Drogas, desnudos y vampiros: la historia detrás de Arrebato, la película “maldita” que nadie quería exhibir y se convirtió en un film de culto
Protagonizada por Eusebio Poncela y Cecilia Roth, el largometraje atravesó tantos contratiempos durante su rodaje -y una vez terminado- que llevó a su realizador, Iván Zulueta, a prometerse no volver a dirigir nunca más
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Su título definió su perfil y también selló su suerte. 13 días después de su estreno en el cine Azul de Madrid, el 9 de junio de 1980, la última película de Iván Zulueta desaparecía de cartel. Así, Arrebato era presa de la misma vorágine que la había originado y de un rodaje casi como experiencia límite en un espiral que, con esa misma intensidad, hacía que se evaporara de la pantalla grande.
Parte de la sinopsis escrita de puño y letra por el realizador, con sus tachaduras y cambios de idea, pueda resumir su volcánico efecto: “José Salgado (Eusebio Poncela) de treinta y pocos años terminó ayer mismo de dirigir su segunda película (una probable serie B de vampiros), y se ha pasado el día de hoy encerrado en la sala de montaje recortando el material filmado, con cierta saña, como quien se rasca con fruición una herida reciente (…) Tal vez las relaciones de José con el cine no estén teniendo nada que ver con lo que él había imaginado… Tal vez la heroína ha dejado una huella más profunda de lo previsto. Tal vez su ruptura con Ana (Cecilia Roth), inmediatamente anterior al rodaje que acaba de finalizar sea un boomerang… probablemente”. Esa era la explicación de un guion que, primero fue pensado como un cortometraje, pero siempre fue una historia sumergida en un universo de drogas donde Eusebio Poncela era su vital protagonista; a través de él Zulueta llegó a Cecilia Roth, que tenía sólo 22 años cuando aceptó el rol que la modelo Paloma Aristegui no quiso realizar porque la propuesta incluía desnudos.
Definido el elenco, y acompañado por un modesto equipo técnico y un presupuesto que no alcanzaba, Zulueta decidió comenzar el rodaje el exacto día del verano del 12 de julio de 1979 en La Mata, una finca propiedad de la familia de Jaime Chávarri en Segovia. A partir de ese momento todos los planes se convirtieron en imposibles y el rodaje multiplicaba los días y las cuentas. La afamada revista española Guía del Ocio publicaba esa misma semana un artículo titulado “Cinefilia y heroína”, que daba cuenta de la realización de la película: “La historia solo puede etiquetarse de fantástica. Un director de películas de terror, mientras prepara una de ellas, conoce a un extraño personaje: un hombre que hace películas en Super8 y que se niega a ser adulto, conservando hasta su voz de niño, como un Peter Pan cualquiera y que solo cuando se inyecta heroína se vuelve adulto”.
Como en un reverso de la ficción que parecía sólo para la pantalla, las drogas circulaban a ambos lados de la cámara y dejarían profundas marcas en varios de los intervinientes en ese rodaje, comenzado por su realizador que se adelantó a “la movida madrileña” con esta película, que retrataba también un clima donde la provocación y la experimentación serían dos de las tantas claves de esos años post-dictadura franquista.
Iván Zulueta ya era un personaje extraño en los politizados días de la Escuela de Cine de Madrid. Su búsqueda creativa transmitía la admiración del pop y psicodelia neoyorquinos a los que abrazaba como primigenio momento de experimentación. Y cuando el dinero en Arrebato no alcanzaba, recurrió a esas filmaciones en Super8 para expandir aquello que estaba lejos de las posibilidades concretas para conseguir la que sería su segunda película. Esos conflictos económicos, la anarquía en el set de filmación y los tiempos de un rodaje que se iba de los plazos previstos significaron que tuviera que usar muchas primeras tomas y que buena parte del equipo técnico lo abandonara. Contrariamente a la leyenda escrita, cuando fue el 30 aniversario de su estreno, la actriz Marta Fernández Muro y el productor Augusto Martínez Torres declaraban al diario El Mundo que: “Iván era muy meticuloso, repetía de manera obsesiva cada idea”, descartando el frenético azar como parte de su fama. Lo cierto es que la voz de Helena Fernán-Gómez fue doblada “en falsete” por un jovencísimo amigo del director, también un realizador que comenzaba con sus primeros cortos, y es hoy sinónimo del cine español, Pedro Almodóvar. Para algunos, la idea estaba instalada desde un comienzo para dotar de ambigüedad a ese personaje, para otros fue un manotazo de ahogado cuando no pudieron elaborar con sonido directo muchas de esas tomas.
Como en tantas otras situaciones, Arrebato es un mito abierto que cincela su realidad según el prisma desde el cual se acceda a su historia. Seguramente cada parte antagónica sobre los recuerdos de su largo rodaje tenga su necesaria cuota de verdad. “Si hice Arrebato tomando heroína es que la controlaba”, manifestaba en entrevistas Zulueta con ánimo desafiante. Una de las escenas que más le gustaba al realizador es cuando Ana hace un pequeño número musical frente a la diminuta pantalla en blanco del super-8. Fue rodado en un clima muy distinto al de la trama, en un cálido ambiente familiar, con Zulueta desplazándose en el interior de ese pequeño departamento rodeado por la familia de Cecilia Roth y de las del resto del equipo, e intentando conseguir el que es finalmente el único travelling que tiene toda la película. Fue una de las escenas que se rodó un sábado por la mañana, a diferencia del clásico estilo del director “de dormir de día y vivir de noche”, como dijo Augusto M. Torres, productor ejecutivo del film y autor de un profuso texto de recuerdos.
De Segovia se habían trasladado a un departamento en Princesa Nº 3, y ocasionalmente a una oficina alquilada por el productor ejecutivo en Almagro Nº 4. El primer montaje de Arrebato duró tres horas y su realización fue en paralelo al rodaje de las últimas tomas en los estudios Tecnison. A regañadientes, Zulueta aceptó quitar otra media hora y en ese lapso desaparecen las únicas tomas en las cuales aparecía Almodóvar. Llegó a tiempo a presentarla antes del 31 de diciembre de 1979 a los Premios Calidad que otorgaba el Ministerio de Cultura. Contra todo pronóstico, ganó uno.
Como alter-ego de Eusebio Poncela estaba Will More, actor fetiche de Zulueta y rostro de la movida madrileña que siguió participando en varias películas e incluso en el elenco de Martin (Hache), de Adolfo Aristarain, y que murió a los 67 años el 10 de agosto de 2017. En una de sus últimas apariciones públicas contó que Zulueta lo había convocado para un nuevo proyecto apenas cinco días antes de su muerte, el 30 de diciembre de 2009. Después de Arrebato, Zulueta realizó varios afiches de las películas de Almodóvar -quien lo admiraba-, como Laberinto de Pasiones, Entre Tinieblas y ¿Qué he hecho yo para merecer esto?.
El film estrenó en ese cine en el que hoy funciona un local de la cadena Friday’s en plena Gran Vía, el único que se atrevió a proyectarla, en aquel verano de 1980, y la crítica no la acompañó. La Quincena de Realizadores pidió una copia subtitulada para verla y la rechazó, al igual que la Berlinale que lo hizo de plano. En 1981, el cine Alphaville resolvió incluir Arrebato en las funciones de trasnoche de fin de semana. Se volvió un éxito que acuñó –junto a su polémica temática- el aura de un film de culto, el mismo que lo acompaña hasta hoy y que permite volver a verla en pantalla grande como la “película maldita” del cine español. Aquella que nadie desea padecer como realizador pero queda, como en este caso, desde el título que la contiene, formando parte del impensado sitial preferido de la historia. Después de Arrebato, Zulueta nunca volvió a dirigir un largometraje.
Arrebato, de Iván Zulueta, se exhibe se este viernes 8 a las 22 en Cinépolis Recoleta, en el marco de la muestra de cine español Espanoramas.
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