Antes de indignarse por la actual falta de originalidad en la cartelera, hay que tener en cuenta que el gran negocio del cine no ha cambiado desde El nacimiento de una nación, de 1915: lo que importa es que el público sepa qué es lo que va a ver y que lo vea la mayor cantidad de espectadores posible
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El calendario de estrenos cinematográficos, de aquí a fin de año, está salpicado –¿el término correcto no sería quizás “enchastrado”?– por las películas de franquicias, que van a (sobre) abundar a partir de mayo aunque ya sabemos que ejercen un dominio central en las salas. Secuelas, precuelas, spin-offs, superhéroes y animaciones conforman el menú. Lo que implica que es la misma carta fast food que venimos engullendo (digerir sería otra cosa) desde hace bastante tiempo. Solo que en los últimos años, en parte por el mazazo que implicó la pandemia, la búsqueda de “nuevas marcas” y el riesgo a invertir en lo desconocido ha quedado para cuando se pueda. Si es que alguna vez se puede.
Veamos qué éxitos tenemos en lo que va de 2023, descartando la doble mil millonaria Avatar: El camino del agua, que también es una secuela pero tiene algunos atenuantes (quince años desde la primera película; no se basa en material previamente publicado; no hay muñequitos de la marca dando vueltas en las jugueterías, y se estrenó en 2022). La película más recaudadora es Super Mario Bros., que en el momento lleva casi 800 millones de dólares de recaudación global y va a cruzar en breve la barrera de los 1000 millones. Una adaptación de videojuego que funciona sobre todo de fan service, ese concepto que transforma a las películas en una vidriera nostálgica. Le siguen Ant-Man y la Avispa: Quantumania, con “decepcionantes” 475 millones (una secuela de superhéroes Marvel, tercera del personaje). Luego, John Wick 4 (350 millones), secuela pero con la particularidad de ser una franquicia exclusivamente cinematográfica. Más abajo, Creed III (271 millones), la tercera de la saga que es secuela de Rocky, que tiene seis películas (o sea, la novena, digamos). Y quinta -quedémonos por acá- Scream VI, sexta película de una serie y segunda desde su reboot (“relanzamiento de marca”, que es otro término al que nos terminamos acostumbrando). Algunas de estas son buenas películas; otras, no. Importa poco a los fines del negocio: lo que importa es que el público sepa qué es lo que va a ver.
Sin embargo, antes de gritar “¡qué barbaridad!”, tengamos en cuenta que el gran negocio de Hollywood siempre trabajó con marcas prestablecidas, secuelas, serializaciones y relanzamientos. El primer gran blockbuster, El nacimiento de una nación (1915, ya que estamos) era la adaptación de un best seller (ni hablar de Lo que el viento se llevó). Disney hizo su fortuna con largometrajes que adaptaban material previamente célebre. Hay cientos de Tarzán (desde el mudo), de Dráculas (de Nosferatu a la reciente -¡franquicia!- Renfield), Sherlock Holmes (el personaje más adaptado al cine), Batman, James Bond y etcéteras.
Son muy pocas las franquicias nacidas exclusivamente en el cine, como la mencionada John Wick o dos ejemplos célebres, Star Wars e Indiana Jones. Si hoy sobreabundan los superhéroes es porque son filmes que se pueden hacer bajo el paraguas realista del séptimo arte sin que los trucos den vergüenza ajena. Pero siempre ha sido así: culpar a Hollywood de falta de originalidad (cuando los géneros han nacido mediante la repetición de esquemas comercialmente exitosos) es levantar el puño y quejarse de una nube.
Dicho esto, lo que viene, especialmente en la “temporada alta” que coincide con el verano boreal, es más -o menos- de lo mismo. Dos películas de Marvel (Guardianes de la Galaxia Vol. 3 y The Marvels, es decir dos secuelas); una versión “con personas” de un clásico de Disney (La sirenita); una película de superhéroes DC (The Flash, con otro acercamiento “multiverso” que incluye a Ben Affleck y Michael Keaton como sendos Batmanes, solo falta Juan Carlos Bacman, digamos); otra secuela de superhéroes pero animada (Spiderman, a través del spider-verso, continuación de la ganadora del Oscar a Mejor largo de animación en 2019); FastX, la -dicen que- última entrega de la serie Rápidos y furiosos (está bien, esta sí surgió exclusivamente del cine, pero es la décima película); Transformers: El despertar de las bestias (juguete transformado en serie animada en los ochenta transformada en serie de películas en los 2000, etcétera); una nueva película de las Tortugas Ninja (cómic, serie animada, películas, juguetes, etcétera); la quinta Indiana Jones, El dial del destino (y difícilmente haya más: es la primera no dirigida por Steven Spielberg); la séptima Misión: imposible (que es la mitad de la secuela final de la saga basada en la serie y con treinta años de películas); y Barbie, basada en el célebre juguete con reparto de estrellas (Margot Robbie es la muñeca, Ryan Gosling es “un” Ken). Más Elemental, una animación de Pixar, segunda “en cines” desde la pandemia.
¿Agotador? Sí. En común: todas estas películas superan en presupuesto generosamente los 150 millones de dólares, pero además se gasta al menos lo mismo que sale hacerlas en el marketing. Es decir, deben generar por lo menos unos 500 millones de dólares en todo el mundo (si es en los EE. UU., mejor) para poder ser rentables. De allí que no compitan entre sí (cada una tiene garantizado un fin de semana exclusivo), y que cada lanzamiento sature el mercado con su iconografía y la presencia en salas. Pero hay otra consecuencia: para que estos films funcionen y recauden, tienen que apuntar a todo el mundo. No solo en cuanto a segmento etario, sino también en cuanto a ideología (entendido el término como “sistema de ideas” de cada persona). Así que la corrección política o los repartos inclusivos y pluriétnicos son casi una obligación. Para que la cosa funcione, nadie puede quedar afuera.
Lo que genera problemas. El primero: ¿vieron que ya no hay mas villanos puros? No hay “malos” porque son “malos”, sino que todos tienen algún trauma-resentimiento-tristeza en el pasado que los explica (pobres). El segundo: no hay espacio para ambigüedades y, cuando se presentan, las películas simplemente implotan. Ejemplo de ejemplos: Pantera negra: Wakanda para siempre. La batalla final es entre africanos y algo así como toltecas. ¿Puede alguno de esos grupos ser mostrado como “malo”? No. Ergo, el final es cosmético, anticlimático y poco coherente. Ni Namor ni la nueva Pantera Negra pueden ser “malos”. El tercero: hay que respetar a rajatabla lo que los fans desean. El término fan service implica un grado perverso de interactividad: hacer primero lo que el comprador compulsivo de la franquicia X espera que aparezca en la película basada en X. Mario debe juntar moneditas, su kart debe andar de modo no euclidiano, en algún momento debe saltar obstáculos en caminos llenos de ellos (en más de un momento). Y de paso, la iconografía debe ser 110 por ciento fiel a los diseños originales.
La pregunta de por qué este cine no entusiasma se responde sola: porque todas las películas están hechas con el mismo molde. Es cierto que hay directores con muñeca propia (lo demostró James Gunn con Guardianes de la Galaxia o James Mangold, responsable de la nueva Indy, con Logan) capaces de “hacer la suya” de contrabando. O se aprovecha para una forma más abstracta del cine que pone en juego el puro movimiento (la serie John Wick, sin ir más lejos, se basa en los cuerpos reales haciendo cosas casi imposibles, mucho más que en el universo de todos modos interesante que vuelve posibles tales secuencias), o crea un conjunto de personajes con los cuales nos identificamos (Misión: Imposible, Rápidos y furiosos). Curiosamente, eso pasa sobre todo con las series que nacen -un poco accidentalmente- en el propio cine. Pero en general, la sensación es que “debe” verse la nueva película de la colección X justamente para que el álbum de figuritas permanezca lleno, una especie de obligación bulímica que se agota al salir de las salas.
Lo que queda, entonces, es un cine de puras sensaciones físicas. Sensaciones por ahora y en general, vicarias, ya que hay pocas butacas con movimiento y en la Argentina solo una sala IMAX (y no de las más grandes). De hecho, uno de los motivos por el que la “original” Calabozos y dragones: honor entre ladrones (basada en el célebre “papá” de los juegos de rol, pero en sí una comedia de aventuras bastante clásica y centrada en personajes) no llegara a ser un enorme éxito y crear una nueva franquicia fue que se estrenó en pocas salas IMAX y, menos de una semana después, fue sustituida por Super Mario Bros. Si el cine nació del mito de reproducir la realidad y conservarla, de la inmersión total en otra cosa, quizás esta tendencia a la gigantomaquia sea el destino final escrito desde el principio.
El calendario de tanques que vienen
- Guardianes de la galaxia: Volumen 3, 4 de mayo
- FastX: 18 de mayo
- La sirenita: 25 de mayo
- Spiderman: cruzando el multiverso: 1° de junio
- Transformers: el despertar de las bestias: 8 de junio
- Elemental: 15 de junio
- The Flash: 22 de junio
- Misión: imposible: sentencia mortal, parte 1: 13 de julio
- Barbie: 20 de julio
- Indiana Jones y el dial del destino: 29 de junio
- The Marvels: 10 de noviembre
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