Lo atamos con alambre: La odisea de los giles y el cine de la crisis permanente
La crisis de 2001 es inseparable del argumento central de La odisea de los giles. El grupo encabezado por Felipe Perlassi (Ricardo Darín) y Antonio Fontana (Luis Brandoni) no quiere otra cosa que recuperar el dinero que le confiaron a los bancos antes del estallido económico y social de diciembre de ese año y la aparición del corralito.
Esa conexión hace también inseparables las coincidencias con el momento actual de la Argentina. Hace mucho tiempo que estaba previsto para el 15 de agosto el lanzamiento de esta película. Y todos los observadores del mercado cinematográfico local anticipaban bastante antes de esa fecha que la película iba a convertirse en el mayor éxito de taquilla de la pantalla nacional en 2019. El éxito previo de la novela de Eduardo Sacheri en la que se basó, una producción de envergadura, la presencia de un poderoso actor internacional (la filial local de Warner) que garantizaba una distribución amplísima y la jerarquía de su gran elenco (con nombres que por sí solos movilizan al público) anticipaban una convocatoria más que destacada.
Pero pocos contaban con la azarosa coincidencia entre el lanzamiento de La odisea de los giles y la aparición de una nueva turbulencia económica capaz de sacudir a toda la sociedad como la que ocurrió inmediatamente después de las PASO, tres días antes del estreno. Involuntariamente, la película encontró en la asociación entre el recuerdo de la crisis de 2001 y el agitado momento actual un atractivo complementario de potencial interés para el público argentino.
Ese factor, de paso, nos lleva al pasado reciente para explorar cómo el cine argentino se acercó en las últimas décadas, directa o indirectamente, a las crisis económicas por las que atravesó la Argentina desde las historias de ficción. Tal vez el miedo al énfasis exagerado o a ser cuestionados por un supuesto oportunismo evitó que muchas más obras abrazaran esa temática. Pero las estrenadas fueron suficientes para dejar constancia de la atracción del cine argentino por esta clase de relatos, cuyo poder testimonial en muchos casos persiste.
La película que conserva hoy el lugar referencial protagónico de esta suerte de tendencia sigue siendo Plata dulce (1982), de Fernando Ayala, a pesar de las casi cuatro décadas que pasaron desde su estreno. Las ambiciones del pequeño empresario devenido gerente financiero encarnado por Federico Luppi y su reacción frente al engaño al que lo sometió su ex compañero de servicio militar interpretado por Gianni Lunadei quedarán en la memoria colectiva como la pintura más lograda (e inmediatamente más reconocible) del comportamiento económico de la sociedad argentina en tiempos de la última dictadura militar. A la vez, este título ya clásico deja a la vista que el cine más exitoso asociado a esta temática nunca consigue escapar del todo de los incómodos límites del costumbrismo más allá de su legítima reivindicación en momentos como el actual.
Un año después apareció una suerte de desprendimiento de Plata dulce con el mismo director y el mismo protagonista. El arreglo (1983) no hablaba tanto de crisis económicas sino de algunas de sus derivaciones más problemáticas. Sobre todo los vicios de comportamiento de la política y del Estado a la hora de solucionar los problemas cotidianos. En el fondo, el hilo que asociaba ambas películas tenía que ver con el defectuoso comportamiento de las instituciones en la Argentina y su incapacidad para evitar abusos en el ejercicio del poder. No habría en este escenario lugar para el ejercicio de políticas virtuosas y todo queda a merced de personas inescrupulosas que sacan provecho de conductas ingenuas o egoístas. La muy poco vista y casi olvidada Yo tenía un plazo fijo (1990), telefilm de Emilio Boretta, muestra a Rodolfo Ranni y Guillermo Francella como dos aprovechadores de la especulación financiera en plena crisis de 1989.
El final de la experiencia de la convertibilidad, el estallido de 2001 y sus derivaciones encontraron en el cine manifestaciones previas a la de La odisea de los giles, pero muy lejos de la envergadura cinematográfica de la película que acaba de superar el medio millón de entradas vendidas en nuestro país.
El primero de los ejemplos olvidables es Un peso, un dólar (2007), de Gabriel Condron, con Coco Sily y Andrea Politti, un acercamiento desde el más puro grotesco a las víctimas de la crisis. Allí la premisa de Plata dulce se repite (el ingenuo engañado por un vivillo que sufre las consecuencias de esos malos consejos y las malas decisiones en el peor momento), pero ahora entre gritos, trazos gruesos y exageraciones. Y el segundo es Acorralados (2012), fallida obra producida en la provincia de San Luis estrenada juego de una producción accidentada y un director original que renunció por diferencias creativas en pleno rodaje. Federico Luppi interpreta a un jubilado que necesita por razones de salud el dinero escamoteado por el corralito y para conseguirlo toma rehenes en un banco y amenaza con hacer estallar una granada.
Detrás de estas frustraciones perdura para su revisión y reivindicación una serie de largometrajes, exponentes del llamado Nuevo Cine Argentino, desde los cuales aparece el eco de las sucesivas crisis de la Argentina reciente narradas con espesor, compromiso y profundidad dramática. Pizza, birra, faso(1998), de Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, se asomaron antes que ningún otro a explorar el mundo subterráneo y marginal que existía para desconocimiento de muchos en los años 90. Un año después, Caetano dirigió Bolivia, otro acercamiento a este mundo pero con el foco puesto en los inmigrantes y la discriminación, mientras crecían la pobreza y el desempleo.
El efecto de la crisis de 2001, con mirada anticipatoria o luego de ocurrida, en las situaciones familiares y el comportamiento de sus integrantes, aparece por ejemplo en Mundo grúa (1999), de Pablo Trapero, y Buena Vida Delivery (2004), de Leonardo Di Cesare. En ellas se plantean temas como la necesidad de un empleo en tiempos en que ese bien escasea casi por completo y las reacciones de las personas enfrentadas a esa situación: angustias, depresiones, soledades, incertidumbres, escapes. Cama adentro(2004), de Jorge Gaggero, explora la crisis también desde una perspectiva humana, pero instalado en otro lugar: el que produce la crisis en dos personas, una mujer de clase media que perdió casi todo por la penuria económica y la mujer que trabaja en su casa, que comprueba que en la nueva realidad toda diferencia social quedó evaporada.
Queda para el final la magistral Nueve reinas(2000), de Fabián Bielinsky, una película que el prematuramente desaparecido director construyó como un impecable y exacto mecanismo de relojería. Historia de estafadores narrada con el mejor aliento clásico que muchos vieron como símbolo de los comportamientos de cierto sector de la sociedad argentina durante los años 90: el ansia casi desesperada por el enriquecimiento rápido que en un momento se topa con un callejón sin salida. Todo un anticipo de la crisis que hoy volvemos a contemplar y debatir desde una pantalla gracias al éxito de La odisea de los giles.
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