El film de Sergio Leone es uno de los grandes íconos del “spaghetti western”
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Hoy resulta imposible no pensar en El bueno, el malo y el feo como una de las películas clave en la historia del cine, y en Sergio Leone como uno de los autores más grandes de la industria. Pero esa saga de antihéroes, grandes tesoros y duelos a muerte, surgió de una inesperada propuesta, y de un actor que estuvo a un paso de no encarnar a uno de sus personajes más emblemáticos.
Érase una vez Sergio Leone
Condensar en pocas líneas la carrera e importancia de Sergio Leone, es casi una falta de respeto. Él era un director todoterreno, de esos que podía demostrar su solvencia en cualquier tarea que surgiera en el marco de un rodaje, desde cuestiones técnicas a otras artísticas, pasando de ser el responsable de la segunda unidad de dirección, a corregir guiones de proyectos ajenos.
Leone era un “arregla todo”, un verdadero animal del cine que podía solucionar cualquier problema de manera expeditiva y efectiva. Su mundo era el de los films italianos, yendo de los héroes romanos al neorrealismo. Y si bien su filmografía oficial cuenta con apenas siete títulos, su marca real es muchísimo mayor. Entre sus muchos aportes se encuentra el haber trabajado en El ladrón de bicicletas, la dirección de la escena de cuadrigas en Ben Hur, o la realización de Mi nombre es nadie. Leone hacía de todo, y todo lo hacía bien.
En 1961, recibió la posibilidad de acreditarse como director en El coloso de Rodas, un péplum hecho y derecho, que si bien no muestra marcas de su estilo, permite vislumbrar la grandeza del realizador.
En 1964, el estreno de Por un puñado de dólares le permite colaborar por primera vez con Clint Eastwood, en una película que era un descarado plagio de Yojimbo (y que le valió una denuncia por parte de Akira Kurosawa, que Leone orgulloso, exhibía en su oficina).
El spaguetti western (nombre que reciben los westerns italianos de la época, de antihéroes sucios y paisajes arenosos), era el terreno en el que este autor mostraba sus mejores armas, revelándose como un artesano de gran elegancia. El realizador necesitó do películas para pulir su estilo, y con el estreno de su tercer film, Por unos dólares de más, la de Leone ya era una firma contundente, con despojados planos largos y tiroteos que desbordaban preciosismo.
Y si bien hoy resaltar la figura de Leone es una obviedad, en ese momento su obra estaba muy lejos de ser apreciada por la crítica, siendo su nombre uno más entre el de tantos otros italianos que hacían “esas de disparos”. Por lo pronto, los productores se interesaban en Leone no por sus aspiraciones artísticas, sino porque sus films vendían miles de entradas. Y por ese motivo es que luego de tres películas muy rentables, le ofrecieron la posibilidad de financiar un cuarto proyecto, que iba a marcar un antes y un después no solo en su carrera, sino en la historia del spaguetti western. Y del cine.
La comedia que no fue
Leone ya había realizado dos films con ese antihéroe encarnado por Clint Eastwood, y que el tiempo nombró, irónicamente, como “El hombre sin nombre”. Esas dos películas habían sido un gran éxito en distintos países de Europa, pero en Estados Unidos ni siquiera habían llegado a distribuirse.
Por ese motivo, el director invitó a un grupo de ejecutivos de United Artist a Italia, para exhibirles los largometrajes y discutir la posible comercialización de ambos en Estados Unidos. En el marco de esa negociación, le consultaron si tenía un tercer proyecto en mente, que pudiera completar una trilogía temática, y le ofrecieron un trato de novecientos mil dólares por los derechos en Estado Unidos. Se trataba de una oferta imposible de rechazar, un negocio que ya tenía asegurado casi un millón incluso aún antes de comenzar.
Sin perder un minuto, el productor Alberto Grimaldi puso en marcha el proyecto que Leone tenía en mente, y que en ese momento se titulaba Dos magníficos vagabundos. Pero el guionista Luciano Vincenzoni, quien ya había escrito Por unos dólares de más, tuvo un idea muy clara: “No sé por qué, pero la imagen del afiche apareció en mi cabeza, Il Buono, il brutto, il cattivo, la historia de tres peregrinos que rondan alrededor de la Guerra civil, en busca de dinero”.
El director convocó luego a dos guionistas más, Agenore Incrocci y Furio Scarpelli, para que escriban el libreto, pero su decepción fue mayor. La dupla se especializaba en comedias, y por ese motivo hizo un tratamiento humorístico de la premisa ideada por Leone y Vincenzoni, motivo por el cual el director desechó la totalidad del guion. El trabajo comenzó prácticamente desde cero, y si bien el realizador se mantenía fiel a su punto de partida, recibió un consejo que pudo haberlo cambiado todo.
En una cena tuvo la posibilidad de conversar con Orson Welles, y el responsable de La dama de Shanghái le aseguró que hacer una película alrededor de la Guerra Civil norteamericana era una pésima idea, porque esa temática ahuyentaba a la taquilla. Leone, convencido de su proyecto, desoyó la opinión de Welles y siguió adelante con su épica western, que tenía como fondo aquel conflicto bélico. Y con la epopeya de esos tres peregrinos como eje, comenzó a armar un casting perfecto.
La sociedad con Clint Eastwood
A mediados de los sesenta, Eastwood estaba muy lejos de ser una gran estrella, y sus trabajos en cine y televisión eran principalmente cameos o roles secundarios. Clint sabía que estaba destinado a ser una estrella, pero el papel consagratorio parecía escapársele una y otra vez.
Por ese motivo, cuando Leone lo llamó para un tercer film del hombre sin nombre, el actor lo rechazó. Una película con otros dos protagonistas no parecía un trabajo en el que pudiera destacarse, y para colmo, luego de leer el guion descubrió que los mejores diálogos le correspondían a Tuco. “En el primer largometraje estaba yo solo, en el segundo ya éramos dos, y ahora íbamos a ser tres. De seguir así, en la próxima voy a protagonizar junto a toda la caballería americana”, dijo Eastwood en una oportunidad.
Luego de que Charles Bronson rechazara el rol de Rubio, la producción volvió a insistir con Clint, y recién ahí lograron convencerlo, aunque las negociaciones no fueron sencillas. El comienzo del rodaje se pospuso una y otra vez, porque las partes no terminaban de acordar un salario, hasta que finalmente los productores aceptaron darle a Eastwood lo que exigía: 250 mil dólares y una Ferrari 275 GTB.
Clint sabía muy bien que la filmación de El bueno, el malo y el feo no iba a ser sencilla, y el tiempo le dio la razón. Las largas jornadas en áridos desiertos españoles, suponían un verdadero agobio para el equipo artístico y técnico. Peor aún, al tratarse de un equipo de distintos países, no había un solo idioma en el set, y por ese motivo, el intérprete grababa sus partes en inglés, y muchos de sus compañeros lo hacían en italiano o incluso español.
De hecho, entre Eastwood y Leone la comunicación no era fácil, teniendo en cuenta que el director solo podía conversar en francés o italiano. Pero lo que más disgustaba a Clint (aparte de las muchas veces en las que se insoló), era llevar siempre un cigarrillo. Eastwood no fumaba, y las tomas y retomas con el puro en la boca, lo asqueaban al punto de exigirle un día a Leone que terminara de armar el plano, porque sino iba a vomitar.
Cuando El bueno, el malo y el feo llegó a su fin, Eastwood consideró que su sociedad con Leone también había llegado a su fin. Ya estaba agotado de la meticulosidad del director, un preciosismo que si bien era su firma, al actor lo había terminado por agobiar. Cuando el intérprete vio la película terminada, se sintió levemente defraudado, opinó que había demasiada violencia, y que Tuco era por lejos el mejor personaje. Lejos estaba de imaginar que Rubio iba camino a convertirse en el gran antihéroe de su carrera.
El malo y el feo
Encontrar a los dos antagonistas de Rubio, no fue una tarea fácil. Para Ojos de ángel, Leone pensó en Henry Fonda, Lee Marvin y Enrico Maria Salerno, hasta que apareció en escena Lee Van Cleef, que ya había trabajado con el director en Por unos dólares de más.
En el caso de Tuco, el realizador quería originalmente a Gian Maria Volonte, pero el italiano optó por trabajar en otro proyecto. De ese modo, Eli Wallach entró en escena, para componer uno de los bandidos más enormes del western.
Como le sucedió a Eastwood, Van Cleef y Wallach también debieron soportar estoicamente un rodaje muy difícil, de altas temperaturas y distintos desafíos. Wallach estuvo en dos oportunidades cerca de morir, cuando hubo un problema con el caballo en el que montaba mientras tenía una horca alrededor de su cuello, y en la mítica escena de la explosión del puente.
Por su parte, Van Cleef también toleró las dificultades de la filmación, aunque solo en una oportunidad se negó a acatar un pedido del realizador. En una escena en la que Ojos de ángel debía golpear a una prostituta, el actor le dijo al director que no iba a hacer eso, y expresó: “No voy a pegarle a una mujer, simplemente no puedo. Hay muy pocos principios que rigen mi vida. Uno de ellos es no maltratar a los perros, y el otro es no pegarle a ninguna mujer”.
El adiós a la trilogía del dólar
Con un presupuesto de un millón doscientos mil dólares, El bueno, el malo y el feo recaudó casi treinta millones, al momento de su estreno. Pero como sucedió con muchos, por no decir todos, spaguetti western, el éxito de público no se tradujo en premios. Aún hoy, se considera uno de los grandes errores de la Academia no haber nomiando a Eli Wallach, uno de los errores más groseros de la Academia, mientras que Leone jamás recibió una estatuilla.
Por otra parte, la música compuesta por Enio Morricone también fue notablemente popular, y el disco con el soundtrack se mantuvo durante varias semanas como uno de los más vendidos en Italia, un honor del que no gozó ningún otro film similar.
Los tres protagonistas de la historia, dejaron huella en la cinefilia, y aún hoy son muy queridos. Atento a esto, Leone fantaseó con la posibilidad de traerlos de regreso para el comienzo de su siguiente film, Érase una vez en el Oeste, en la escena inicial en la que Armónica mata a los tres asesinos que lo están esperando. Pero Eastwood rechazó hacer ese cameo, y así se cayó ese tentativo regreso. La posibilidad de una secuela también estuvo en carpeta durante varios años.
El guionista Luciano Vincenzoni llegó a escribir un primer boceto de la trama, en la que Tuco perseguía al nieto de Rubio, para descubrir si el tesoro estaba aún en su poder. Eastwood expresó que le hubiera gustado participar del proyecto como narrador, pero todo se truncó cuando el director dijo que no quería volver a utilizar a los personajes del film original.
El bueno, el malo y el feo es un largometraje perfecto. Varias de sus escenas quedaron instaladas en el imaginario del público, dando pie incluso a documentales como Desenterrando Sad Hill. Quentin Tarantino en innumerables ocasiones se refirió al impacto que tuvo el film en su carrera como realizador, y hasta participó de un documental llamado Django & Django, que se refiere al spaghetti western como uno de los universos cinematográficos más ricos jamás creado.
La construcción de sus personajes, los cruces históricos dentro de una trama de pistoleros amorales, las magnética puesta en escena de Leone y el duelo final, son apenas los rasgos más superficiales que hicieron de este largometraje una pieza imprescindible. Con el tiempo, Eastwood reconoció el gran valor de sus colaboraciones con Leone, uno de los directores que más lo formó como futuro realizador. Por ese motivo, como una carta de amor a Rubio, el actor confesó recientemente que aún conserva el mítico poncho de ese personaje, que le permitió quedar inmortalizado como una de las mayores estrellas del cine.
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