El ciudadano cumple 75 años como "la mejor película de la historia"
El film, dirigido y protagonizado por Orson Welles, se estrenó un día como hoy, pero en 1941
El 1° de mayo de 1941 tuvo lugar en Nueva York la premiere de Citizen Kane, Ciudadano Kane (en España), o simplemente El ciudadano (en la Argentina). A lo largo de estos 75 años, o tres cuartos de siglo, la película fue considerada la mejor de todas durante décadas en diversas encuestas de especialistas, y permanece imperturbable entre las diez primeras de casi cualquier lista cinéfila que se confeccione. En la encuesta de la revista Sight & Sound, del British Film Institute, fue la mejor cinco veces seguidas (a razón de una encuesta por década, de 1962 a 2002). En la primera edición, realizada en 1952, no figuró en el top ten: la ganadora fue Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica. En 2012 fue finalmente destronada por Vértigo de Alfred Hitchcock. Quedó segunda.
El ciudadano fue la ópera prima de un hombre que cambiaría el cine, el comienzo de una carrera que entraría en conflicto con Hollywood la mayor parte del tiempo. Una obra realizada por un joven genio de 25 años con un contrato sin precedentes en términos de beneficios y control de la obra que luego devino en cineasta conflictivo, con casi todos sus proyectos posteriores plagados de dificultades. Orson Welles afirma que, antes de hacer El ciudadano, para aprender cine vio a repetición La diligencia, de John Ford. Verdad o mentira mítica típica del fabulador Welles, la idea está clara: Ford como base ineludible.
La década del 40, en sus comienzos, en medio del Hollywood clásico, alumbraba la gran película moderna, a la que sería considerada parámetro de calidad indiscutida al punto tal que la frase prototípica para denostar películas ("Al lado de X, Z es El ciudadano") se hizo parte del lenguaje cotidiano del ambiente del cine. La película, sin nombrarlo, era una biografía inspirada en el ostentoso millonario William Randolph Hearst, y esto provocó no pocos ataques a Welles y su film.
Charles Foster Kane construía un imperio pero, en el momento de morir, decía una palabra, "Rosebud", que ponía en funcionamiento una maquinaria inquisidora hacia su pasado, sus actos, su vida. La película empezaba por su muerte y desplegaba una investigación desde esa palabra pronunciada. Nos mostraba el ascenso de Kane, su tenacidad, sus caprichos, sus amistades, sus amores y sus pérdidas. Es tal vez una película sobre cómo perderlo todo, pero sobre todo acerca el estatuto de la verdad y el acercamiento tal vez imposible a ella mediante los vaivenes temporales y los cambios en los puntos de vista.
A no creerse que la vida contada en El ciudadano se resuelve simplemente con la clave del trineo de la niñez, porque el énfasis en última palabra de un moribundo tal vez sea una soberbia humorada de Welles, que sabía distraer mientras contaba otra cosa: la autoconstrucción mítica de un self-made man, lo inasible de una vida, la meditación acerca de cómo se construyen las historias y la Historia. Sobre estos temas orbitaba también una biografía reciente como J. Edgar de Clint Eastwood, con más de una referencia a Citizen Kane. Y Velvet Goldmine, de Todd Haynes, también se basaba en la estructura y la lógica de El ciudadano. Rosebud, el trineo y los ángulos de cámara de la película han sido homenajeados, citados y parodiados en infinidad de ocasiones (por poner uno entre muchos ejemplos: en Los Simpson).
El ciudadano, además, fue el eje sobre el que se libró en los años 60 y 70 la batalla de la autoría en el cine que mantuvieron en los Estados Unidos los críticos Andrew Sarris y Pauline Kael. Esta última, con su ensayo "Raising Kane", puso en duda la total autoría del film por parte de Orson Welles, haciendo hincapié, entre otras cosas, en los aportes del coguionista Herman Mankiewicz y del director de fotografía Gregg Toland. Por otra parte, es muy conocido el final de la crítica de Jorge Luis Borges sobre El ciudadano titulada "Un film abrumador" publicada en Sur en agosto de 1941: "No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra." Con el tiempo, Borges cambiaría de opinión sobre la película.
Incluso entre quienes consideramos otras películas de Welles (Mr. Arkadin, Sed de mal, F for Fake) como superiores a Citizen Kane, la importancia de su ópera prima es evidente, innegable, inoxidable. Lo explica muy bien Peter Biskind en el prólogo al libro Mis almuerzos con Orson Welles - Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles: "Welles era un genio de lo dramático, un maestro de la sorpresa, el susto, la emoción y el asombro mucho antes de que el cine recurriera a esos elementos con fines mucho menos loables. Pero era también un hábil miniaturista capaz de trabajar un lienzo de pequeñas dimensiones con levedad y sutileza. No obstante, son por encima de todo su capacidad para manejar el tiempo, el espacio y la luz, la exquisita tensión entre su furiosa y operística imaginación y su elegante y meticuloso diseño y ejecución de una película –la profundidad de campo, los picados y contrapicados, los fundidos chocantes, las ingeniosas transiciones– los que dotan a El ciudadano de una cualidad eléctrica. Después de su estreno, el cine no volvió a ser el mismo. Cuando le preguntaron por la influencia de Welles, Jean-Luc Godard contestó: Todos le deberemos todo siempre".
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