El callejón de las almas perdidas: las tragedias detrás de una película maldita, con un villano que nadie quería ver
El film de 1947, protagonizado por Tyrone Powell, no solo fue un fracaso en taquilla, sino que tejió una serie hechos trágicos a su alrededor que lo condenó al olvido
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El callejón de las almas perdidas fue, desde su origen, una apuesta arriesgada, una anomalía para la serie negra de la Fox. Una película clase A, con una producción elegante y una estrella como Tyrone Power, con un corazón escondido en la serie B, tosco y palpitante. El eco de una promesa literaria, un fracaso en taquilla, una película de culto. Todo eso fue la primera versión cinematográfica de la novela de William Lindsay Gresham, publicada apenas un año antes y convertida en un inesperado best seller.
“El callejón de las almas perdidas demuestra que el cine negro no incluía solamente melodramas retorcidos, diálogos afilados y sombras expresionistas, sino también historias sombrías sobre la crueldad de la creencia y la pulsión destructiva de la naturaleza humana”, explicaba Eddie Muller, presidente de la Film Noir Foundation, en la presentación de la película en el marco del ciclo Noir Alley en el canal TCM. Y también la transformación de un inocente circo ambulante, con sus animales amaestrados y sus trucos de feria, en el escenario de una tragedia, oscura y perversa, capaz de marcar para siempre el destino de los hombres.
François Truffaut decía que mientras el cine francés se apoyaba en atmósferas y personajes, el de Hollywood era un cine de acciones. El callejón de las almas perdidas parece probar lo contrario: es la historia de un personaje, Stanton Carlisle, un joven ambicioso que trabaja como presentador de un espectáculo de adivinación en un circo ambulante. Stanton quiere algo más que ser el ladero de una pareja de feriantes venidos a menos por la vejez y el alcoholismo. Porque el éxito que alguna vez conocieron Pete y Zeena con su truco de videncia se transformó en un engaño barato que agoniza ante las borracheras de él y los devaneos sexuales de ella. Para Stanton hay algo fascinante en ese pasado que una vez los hizo estrellas del vodevil, magos de un oráculo que anunciaba el futuro y predecía la buena y la mala fortuna. La misma atracción que lo lleva a mirar con asombro a la estrella macabra de la feria: el Monstruo encerrado en una jaula, mitad hombre y mitad bestia, rostro premonitorio de una decadencia que anida en su propio destino.
Quien insistió en convertir esa extraña novela sobre un charlatán de feria en una película fue George Jessel, comediante y productor ejecutivo de musicales que vislumbró allí un posible giro para su carrera. Se reunió con Darryl F. Zanuck, el legendario magnate de la 20th Century Fox, y desplegó todo su encanto de maestro de ceremonias para convencerlo de producirla. Después de resistirse durante algunas reuniones y con la garantía de que Tyrone Power sería el protagonista, en septiembre de 1946 Zanuck adquirió los derechos de la novela de Gresham por 50 mil dólares. “Greshman escribió un ensayo sobre la vida en el circo titulado Monster Midway y publicado luego en 1953, pero El callejón de las almas perdidas fue su verdadero legado”, explica Muller. “Greshman tenía un profundo interés por el espiritualismo pero su naturaleza escéptica y su ácido retrato del negocio de la salvación lo llevaron a exponer a todos los vendedores de mentiras, desde los pretendidos videntes y adivinadores hasta los teleevangelistas y cultores de la temprana Cienciología”.
Para el actor Tyrone Power, que había quedado fascinado con la novela, era la oportunidad de cambiar la capa y la espada de las aventuras de piratas (La marca del Zorro, El hijo de la furia, El cisne negro) que habían sellado su fama, por el atuendo de un oscuro antihéroe, retrato opaco del sueño americano de posguerra. Rogó a Zanuck que comprara los derechos porque estaba convencido de que esa sería la interpretación de su vida. “El callejón de las almas perdidas era todo un desafío, para el estudio y para el actor”, continúa Muller. “El personaje del mentalista Stan Carlisle, ‘El Gran Stanton’, mostraba el carisma y el encanto del actor pero por primera vez lo exponía como un frío y cínico embaucador. Además, era la segunda película que filmaba después de servir en la Marina de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial: la primera había sido El filo de la navaja (1946), en la que interpretaba a un hombre corroído por un dilema existencial en la búsqueda del sentido de la vida. Stanton Carlisle era su doble diabólico, un oportunista calculador cuya última satisfacción era esquilmar a los crédulos e ingenuos que se cruzaran en su camino”.
Luces y sombras
Fue justamente Edmund Goulding, director de El filo de la navaja -en la que Power compartía cartel con Gene Tierney y Anne Baxter-, quien quedó a cargo de la dirección de El callejón de las almas perdidas. Era un director atípico para ese material ya que su carrera se dividía entre grandes producciones al servicio de sus estrellas como Gran Hotel (1932) y melodramas lacrimógenos como Amarga victoria (1939) o La solterona (1939). Sin embargo, formó una alianza perfecta con el director de fotografía Lee Garmes (Scarface, El expreso de Shangai) para teñir de sombras el escenario alegre de la feria, signada por los alaridos desgarradores del Monstruo y el perverso encantamiento de Carlisle. Goulding manejó con exquisita destreza los dos escenarios que definieron a la película: el enorme circo construido en un lote de 10 acres en los mismos terrenos de la Fox en California, y la ciudad de Chicago, con sus luces embriagantes como sinónimo del meteórico ascenso del estafador. La escena del club nocturno se filmó en el lujoso vecindario frente al lago Gold Coast. El nombre “Spode Room” es un juego de palabras que evoca a “Wedgewood Room”, nombre con el que se conocían a los clubes elegantes en esa época (tanto ‘Spode’ como ‘Wedgewood’ son tipos de porcelana inglesa).
Género urbano si los hay, el film noir condensó en el uso de las grandes ciudades de Estados Unidos como Nueva York, Los Ángeles o Chicago esa esquiva dualidad de la posguerra, dividida en un mundo de luces y sombras, promesas y traiciones. Esa misma combinación de universos irreconciliables signó al guion de Jules Furthman, colaborador habitual de directores como Howard Hawks y Josef von Sternberg, que enlazaba los distintos componentes literarios para sortear las ávidas tijeras de la censura: la irracional vida en la feria y la moderna ciencia psicoanalítica. Pese a ello la película sufrió cortes en la etapa de montaje: se eliminaron varias de las escenas más violentas, sobre todo aquellas que mostraban al monstruo ensangrentado, desgarrando a un grupo de enloquecidas gallinas.
Para completar el elenco encabezado por Power, el estudio eligió a Joan Blondell, estrella platinada de la era previa al Código Hays, para dar vida a la ‘vidente’ Zeena, mujer experimentada pero vulnerable, peldaño esencial en el ascenso de Carlisle al éxito. La joven Molly –intérprete de Electra en el espectáculo circense que abandona para seguir a Carlisle a Chicago- quedó en manos de Coleen Gray, starlet debutante con un único papel importante en su pasado, en la extraordinaria El beso de la muerte (1946) de Henry Hathaway.
El villano que nadie quería ver
El rodaje no se extendió más tiempo del previsto, sin embargo a pedido de Zanuck se aligeró el oscuro desencanto del final de la novela por un breve destello de redención para la trágica historia de Stan Carlisle y su destino de convertirse en El Monstruo, papel para el que parecía haber nacido. Pese a esa ligera concesión, las cosas no salieron como Jessel esperaba y sí como Zanuck había temido desde el principio.
“De todas las películas de la era clásica que hoy pueden llamarse film noir –señala Eddie Muller-, El callejón de las almas perdidas es quizás una de las más proféticas en su representación de un líder carismático engañando a los crédulos solamente con decirles lo que quieren escuchar y metiéndole la mano en el bolsillo como retribución. Ciertamente eso no era lo que el público de 1947 quería escuchar”. El callejón de las almas perdidas fue un fracaso, en parte porque nadie quería ver a Tyrone Power convertido en un villano. Pese a algunas buenas críticas –el crítico James Agee escribió que “Power resulta deslumbrante en su nueva estatura como actor”-, la Fox retiró a la película de las salas tras pocas semanas de exhibición –según escribe Matthew Kennedy en la biografía del director Edmund Goulding- y recién se repuso casi una década después, convirtiéndose en un éxito de los autocines.
El callejón de las almas perdidas mantuvo desde entonces un aura de película maldita. No solo debido a su fracaso en la taquilla, sino al sino trágico que pareció rozar a varios de los involucrados en la producción. Para el director Goulding, la película marcó el comienzo del declive de su carrera como director que alumbró algunas comedias y musicales intrascendentes en los años posteriores y concluyó con su temprana muerte en 1959. También Tyrone Power murió de manera prematura en 1958, con solo 44 años, después de haber regresado a las películas de aventuras como La rosa negra y El príncipe de los zorros, de las que tanto había ansiado escapar (Ben Mankiewicz, ejecutivo de TCM, recuerda que pese a todo Power siempre consideró a Stan Carlisle el mejor personaje de su carrera).
La maldición parece haber caído con más fuerza sobre Helen Walker, la actriz que interpretó a la pérfida psicóloga Lilith Ritter, cómplice de El Gran Stanton en sus engaños a la clase alta de Chicago. Unos meses antes de que comenzara el rodaje de la película, Walker recogió a tres personas que hacían dedo en la ruta y sufrió un accidente en el que uno de ellos murió. Pese a que fue absuelta en la demanda por conducir ebria e imprudentemente, así como de un cargo de homicidio involuntario, su reputación se dañó irremediablemente justo cuando su carrera estaba despegando. Su casa se incendió hasta los cimientos en 1960 y ella murió a los 47 años, en 1968.
La seguidilla de desgracias no terminó allí. El callejón de las almas perdidas resultó ser el único éxito literario de William Lindsay Gresham, quien publicaría cuatro libros más: la novela Limbo Tower (1949), el ensayo sobre el mundo del carnaval Monster Midway (1953), la biografía Houdini (1959) y una guía de bienestar corporal titulada The Book of Strength (1961). Después de años de entrar y salir de Alcohólicos Anónimos, se le detectó un cáncer de lengua y se suicidó en 1962, a la edad de 53 años. La película, por su parte, quedó guardada debido a una demanda de los herederos del productor George Jessel a la 20th Century Fox, por lo cual no pudo exhibirse en televisión a partir de los año 80 ni editarse en VHS, lo que la hizo una figurita difícil para los cinéfilos durante décadas. Recién en 2005 fue editada en DVD dentro del ciclo noir de la FOX curado por Eddie Muller y adquirió el merecido estatuto de clásico indiscutido de aquella era.
“El callejón de las almas perdidas es una de las películas más poderosas de la década de los 40″, concluía el Muller con el orgullo de haber sido quien la presentó, celebró y recomendó en cada una de sus presentaciones en festivales del mundo. La fuerza de esa obra permanece intacta, revelando que el film noir no fue solo una meditación sobre el crimen en el mundo de posguerra, un estilo fotográfico marcado por el claroscuro y las icónicas figuras de los detectives y las femme fatales, sino una sensibilidad única en el cine, que reflejó las zonas más oscuras de la naturaleza humana, su crueldad y su creencia, ejes de la encrucijada moral de Stan Carlisle. Ahora que Guillermo del Toro ha regresado a la profética novela de Gresham para ofrecer su mirada sobre aquel aquelarre circense, plagado de videntes, monstruos y estafadores, vale la pena revisitar el original y desafiar todas las maldiciones.
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