El cine le da revancha al casete
Baby Driver se estrenó la semana pasada en Argentina, y lo hizo con el lamentable título de Baby: el aprendiz del crimen, que elimina las referencias cinematográficas, y también la musical a la canción de Simon & Garfunkel. Para seguir con la música –Baby Driver es una película extremadamente musical– la semana pasada se anunció que Apple dejaba de fabricar los Ipod nano y shuffle. Baby (Ansel Elgort), el protagonista de Baby Driver, tiene una colección de iPods; la película pone el acento en ellos y en las canciones, y había revitalizado la imagen del iPod al presentarse en marzo en los Estados Unidos, en donde hasta hubo pedidos de que se relanzara alguna versión clásica del aparato. Pero, más allá de infatuaciones nostálgicas, la realidad de las ventas indica que cada vez habrá menos iPods. Sin embargo, en la película son estrellas. Y también son estrellas los casetes. Sí, los viejos casetes de audio, los que conocimos en su momento con doble ese y doble te, como cassettes. Baby graba en ellos unos mixes especiales, personales, en los que samplea conversaciones. Y tiene una colección. Porque los casetes se coleccionaban, como hoy algunos todavía coleccionan CDs (fenómeno en baja) o vinilos (tendencia en alza, otra vez, desde hace años). Incluso se coleccionaban y se decoraban los casetes grabados, ya fueran de cinta común o de cromo o metal. Baby ordena los casetes, los clasifica, y hay algunos que son recuerdos fuera de todo precio.
El casete, cuando apareció el CD, empezó a morir, y en un momento los audiófilos los habíamos puesto en el baúl de los recuerdos, o en otro lugar a juntar tierra. Los menos encariñados con ellos empezaron a venderlos, o a tirarlos cuando ya nadie los quería. Pero en algún momento el casete también comenzó a resurgir –aunque mucho menos que el vinilo–, a volverse cool. Y Baby Driver le agregó este año otra pátina de deseable. El viejo “formato físico” resiste, y también había sumado visibilidad gracias al ochentismo como fijación obsesiva del villano de Mi villano favorito 3. Los formatos físicos musicales –y a esta altura un iPod clásico es mucho más “físico” que la música en streaming– se hacen fuertes en el cine, con películas en cartelera y con otras anteriores, porque son objetos que “dan bien en pantalla”, como ciertos animales, por ejemplo los gatos, que tienen una fotogenia indudable. Bien lo sabía Francois Truffaut, que también sabía que las disquerías suelen ser –en el cine– lugares teñidos por un aura positiva, lugares de seducción, sitios en donde conocer gente y hacer las más variadas reflexiones, y no poca sarasa. Con el tiempo, además, las disquerías se cargaron de capas y capas de componentes nostálgicos. En El amor en fuga (1979), final de la saga de Antoine Doinel iniciada por Truffaut en Los 400 golpes, Doinel , la disquería es un lugar importante. Liliane, la novia de Doinel (Jean-Pierre Léaud) trabaja entre vinilos, y el lugar aparece como ámbito de interacción sentimental. El final, feliz, es justamente en ese ámbito, y se desencadena a partir de poner un disco. Alta fidelidad, de Stephen Frears, es el templo fílmico de las disquerías, basada en el libro de Nick Hornby, templo literario de las disquerías y los melómanos. La disquería Championship Vinyl es el centro del relato, el lugar de las confesiones, los lamentos, las discusiones fanáticas sobre rock, el ámbito para florearse con las referencias, en el el cual vender discos (físicos) de The Beta Band por recomendación del dueño.
Sin entrar en mayores detalles, los sesenta y setenta fueron del vinilo, los ochenta del casete y los noventa del CD. Recordemos para terminar un momento en que los casetes se veían como “modernos”: sobre el final de Boogie Nights, de Paul Thomas Anderson, ubicado en los primeros ochenta, el personaje interpretado por Alfred Molina (Rahad Jackson), en bata abierta y slip, elogia su “Awesome Mix Tape #6”, es decir su casete compilado –"odio escuchar en un orden impuesto por otros”– y resalta un fragmento de “Jessie’s Girl” de Rick Springfield en medio del ruido de petardos que arroja su amante chino (“Es Cosmo, es chino, y por eso le gusta tirar petardos”). En un momento, que sube aún más la tensión del ambiente de un intercambio fraudulento de drogas, hay que esperar a que termine el lado: pero el deck de casetes de Rahad es tan de avanzada que tiene tiene autoreverse ¿Ese mixtape presente en Boogie Nights, del que alcanzamos a escuchar un par de canciones, habrá sido mejor que el mixtape más exitoso del nuevo siglo? Me refiero al muy atractivo compilado, lanzado con fuerza global de tanque, de Guardianes de la galaxia. La lógica de Boogie Nights con mucho más alcance, con tanto que hizo que los CDs y los vinilos del soundtrack se vendieran con la imagen de un casete, que también es la imagen de casi todas las listas en Spotify basadas en la banda de sonido de la película.
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