El aroma del pasto recién cortado es una sutil exploración de complejos sentimientos humanos
Relato de dos personajes que viven de manera paralela, sin relacionarse entre ellos, una misma situación relacionada con la crisis conyugal, la infidelidad y la falta de deseo; se destacan sus protagonistas, Joaquín Furriel y la mexicana Marina de Tavira
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El aroma del pasto recién cortado (Argentina-Alemania-México-Uruguay-Reino Unido/2024). Dirección: Celina Murga. Guion: Celina Murga, Juan Villegas, Lucía Osorio y Gabriela Larralde. Fotografía: Lucio Bonelli. Música: Gabriel Chwojnik. Edición: Manuel Ferrari. Elenco: Joaquín Furriel, Marina de Tavira, Verónica Gerez, Emanuel Parga, Alfonso Tort, Romina Peluffo. Distribuidora: Digicine. Duración: 114 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
Sin perder ni una sola de las marcas de autora que identificaron toda su obra previa, Celina Murga se anima en su nueva película, la primera en diez años, a hacerse preguntas desde otro lugar sobre los afectos y sentimientos más profundos del ser humano. Antes de El aroma del pasto recién cortado, el mundo observado por la talentosa directora entrerriana tenía sobre todo que ver con niños y adolescentes en busca de válvulas de salida, de mecanismos para descomprimir situaciones asfixiantes.
Visto desde esas relaciones que se van tornando cada vez más rígidas y sofocantes, el escenario de la nueva película de Murga es muy parecido al de sus películas previas. La novedad está en el foco, puesto ahora en la adultez. Más específicamente en la vida de dos personas (un hombre y una mujer) que no se conocen entre sí, aunque se mueven y trabajan en el mismo hábito, y que experimentan de forma paralela y simultánea un cambio rotundo en sus respectivas y rutinarias vidas conyugales. Serán la infidelidad y el adulterio los disparadores de un relato que funciona en espejo, como si quisiera en ese doble juego dejar una imagen de totalidad. Nadie puede escapar a una encrucijada expuesta de ese modo.
De nuevo apoyada en la compañía y el consejo de Martin Scorsese, Murga se asoma a esas vidas alteradas de repente por la irrupción de cuerpos extraños con delicadeza y un finísimo poder de observación, dos cualidades reconocidas de su cine y su manera de ver el mundo. Nos lleva a través de su cámara a mirar esa doble experiencia disruptiva desde espacios que siempre resultan estrechos, ajustados y ceñidos hasta cuando la acción transcurre en ámbitos supuestamente amplios, con respiración propia (las aulas y los ambientes al aire libre de la Facultad de Agronomía) y acordes al desempeño cotidiano de los personajes centrales.
La directora jamás emite juicios sobre la conducta y las decisiones que toman los protagonistas, pero al mismo tiempo deja constancia expresa de que nunca dejarán de sentirse expuestos, observados y etiquetados a partir de ellas. De un lado está Pablo (Joaquín Furriel), que de a poco se deja llevar por la seductora y juvenil cercanía de Luciana (Verónica Gerez), una de sus alumnas. Del otro, Natalia (la mexicana Marina de Tavira, una de las protagonistas de Roma, de Alfonso Cuarón), cuyos temores sobre el implacable paso del tiempo y las oportunidades perdidas se disipan en la compañía de Gonzalo (Emanuel Parga), el discípulo más destacado de su tarea como mentora de proyectos de campo.
Con sutileza y ese cuidado por el detalle que siempre enriquece el cuadro, Murga se posa sobre una realidad en duplicado que expone a la vez semejanzas y matices. Los dos docentes atraviesan situaciones conyugales amenazadas por la rutina, el agobio y una situación irresuelta que resulta clave: la esposa de Pablo (Romina Peluffo) y el marido de Natalia (Alfonso Tort) no trabajan y enfrentan serias complicaciones para conseguir empleo. Temas como la ocupación del tiempo, el deseo, el engaño, el ocio, la sexualidad y la crianza de los hijos quedan a la vista como instancias de conflicto que solo se resolverán desde la apertura a una relación extramatrimonial.
Allí es donde aparecen las diferencias. Murga nos muestra que la relación entre Pablo y Luciana se apoya en el juego seductor y el descubrimiento de una sensualidad que, en el caso del docente, parecía perdida. El vínculo entre Natalia y Gonzalo tiene connotaciones un poco más inquietantes, sobre todo cuando la mujer empieza a tomar conciencia que empiezan a ponerse en juego cuestiones afectivas de mayor profundidad. En su caso, todo su andamiaje emocional y el equilibrio que sostenía su vida hasta allí empiezan a tambalear.
El círculo empieza a cerrarse cuando surge otro elemento todavía más inquietante: la conciencia de que ni siquiera nuestra intimidad nos pertenece del todo. Detrás de la brecha generacional aparecen miradas diferentes sobre lo que se revela y lo que se oculta. Los personajes se mueven todo el tiempo entre la incomodidad y el desasosiego, entre la atracción y el desencanto.
Una vez más, Murga nos deslumbra con su talento para la dirección de actores. De Tavira lleva en un rostro lleno de expresividad la imagen perfecta del anhelo que se va convirtiendo en frustrada resignación y Furriel nos muestra una vez más que ningún otro actor de nuestro medio es capaz de llegar tan lejos cuando a un personaje le toca cargar en silencio con el dolor, la culpa, la desazón y el arrepentimiento. El elenco juvenil está a la altura del desafío de contar una historia que deja muchas preguntas abiertas detrás de un final que resulta tranquilizador solo en apariencia.
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