Considerada por los estudiosos como uno de los primeros y mejores exponentes de terror psicológico en la pantalla grande, El bebé de Rosemary es una verdadera obra de arte del siglo XX. Fue tildada de diabólica y acusada de lanzar una maldición sobre todos los que estuvieron involucrados en ella pero que no sólo resistió el paso del tiempo sino que es celebrada por su mirada crítica de la libertad de los cuerpos de las mujeres y las sombras pocos comentadas del embarazo.
La película es una fiel adaptación de la novela homónima de Ira Levin, editada en 1967. El texto aún no estaba a la venta cuando la casa editorial distribuyó algunas copias en borrador en los estudios de Hollywood, deseosos de encontrar quien quisiera comprar los derechos. El primero que quedó fascinado fue el director de films de terror de clase B William Castle, quien le acercó la idea al productor de Paramount Pictures, Robert Evans.
Evans leyó El bebé de Rosemary y quedó fascinado por la trama pero entendió que necesitaba a alguien de mayor prestigio que Castle para llevarla adelante, así que se puso a buscar a otro realizador. Mientras tanto trabajaba en el film El descenso de la muerte, un drama en el mundo del esquí, y le acercó el libro al polaco Roman Polanski.
Con sólo dos películas en su haber, Polanski era un virtual desconocido en los Estados Unidos, pero sabía mucho de esquí y le apasionaba el deporte. Pero junto con el guión de El descenso… Evans también le mandó la novela de Levin. El director leyó primero ese libro y lo devoró en una noche. Al otro día le pidió por favor dirigir esa película de terror.
La trama no tiene en su superficie nada de misterioso: los Woodhouse son una pareja feliz -él, actor; ella, ama de casa– que deciden comenzar una nueva etapa en sus vidas mudándose a un departamento de Nueva York en donde hacía poco había fallecido una anciana. Sus vecinos son los Castevet, un matrimonio de adultos mayores que parecen encantados con los nuevos vecinos y que de a poco se van sumando a sus vidas.
Sin embargo, todo comienza a enrarecerse cuando la inquilina de los Castevet se suicida y el vínculo entre los vecinos se estrecha aún más. Rosemary, sin embargo, encuentra algo perturbador en ellos mientras que su esposo parece fascinado. Él hará un pacto para que su esposa sea quien cumpla una tarea muy especial: traer al mundo al hijo de Satanás.
Mientras avanzaba la preproducción del film, El bebé de Rosemary salió a la venta y rápidamente escaló en las listas de los libros más vendidos, generando una atención inusitada en una película que, de otro modo, sería más modesta.
Para el protagónico primero se buscaron actrices menos conocidas hasta que apareció Mia Farrow, que era popular por su papel en la serie de televisión Peyton Place pero, sobre todo, por su publicitario matrimonio con Frank Sinatra. Pero quedar elegida para el rol fue, justamente, lo que terminó con ese vínculo. Al parecer el cantante no soportaba que ella siguiera con su carrera en la actuación y no dudó, para amedrentarla, en enviarle los papeles de divorcio al mismo set de filmación.
Farrow amagó con renunciar con tal de mantener a flote su matrimonio pero, como buen productor, Evans hizo todo lo que estaba a su alcance para retenerla. Y más: la encerró en un cuarto y le mostró todo el material en crudo de lo que habían rodado. "Es una actuación que te dará una nominación al Oscar", le prometió. Y la joven estrella le creyó y desistió de abandonar el proyecto.
En efecto, Sinatra y Farrow se divorciaron durante la filmación de El bebé de Rosemary y la intérprete vivió el duelo durante el rodaje, por lo que la angustia y el sopor que muestra en varias escenas es real. No fue considerada para una nominación a los premios de la Academia de Ciencias y Artes de Hollywood pero fue el papel que la consagró como actriz de renombre.
La fama mediática de Farrow y su inexperiencia también chocaron con su coprotagonista, John Cassavetes, un actor clásico y de método, quien confesó haberse sentido incómodo a lo largo de toda la filmación. Para algunos que los vieron en el set, la incomodidad surgía en realidad del gran trabajo que hizo la actriz, que sorprendió a propios y ajenos.
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Cuando se estrenó, el 12 de junio de 1968, la película no sólo fue elogiada por la crítica, sino que fue un éxito de taquilla. Sin grandilocuentes trucos de cámara o monstruos hechos con prótesis, Polanski logró una película que deja al espectador en constante estado de ansiedad y miedo. Y lo hace apelando a un sinfín de detalles y pequeños gestos cotidianos ambiguos e inciertos que, al irse acumulando, dejan en claro que algo terrible acecha.
Uno de sus aciertos es no mostrar nunca al bebé del título, dejando al espectador con la incógnita y con aún más ansiedad. En esta construcción del terror psicológico, la banda de sonido del músico polaco Krzysztof Komeda es también un ingrediente esencial, con un piano que aún hoy provoca escalofríos y una canción de cuna que deja a todos helados.
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Pero la historia de El bebé de Rosemary no terminó con su estreno, sino que bien podría decirse que allí recién empieza, porque los sucesos que comienzan a rodear a todos los involucrados no dejan de ser menos que increíbles y fueron catalogados como maldición.
Castle, el director de películas de terror que primero se interesó en el libro y terminó siendo productor y participando de la película con una breve actuación, fue durante meses amenazado anónimamente mediante cartas por un supuesto culto que lo acusaba de propagar el mensaje del diablo. Terminó internado por una dolencia en los riñones y la prensa de la época aseguró que atravesaba estados de delirio, en los que gritaba: "Dios mío, Rosemary, soltá ese cuchillo, por favor, soltá el cuchillo".
Poco tiempo después, Komeda, el músico responsable de la banda de sonido, estaba caminando con su amigo Marek Hlaskse en las afueras de Los Ángeles cuando perdió el equilibrio cerca de un barranco y rodó cuesta abajo, sufriendo heridas que lo llevaron a la muerte. Allí comenzó a gestarse la leyenda de la "maldición de El bebé de Rosemary".
Incluso el verdadero departamento donde todo ocurre terminó siendo escenario de tragedias reales. En las puertas del emblemático edificio Dakota, frente al Central Park, en Nueva York, no sólo encontró la muerte John Lennon, sino que allí se supo alojar Aleister Crowley, un practicante de magia negra que realizaba allí rituales prohibidos.
Pero, sin dudas, el suceso más oscuro de la saga de tragedias que suelen estar vinculadas con esta película es el asesinato de la esposa de Polanski, Sharon Tate, en manos de la secta La familia, de Charles Manson. El criminal mató a puñaladas a la mujer, quien estaba embarazada de 8 meses, y a sus amigos mientras Polanski estaba de viaje, en Londres.
Pero más allá de la supuesta maldición, la película hoy es vista como una reflexión sobre la violencia sobre la mujer y el rol de la maternidad. El personaje de Farrow es violada para llevar adelante un embarazo que no desea y a su alrededor se despliega una estructura dedicada a mantener esa injusticia, desde el obstetra hasta su esposo y sus cuidadores, quienes desoyen los problemas que le traía ese embarazo, obsesionados con que sea madre a toda costa.
El bebé de Rosemary se estrenó en el momento justo: en los Estados Unidos se discutía el acceso a las pastillas anticonceptivas a partir de dos fallos de la Corte Suprema y el Papa Pablo VI escribía en su contra en la Encíclica Humanae Vitae. Hoy, más de medio siglo después, sigue siendo un título que atrae la atención de las nuevas generaciones y despierta flamantes y encendidos debates.
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