El ángel pinta un retrato de Robledo Puch al mejor estilo Tarantino
CANNES.- Sesión matinal de fotos, proyección de prensa al mediodía (las primeras críticas fueron muy positivas), alfombra roja vespertina en la Sala Lumière ya con la presencia de una celebridad en Cannes como el coproductor español Pedro Almodóvar y función de gala a la noche en el auditorio Debussy presentada por el máximo responsable del festival, Thierry Frémaux, con todo el equipo sobre el escenario y saludada al final con sostenidos y entusiastas aplausos.
El ritual completo que propone la principal muestra cinematográfica del mundo y que para muchos artistas jóvenes significa una suerte de bendición y consagración. Además de Almodóvar, el resto del team de El ángel, con su director (Luis Ortega), sus protagonistas (el debutante absoluto Lorenzo Ferro, Chino Darín, Peter Lanzani, Cecilia Roth y Mercedes Morán) y sus otros productores a la cabeza, acompañaron desde muy temprano y hasta el cierre de la función oficial -ya pasada la medianoche-, el estreno mundial en la sección oficial Un Certain Regard de este potente acercamiento a la figura de Carlos Robledo Puch, que promete ser una de las películas argentinas más taquilleras (y discutidas) del año.
"Terminamos la posproducción hace pocas horas, todavía no caigo del todo, fue un proceso muy fuerte e intenso, pero haber trabajado con semejante equipo y en estas condiciones ideales es algo que no quisiera perder nunca", dice Ortega en diálogo con LA NACION. La unión entre una de las productoras más importantes del cine argentino actual (K&S Films), una de las compañías top de la televisión argentina (Underground) y aportes extranjeros como el de El Deseo, de los mismísimos hermanos Pedro y Agustín Almodóvar, permitieron concretar una película explosiva en más de un sentido: una narración llena de adrenalina, estilización visual y un virtuosismo cool que remite por momentos al cine de Quentin Tarantino, con una utilización permanente de canciones de la época de artistas como Billy Bond y la Pesada del Rock & Roll, Manal, Leonardo Favio, Johnny Tedesco, mucho de Pappo y -sí- algo de Palito Ortega, padre de Luis y de Sebastián, uno de los principales impulsores del proyecto, que se verá en las salas locales el 9 de agosto.
Tras realizar la elogiada miniserie Historia de un clan (sobre los Puccio), los hermanos Ortega se obsesionaron con otro de los casos célebres del hampa local: Robledo Puch. Con el libro de Rodolfo Palacios como génesis, se fue desarrollando un guion que no pretende ser una reconstrucción fiel del raid delictivo de ese joven que cometió 11 asesinatos y 42 robos.
Sin embargo, el director de Caja negra y Lulú aclara que "el delito como transgresión, como mundo oscuro, no me interesa demasiado, pero sí cuando está teñido de un aspecto religioso. Para mí es la historia de Carlitos, que claramente no es Carlos Eduardo Robledo Puch, porque está tan ficcionado como Historia de un clan. Está inspirado muy libremente en el personaje y en su historia. Es nuestra mirada, nuestra interpretación y nuestra recreación, que no pretende ser realista".
En la película, el Carlitos que construye con convicción y magnetismo Lorenzo Ferro (hijo del actor Rafael Ferro) luce como poseído, abstraído en muchos casos del mundo real y para él (por lo menos al principio) todo forma parte de un juego, de una ficción de la que es parte pero de la que no tiene demasiada conciencia. Si bien sus padres (Cecilia Roth y el actor chileno Luis Gnecco) y los de su compinche Ramón, que interpreta Chino Darín (Mercedes Morán y Daniel Fanego) tienen su importancia en la trama, el eje de las dos horas es el mundo interior de Carlitos y la conexión con sus socios criminales (en la segunda parte se sumará Peter Lanzani).
Ortega -que dice preferir la dirección de películas a las series "porque están menos manipuladas, formateadas y su esencia es más noble"- fue quien insistió para que un joven sin ninguna experiencia como Lorenzo Ferro fuese el protagonista excluyente del film (está en casi todos los planos): "No fue fácil convencer a los productores porque Toto no era actor, no había pisado ni siquiera una clase de teatro. Apenas lo conocí, supe que él era Carlitos. Después vinieron mil aspirantes más, pero yo ya escribía pensando en su carita. Se me respetó la propuesta y se me dieron seis meses para ensayar fuertemente todos los días con él. Cada jornada, desde las 10 de la mañana, nos juntábamos en mi departamento y nos la pasábamos bailando, actuando, repasando las escenas con el aporte de Alejandro Catalán, gran profesor de actores. Para un pibe de 16 años era lógico pensar: '¿Qué hago acá?'. Frente a semejante rigor otro pibe habría abandonado, pero él demostró ser un tipo con mucho talento, se puso la película al hombro, se la bancó: estaba en su destino hacerla".