El cine local tiene que dar el estirón
Carancho, más jugada, y El mural, desde un plano más formal, suman si atraen público
He aquí un camino posible: el cine de autor con vocación industrial. No es un mal mix, aunque ya los elitistas amantes de lo chiquito empiecen a revolverse incómodos porque el éxito, aun noble y conseguido con herramientas dignas y genuinas, les causa inmediato sarpullido. En cuanto se junta un poco de gente frente a las boleterías los talibanes del cine que nadie ve empiezan con sus extrañas teorías y refunfuneos.
Lo cierto es que Carancho , ya todo un suceso de público (280 mil personas hasta anteayer) es un buen ejemplo de ello. Pablo Trapero, su director, no se conformó con hacer una oscura y politizada denuncia con pesada moraleja incluida sobre los abogados que lucran con los accidentes callejeros, sino que prefirió tamizarla a través de una historia electrizante y encrespada con ritmo de thriller y protagonizada por un actor estelar como Ricardo Darín. ¿Tendrá que disculparse Trapero con los microscópicos sectores "iluminados"? ¿Estos habrán festejado como un triunfo que ayer Los labios , de Santiago Loza e Iván Fund, desplazara a Carancho del podio de los ganadores en una sección paralela del festival de Cannes?
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La semana que pasó ofreció otras dos alternativas de cine nacional para públicos bien diversos: El mural , la nueva película de Héctor Olivera, de cuidada reconstrucción histórica y formalmente prolija sobre la obra que pintó el artista plástico David Alfaro Siqueiros en el sótano de la quinta Los Granados del director del diario Crítica , Natalio Botana; y Zenitram , una alocada película, más experimental, de Luis Barone, sobre un superhéroe criollo en una Buenos Aires futurista.
Sería ideal que el cine argentino pudiese abastecer la cartelera cinematográfica con dos o tres propuestas semanales durante todo el año y que al menos un film local por mes pudiese concitar un interés sostenido por parte del público. Para eso sería necesario que los 14 mil estudiantes de cine que hay en todo el país puedan comprender y mentalizarse que ninguna película tiene real sentido si no cuenta como fin primordial conectar con algún tipo de público. Pero, ¿son educados en esa dirección o se los llena de prejuicios para que crean que las únicas realizaciones que merecen ser tenidas en cuenta son aquellas crípticas, ampulosas y soberanamente aburridas?
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Al menos el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales comienza a actuar con mayor racionalidad y a hacer de la planificación un objetivo que ayude a transparentar y clarificar al sector. "Queremos construir un sistema de indicadores y un sistema de información que ayuden a la industria para que los procesos de producción, distribución y exhibición se lleven a cabo con eficiencia", escribe el profesor Mario Miranda, gerente de fiscalización del Incaa en el prólogo del flamante y completísimo Anuario de la Industria de Cine que acaba de dar a conocer ese organismo. Por momentos el tono de Miranda se vuelve afilado: "Medir es absolutamente necesario porque lo que no se mide, no se mejora".
Además se modificó la normativa por la cual los exhibidores tenían hasta 45 días de tiempo para informar sus números. Ahora lo deben hacer en perentorias 48 horas.
Así, en este censo publicado surge que durante el año pasado hubo 63 productoras que estrenaron realizaciones. A la cabeza se ubicó Haddock Films que con El secreto de sus ojos recaudó 42.203.873 pesos y se quedó con el 60,63% de participación. Fue la película más vista del año pasado (2.378.401 espectadores). Sólo nueve productoras lograron que sus películas fueran vistas por más de cien mil personas.
El mismo Anuario también indica que hay 45 distribuidoras, de las cuales sólo siete estrenaron más de diez películas en 2009. Como puede advertirse, los números plantean un escenario sumamente desparejo.
¿Cuál es la zona que ve más cine?: el Gran Buenos Aires (10.361.945 espectadores; Capital, un poco menos: 9.196.314). ¿Y la región menos cinéfila?: Formosa (apenas 12.791 entradas).
El tema crucial es que la producción argentina todavía no se integra de manera orgánica al hábito del espectador frecuente de cine porque las propuestas son muy irregulares y el gran público le da la espalda salvo en muy contadas excepciones.
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Carancho fue posible gracias al sostén de Matanza (la productora de su director, Pablo Trapero), Patagonik (que desde El bonaerense viene apoyando sus películas) y otras dos productoras y distribuidoras internacionales (la coreana Finecut y la francesa Ad Vitam). Se trata de una película ambiciosa cuyos costos se ubican por encima de los cinco millones de pesos y en cuyo lanzamiento comercial se invirtió un millón y medio de pesos.
¿Adivinen cuáles fueron los dos primeros países en comprar Carancho ?: España... ¡y Grecia!, las dos naciones europeas que enfrentan crisis económicas más complicadas.
Mientras Trapero pasa por estas horas por el Festival de Cannes, su cabeza empieza a despegarse de Carancho para empezar a darle forma a su próximo proyecto, que estará filmando el año próximo. Trapero es un convencido de que la diversidad es la tabla de salvación del cine. Que si todas las películas siempre hubiesen sido iguales, el cine habría sucumbido hace mucho. Y que los buenos films no nacen de un momento para otro. El va haciendo anotaciones que madura a fuego a lento. Ahora ha llegado de nuevo el momento de reunirse con sus guionistas (Martín Mauregui, Alejandro Fadel y Santiago Mitre) para avanzar. No es tiempo todavía de revelar de qué va el nuevo proyecto, pero se sabe que tendrá la misma intensidad y compromiso que los anteriores. En la cabeza de Trapero ya hay una cara, un esquema y un tono.
Mientras tanto, ojalá que Carancho se siga afirmando y que El Mural logre arrancar. La historia es fascinante y la película tiene muy buenos momentos con una gran actuación del mexicano Bruno Bichir como Siqueiros y escenas de sexo muy jugadas con Carla Peterson. A un público más tradicional seguramente le encantará.
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