re)encontrarse con su pasado en esta enorme película que jamás envejecerá.
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