Dos codiciadas modelos, una estrella sin camarín y un asesinato que devastó a Peter Bogdanovich
La aparición en escena de Peter Bogdanovich se produjo en un contexto especial: los avances tecnológicos ya permitían ampliar el abanico de posibilidades en un rodaje. Las cámaras de 16 mm (un formato que se empezó a utilizar cada vez más) eran livianas y se inventó un sistema para registrar sonido que no hacía necesario tener la grabadora conectada todo el tiempo con un cable. Eso dio lugar a la chance de filmar tomas de mayor alcance y con más oportunidades de movilidad.
Con Shadows (1959) -hecha con pocos focos, sonido natural y escenas improvisadas-, John Cassavetes marcaba un rumbo posible para lo que se conoció como "nuevo cine estadounidense". En ese contexto surgió American International Pictures (AIP), una pequeña compañía cinematográfica independiente que aunó los postulados estilísticos y sociales emergentes con películas de presupuestos muy bajos. Su productor más dinámico fue Roger Corman, colaborador crucial en la notable ópera prima de Bogdanovich, Targets (1968), con el mítico Boris Karloff en el elenco y rodada con los parámetros de ese nuevo canon.
Todos rieron llegó unos años después, en 1981, cuando Bodganovich ya había cautivado a la crítica con La última película (1971), ¿Qué pasa, Doctor? (1972) y Luna de papel (1973) y empezaba a conseguir apoyos más sustanciosos para sus films. Pero de repente hilvanó tres fracasos consecutivos: Daisy Miller (1974), At Long Last Love (1975) y Nickelodeon (1976), que volvieron a dificultarle las cosas. Resolvió entonces abocarse a un proyecto muy personal, cuyos protagonistas originales iban a ser Cybill Shepard y Dudley Moore. La idea era filmar una comedia romántica agridulce que no siguiera las reglas más usuales de ese tipo de historias. La estrategia fue enmarcarla en una singular aventura con detectives rodada en buena parte en las calles de Manhattan, que además deberían lucir muy diferentes a los escenarios caóticos, violentos y decadentes de films como The Warriors (Walter Hill) y Calles peligrosas (Martin Scorsese).
Asociado con una productora importante pero no especialmente generosa en ese momento específico -Time Life Films, de la poderosa compañía Time Inc.-, Bogdanovich se propuso recuperar su status de director-estrella que había quedado plasmado categóricamente en la inusual estrategia de promoción de sus largometrajes: los trailers que presentaba no eran montajes basados en los argumentos, como casi todos los que se usaban en la industria, sino imágenes que lo mostraban a él en pleno rodaje: "¡Peter Bogdanovich va a estrenar una película!" solía ser el anuncio principal.
El argumento de Todos rieron es sencillo: dos maridos que tienen serias sospechas de infidelidad contratan a un particular trío de detectives neoyorquinos (Ben Gazzara, John Ritter y Blaine Novack, guionista del film cuyo look hippie le confiere aun más sentido del humor a todo el paisaje) para que sigan a sus mujeres (Audrey Hepburn y la joven modelo Dorothy Stratten), pero todo se complica cuando los detectives se enamoran de ellas.
El personaje de Ritter es un obvio alter ego de Bogdanovich, quien efectivamente estaba perdidamente enamorado de Stratten, por entonces una conocida playmate contratada por Hugh Hefner y en pareja con su manager, Paul Snider, un personaje oscuro y abusivo que la explotaba y también contrató a un detective para que la controlara.
Bogdanovich venía de ganar un León de Oro en Venecia con Saint Jack, película rodada mayormente en Singapur con una performance brillante de Gazzara, y buscaba recuperar esa magia en una historia cuyo escenario era nada menos que su ciudad natal. Armó un elenco completamente familiar, con sus dos pequeñas hijas, el hijo de Audrey Hepburn y un grupo de mujeres que tenían una característica en común, los enredos amorosos con él: Colleen Camp, la también modelo Patti Hansen y Dorothy Stratten, su obsesión en ese momento.
"Parece una película parisina, más que neoyorquina", dijo alguna vez Quentin Tarantino, admirador confeso de Bogdanovich y responsable directo de una reivindicación general muy merecida de Todos rieron veinte años después de su estreno, cuando la colocó en un lugar de privilegio de la lista de sus películas favoritas de todos los tiempos. "Peter logró que ese verano de Nueva York se viera tan mágico y romántico como suele verse París en muchísimas películas. Ni siquiera Woody Allen consiguió un homenaje tan cálido a la ciudad", agregó. Buena parte de ese logro tiene que ver con el estupendo trabajo de Robby Müller, director de fotografía holandés de la mejor etapa de Wim Wenders, capaz de otorgarle a las imágenes una impronta realista que luce muy particular en el marco de un relato con mucho de cuento de hadas -¿en qué otra lógica sería probable subirse a un taxi y que lo maneje Patti Hansen?-.
"La historia no es tan importante, es apenas una excusa para que esos personajes encantadores se crucen, tengan flirteos amorosos y todo fluya libremente como una comedia romántica callejera", señaló otro de los admiradores de Bogdanovich, Wes Anderson, dando en el clavo para definir a una película cuya dinámica narrativa es ejemplar y se despliega mayormente en escenarios reales tomados por asalto por el equipo de rodaje comandado por el director.
Una de las escenas iniciales, la de la llegada a la ciudad del personaje de Hepburn en un helicóptero que desciende en la zona del East River, está deliberadamente registrada con el estilo de los paparazzi: parece una imagen "robada", pero también refleja distintos puntos de vista, como si varios fotógrafos estuvieran esperando ese arribo. Es apenas una muestra de una amplia gama de recursos que usa Bogdanovich a lo largo de Todos rieron, cuya ligereza y gracia están sostenidas por unos movimientos de cámara que, como bien subrayó Wes Anderson, remiten al cine de Jean Renoir, un genio indiscutido de la puesta en escena.
Bogdanovich trabajó mucho en la planificación del rodaje. Su centro de interés era el despliegue coreográfico de las escenas, más que su contenido propiamente dicho: de hecho, escribió muchas de las líneas de diálogo de los personajes minutos antes de rodarlas. El resultado que consiguió es, para muchos especialistas, el corolario de una manera de entender y hacer cine, una bisagra que también marcaron películas como Blow Out, de Brian De Palma y el western de culto La puerta del cielo, de Michael Cimino. Y lo más notable es el cómo.
Si se presta la debida atención, en la mayor parte de las secuencias de exteriores se nota con claridad que no hay extras ni calles cortadas para filmar: el personaje de Gazzara camina con sus dos hijas (las hijas de Bogdanovich en la vida real) por una zona muy popular de Manhattan y algunos transeúntes lo observan con sorpresa. Pero la escena no falla, parece ensayada cien veces. "El equipo de rodaje y las furgonetas estaban lejos, a unas veinte manzanas de donde estábamos filmando escenas como esa -reveló Bogdanovich-. Éramos solo cinco o seis los que trabajábamos con los actores. Y teníamos que estar muy atentos para controlar todo porque no teníamos presupuesto para cortar calles ni contratar extras. Teníamos a una estrella como Audrey Hepburn sin camarín ni un lugar donde quedarse, una locura... A veces teníamos suerte con algún hotel que nos prestaba una habitación o con algún comerciante que nos hacía un espacio en la trastienda de su negocio para que pudiéramos refugiarnos".
Para filmar en ese entorno tan poco controlado también hizo falta desarrollar una especie de lenguaje de señas que el director aprovechó con inteligencia, incorporándolo en la película: hay varias escenas en las que los actores utilizan ese artificio que calzó como anillo al dedo en una historia de detectives llena de ocultamientos e intrigas.
Pero más allá de ese talento del realizador para trabajar en circunstancias limitantes que sin dudas destila, Todos rieron es una película cuyo rodaje se transformó, además, en un melodrama intenso que desembocó en una tragedia que explotó justo en el período de postproducción.
El envoltorio de género, "la película de detectives", apenas disimulaba lo que importaba en la historia: los dilemas amorosos de Bodganovich, rodeado de mujeres con las que había intimado y en pleno romance fou con Stratten, un deslumbramiento que beneficia al personaje de la modelo, estupenda en su desempeño a pesar de no tener mucha experiencia como actriz: se puede decir, directamente, que Bogdanovich la filmó con pasión.
Para escribir el resto de los personajes el director usó dos fuentes de inspiración: su propia vida (hay unos cuantos aspectos de Bogdanovich reflejados en los personajes de Gazzara y de Ritter) y lo que conocía de las biografías de los actores y las actrices de su elenco. El cineasta contó años después del estreno de la película que, en un primer borrador del guion, el personaje de Ritter (que usa unas gafas similares a las que por entonces usaba Bogdanovich) estaba deprimido por una separación y miraba constantemente una foto de su exnovia. La foto que iba a aparecer era una de Cybill Shepard, actriz con la que Bogdanovich había trabajado y también mantenido un fuerte vínculo amoroso.
En ese entonces, Bogdanovich tenía 40 años, era un cineasta importante y al mismo tiempo un personaje algo farandulesco que frecuentaba lugares como las fiestas de la revista Playboy, donde casualmente conoció a Dorothy, que tenía 20. El flechazo fue tan efectivo como para empujarlo a mudarse por un tiempo a Los Ángeles con el propósito de ajustar el guion de Todos rieron. Ahí vivía su nueva musa, que había probado suerte como actriz en dos series televisivas (Buck Rogers en el siglo XXV y La isla de la fantasía) y deseaba ingresar al mundo del cine.
"Yo estaba enamorado de ella como no había estado nunca antes y tampoco estuve después", admite Bodganovich en el documental Peter Bogdanovich & the Lost American Film. "Cuando yo me enojaba por algo durante el rodaje, ella se acercaba y me susurraba "Tu corazón, cariño, tu corazón. Me dejaba sin aliento y a la vez me infundía energía para seguir", remata.
El personaje que interpreta Dorothy está armado con lo poco que el director sabía de ella: que estaba en crisis con su pareja, un hombre que la maltrataba y se comportaba como su gigoló, situación magistralmente sintetizada en un plano que también puede observarse como explícito homenaje a La ventana indiscreta.
"Todos rieron tiene un brillo que no tienen el resto de mis películas. Es la película de alguien enamorado", declaró Bogdanovich no hace mucho. Lo que dice es rigurosamente cierto, así como también es palpable la provocación al voyeurismo que alienta todo el tiempo la historia, una característica que la familiariza con el cine de Hitchcock y De Palma, dos referencias importantes para un cinéfilo como él. En ese viaje afiebrado que propone el film nos convierte en cómplices de un fisgoneo permanente llevado adelante con un humor muy contagioso.
Esa alegría que la película transmite, y que solo se empaña un poco cuando la expresiva mirada de Ben Gazzara deja traslucir el dolor que le provoca la imposibilidad de un amor en otra escena magnífica, es especialmente remarcable si se toman en cuenta algunos de los importantes condicionamientos que marcaron el rodaje, como la depresión que sufría Gazzara en aquella época y especialmente el clima en el que se hizo el montaje definitivo.
Cuando Bogdanovich encaró ese proceso estaba completamente devastado por el asesinato de Dorothy Stratten, ocurrido en agosto de 1980, poco después del final de la filmación. La mató con una escopeta un Paul Snider enfurecido por la relación que había empezado con el cineasta. Para Bogdanovich, obviamente, fue una tarea titánica: cada plano de Dorothy le traía un recuerdo, cada mensaje cifrado en una escena que aludía al romance lo ponía infinitamente melancólico. Sin embargo, no hay nada en la película que refleje la tragedia que había ocurrido. Ese fue un gran gesto amoroso de su parte. El título, que cita a una canción de Sinatra, cuya prodigiosa voz aparece un par de veces en el film, está en perfecta sintonía con su espíritu festivo. Ese tono adorable de Todos rieron es una señal de la fortaleza y la convicción de Bogdanovich, que sería puesta a prueba de nuevo durante un desalentador período de preestreno que llevó a la Fox a suspender el lanzamiento comercial que tenía previsto.
Después del asesinato de Dorothy, Bogdanovich también se había vuelto mucho más desconfiado. Y su actitud frente al desaire de la distribuidora fue extrema: hipotecó su casa para quedarse él solo con los derechos de la película y fundó su propia empresa, Moon Pictures, una decisión apresurada que más adelante reconocería como "un gran error". Pero también es cierto que buena parte de lo que le quedaba de esa relación, que además se había vuelto idílica, estaba plasmado en esa película. Arriesgó todo cuando la distribución independiente no tenía el peso y el volumen que desarrollaría más tarde con Miramax. Estaban Roger Corman y Cannon Films, pero no eran antecedentes que aseguraran nada. Resuelto a asumir riesgos, Bogdanovich también creó el sello Moon Records para editar la banda sonora.
Finalmente estrenó la película en 1981 y la crítica se rindió a sus pies. Pero como para confirmar su status de film maldito, Todos rieron, aun cuando su respuesta en la taquilla había sido más que razonable para un film independiente, se quedó muy pronto sin sala. Paramount copó el mercado con el gigantesco lanzamiento de Reds, de Warren Beatty, y Bogdanovich solo pudo mantenerla en cartel en Seattle y Filadelfia, donde el film se convirtió en un pequeño éxito.
Como corolario de una historia plagada del alternativas, Bogdanovich publicó en 1984 The Killing of the Unicorn, un libro con todos los detalles del asesinato de Dorothy que puede leerse como la exhibición descarnada de su dolor por la pérdida y unos años más tarde, en 1992, empezó a salir con su hermana menor, Louise Stratten. Tenía 49 años y ella 20. Se casaron en el '98 y se divorciaron trece años después. Louise, como todas las mujeres que tuvieron una relación con él y fueron parte de la aventura de Todos rieron, conserva una buena imagen del enamoradizo Peter, muy parecida a la que él mismo tenía de esa película clave en su carrera y en su vida: "Quería que sea una comedia cuyos personajes tuvieran buen humor y se comportaran con cortesía. Que hubiera gracia en su tristeza y estoicismo a la hora de enfrentar al amor". Peter Bogdanovich, así en el cine como en la vida.
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