"El cielito" es una bella historia sobre la soledad y el desamparo
"El cielito" (Idem, Argentina-Francia/2004, color; hablada en castellano). Dirección: María Victoria Menis. Con Leonardo Ramírez, Rodrigo Silva, Darío Levy, Mónica Lairana. Guión: María V. Menis y Alejandro Fernández Murray. Fotografía: Marcelo Iaccarino. Música: Diego Rolón y Luis Volcoff. Edición: Alejandro Broderson. Presentada por Todo Cine. 95 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
El diminutivo no es casual. En medio de una realidad que no ofrece horizontes, buscando a tientas y en silencio un reparo contra la soledad y el aislamiento, el protagonista de esta historia sensible y austera no concibe sueños grandes: le basta un pedacito de cielo, algo de libertad, un poco de sosiego, el tibio refugio que casi no conoció en la infancia y que quiere asegurarle ahora al hijo que hizo suyo. Tiene lo principal: el sentimiento, diáfano, franco y mutuo que lo une al crío desde que reconoció en él, aun sin decírselo, su misma orfandad.
María Victoria Menis salió a buscar la agridulce historia de este muchacho al que, como tantos otros, un destino trágico sacó fugazmente del anonimato: el punto de partida fue una noticia policial que leyó en el diario. Pero no hizo hincapié en el panorama hostil que ofrece una sociedad apremiada por la crisis económica, entregada a una suerte de mezquino sálvese quien pueda y acostumbrada a dar vuelta la cara cuando tropieza con la miseria aunque se muestre dispuesta a juzgar al prójimo y condenarlo con la mayor ligereza. La mirada está puesta en el pequeño y efímero remanso que el protagonista logra construir impulsado por el más puro de los sentimientos.
No es sólo una bella historia. "El cielito" convence por la justeza de su tono, por la tibia corriente afectiva que irradia y por la precisión de su lenguaje, hecho de pocas palabras, de imágenes que hablan por sí mismas, de miradas, gestos, silencios y sonidos captados con sabia intuición.
Silencios y elocuencia
Menis encontró el tono escueto y casi confidencial para contar el cuento de Félix, el muchacho de 20 años que, vagabundeando en busca de un modo de sobrevivir, llega a un humilde caserío entrerriano y traba relación con el único parroquiano de un bar de mala muerte. El hombre, que hace tiempo perdió su empleo y ahora se gana la vida vendiendo las frutas, los dulces y las conservas que prepara su mujer, lo lleva a su campito, donde podrá dar una mano en las tareas y encontrará un rincón para dormir. Con los días, sabrá del amargo resentimiento del hombre, de la callada sumisión de su mujer, del descontento y la violencia que se manifiestan poco, pero tensan el clima de la casa. En ese cuadro casi mudo hecho de palabras no dichas y sentimientos no expresados está también Chango, el bebe desatendido que se gana su simpatía primero y su ternura después y despierta en él la ilusión de la paternidad.
La realizadora atiende al silencioso juego de los personajes y describe sus relaciones estableciendo un sensible paralelo con la quietud del campo, con los sonidos y las oscilaciones de la naturaleza. En este tramo, las imágenes alcanzan una elocuencia que habla de un lenguaje cinematográfico maduro, austero y notablemente expresivo. También se evidencian esa economía y ese rigor cuando la historia cambia el ambiente campestre por el nervio y la crudeza urbana, aunque aquí hay algunos apuntes que se aproximan al registro documental.
Menis se revela además como una excelente conductora de actores. Leonardo Ramírez es un verdadero hallazgo no sólo por la naturalidad que desde un principio confiere a su Félix, sino también por la transparencia con que revela su íntima y lenta transformación. Igualmente contenida y persuasiva se muestra Mónica Lairana, mientras que Darío Levy, casi expansivo en medio de tanto laconismo, controla cualquier riesgo de desborde. El pequeño Rodrigo Silva, que "asumió su papel" con sólo 10 meses, tiene la gracia y la simpatía sin la cual el film no habría sido posible.