El Bafici desde adentro: encuentros cumbre y el poder de la risa
Fue el miércoles, en el Gaumont. A las 19 comenzó una hora de notas, fotos, saludos. En medio de todo eso se encontraron Graciela Borges y Ewen Bremner, el actor escocés de Trainspotting y Mujer Maravilla, premiado en el Bafici 2000 (segunda edición, cuando ni se le decía Bafici) como actor protagónico de Julien-donkey boy, de Harmony Korine. Bremner, por supuesto, había visto La ciénaga (cada vez que le pregunto por una película argentina… ¡resulta que ya la vio!). El de Borges-Bremner fue un encuentro de esos que son el corazón de los festivales de cine: Spud y la señorita Plasini, junto con selfies de mucha gente. Luego de eso vinieron las palabras de Enrique Avogadro, Ministro de Cultura de la Ciudad, las mías como Director Artístico del Bafici y las de Juan Villegas como responsable de Las Vegas, película de apertura de esta edición número 20.
Las funciones de apertura son complicadas, y lo digo con experiencia: llevo 18 años trabajando en el Bafici, y tres de ellos como director. La gente que viene es una mezcla de público habitual del festival, invitados extranjeros que quizás nunca han venido a Buenos Aires y están con jet lag, funcionarios diversos, gente que viene por "el evento", periodistas, directores y productores con películas en la edición, y otras categorías. Y esa gente entra luego de charlar, ver pasar cámaras, algunos de ellos incluso de sacarse fotos con un banner; muchos están expectantes más que nada por ir a la fiesta posterior, esas cosas. Es un público variado y la película de apertura de alguna manera debería apuntar a interpelarlos a todos, a hacerlos sentir que el festival les da la bienvenida, y a la vez representar al festival, a sus criterios de programación.
Las Vegas era una premiere mundial (es decir, una película que no se ha exhibido antes en ningún otro lado), de un director argentino asociado al Bafici desde sus inicios, y una comedia. Luego de ver unos minutos de la proyección, nos fuimos con los programadores a comer algo mientras la película era proyectada frente a una sala con cientos de personas. Irse mientras dura la proyección es un acto de ansiedad: uno no hizo la película, pero es responsable de que toda esa gente la esté viendo en la primera proyección de un evento de carácter masivo. Estar en la puerta de la sala y ver que hay gente que abandona su butaca y se va duele especialmente.
Ver la película y sentir que el público no se ríe con los chistes que uno ya disfrutó puede generar demasiados nervios: las comedias son muy claras para evaluar su conexión con el público durante la proyección. Así que nos fuimos, y volvimos al terminar la película, incluso tardamos demasiado y llegamos cuando la gente ya había salido. Y notamos inmediatamente que en lugar de partir raudamente hacia la fiesta el público se quedaba hablando de la película en términos elogiosos, algunos en ese modo difícilmente superable que es el de recordar los momentos de una comedia. Otros años habíamos notado apuro por ir a la fiesta; este año la gente quería seguir conectada con la película. Para alguien como yo, que cada vez que lee en Twitter uno de esos chistes gastados y aburridos que dicen que las películas del Bafici consisten en una pava hirviendo durante dos horas (¡qué pava singular, casi mágica!), que una comedia argentina independiente generara esa corriente de buen humor fue una satisfacción especialmente emocionante.
El cine con humor puede ponernos de buen humor. Y la fiesta posterior lo demostró con creces. Gracias a todos y especialmente al responsable de Las Vegas: Juan Villegas, alguien que entiende con claridad que una comedia puede ser una película personal nacida del deseo y la singularidad creativa.
Ojalá mucha gente pueda experimentar la alegría del público de la apertura del Bafici cuando se estrene comercialmente Las Vegas.
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