Dunkerque: relato histórico simplista
Dunkerque / (Reino Unido-Países Bajos-Francia-E.E. U.U, 2017) / Dirección y guión: Christopher Nolan / Fotografía: Hoyte van Hoytema / Elenco: Fionn Whitehead, Damien Bonnard, Aneurin Barnard, Kenneth Branagh / Distribuidora: Warner Bros / Duración: 106 minutos / Calificación: Apta mayores de 13 años / Nuestra opinión: buena
Cineasta poco propenso al humor, la calidez o la empatía -nunca más tuvo a un actor en tal estado de elevación como Heath Ledger en su segunda Batman-, Christopher Nolan sigue su carrera maquínica, ahora con más chances que nunca de ser reverenciado, en este caso por un film tan vistoso como apagado en términos de conflicto o de emociones. Nolan la emprende con la historia de una de las batallas clave de la Segunda Guerra Mundial: Dunkerque, en la que estaban -a merced de los alemanes- ingleses, franceses y belgas, y que lograron llegar, en grandes números, a las islas británicas. Una recuperación que sería crucial y de la que ya conocemos el resultado histórico. Nolan no es Eastwood, que en Sully hacía suspenso con lo ya conocido: hay un abismo de magia narrativa entre ambos.
Nolan no explora las hipótesis sobre el error militar alemán, sino que se dedica a exponer las acciones desde el lado aliado en tres ejes: el marítimo, el aéreo y el muelle. A cada uno le asigna un período de tiempo distinto. Esto es Nolan: en algún momento esos tiempos se cruzarán. En sus momentos más encendidos, Dunkerque apela con simplismo a los tópicos más gastados de las películas de propaganda, aquellos en los cuales la historia se ilustra y es explicada, en este caso principalmente mediante palabras dichas por Kenneth Branagh, que se encarga de dejar bien claro el rol histórico de Inglaterra y de Churchill, y también el valor del hogar, en frases con destino de posteridad dichas con falsa conciencia de posteridad. Nolan, poco capaz de construir un héroe, individual o colectivo, pretende fabricar emoción con conciencia histórica por caminos distintos a los de Tarantino en Bastardos sin gloria, o a los del paroxismo del montaje en la acción, el heroísmo y la sangre de Hasta el último hombre, la extraordinaria película de Mel Gibson. Nolan detiene frecuentemente cada una de las historias, impide una progresión dramática consistente y peca de exhibicionismo narrativo al cruzar las historias mediante algunos retrocesos temporales. Hay ciertamente no poca espectacularidad en los hundimientos de barcos, un trabajo dedicado en el sonido extra lacerante de balas, explosiones y torpedos y también música casi sin freno, en muchos momentos con violines energéticos como serruchos, en otros en modo más acuoso-ambiental, y demasiados tic tac de relojes para indicar que todo es cuestión de tiempo, de timing, de coordinación, de explicar de más lo que ya estaba bastante claro y resuelto hace unos tres cuartos de siglo.
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