Dogman: Luc Besson vuelve al cine analógico con una astuta y desgarrada cruza de géneros
El director francés se detiene esta vez en la historia de un excéntrico villano con el superpoder de comunicarse con los perros
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Dogman (Francia/2023). Guion y dirección: Luc Besson. Fotografía: Colin Wandersman. Edición: Julien Rey. Elenco: Caleb Landry Jones, Jojo T. Gibbs, Christopher Denham, Grace Palma, Clemens Schick, John Charles Aguilar. Calificación: Apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 113 minutos. Nuestra opinión: buena.
Las últimas películas de Luc Besson habían resultado un compendio de su marca personal en la gestación de criminales escurridizos y casi sobrehumanos (Nikita, El perfecto asesino) y del gusto adquirido por los universos distópicos y signados por la revolución tecnológica (Subway, El quinto elemento). El resultado fue un híbrido de CGI y estética videoclipera con secuencias de acción propias de la tendencia gamer contemporánea, a veces con mejores resultados como en Lucy (2014), con Scarlett Johansson, otras bastante flojas como en Anna (2019), con la menos conocida Sasha Luss. Dogman es un regreso a las bases analógicas de su cine y una apuesta extraña, amalgama de varios géneros, despareja en su concepción pero con escenas que están entre lo mejor de su universo desde aquellos tempranos años 90. Y, por supuesto, ese logro es compartido con el actor texano Caleb Landry Jones, ganador como mejor actor en Cannes por la australiana Nitram (2021) -película que lamentablemente no se ha estrenado en Argentina- y que aquí confirma su inigualable presencia cinematográfica.
En sus primeros minutos, Dogman puede parecer una historia cercana al universo de Guasón: el retrato de un excéntrico villano cuya cualidad o superpoder parece ser comunicarse con los perros. En la primera escena, Douglas (Jones) es detenido por la policía al mando de un camión en el que transporta una jauría de canes de toda raza y tamaño, mientras lleva un atuendo estilo cosplay de Marilyn Monroe y rastros de sangre en el cuerpo y en la ropa. Además, está en silla de ruedas y sus piernas, envueltas en un aparataje mecánico que fortalece la conexión con los universos superheroicos. Lo que sigue es un largo interrogatorio durante su detención, a cargo de una psiquiatra (Jojo T. Gibbs), artilugio que permite desplegar su pasado en forma de flashbacks y comprender cómo ha llegado hasta allí. Descubrimos que la vida de la psiquiatra está signada por el mismo abuso y maltrato que ha padecido Douglas a lo largo de su vida, hecho que fortalece primero la vocación confesional del detenido y luego la progresiva empatía de la profesional.
Besson expone cada pasaje de la vida de Douglas, desde su trágica infancia en una granja sometido a un padre abusivo, hasta su amor por el teatro shakespeariano y las canciones de Edith Piaf, como un género aparte, una película en sí misma. Por ello, Dogman transita desde el melodrama dickensiano a los musicales de Marlene Dietrich en el ciclo von Sternberg, pasando por la comedia criminal estilo Cómo robar un millón -con perros en lugar de Audrey Hepburn- y el relato gangsteril ‘a la mexicana’, y culmina con una épica religiosa que intenta evocar los ‘via crucis’ del cine de Scorsese. Lógicamente no todo funciona y Besson comete algunos excesos en los guiños y homenajes -siempre con un aire grotesco, esquivo a la sutileza y hasta al buen gusto-, pero con un genuino compromiso con el personaje como no había aparecido antes en su cine, ni siquiera en El perfecto asesino. Porque Douglas expresa una extraña trascendencia, un antihéroe irreal para la vida pero cinematográfico en su esencia, que no requiere del verosímil que hoy atenaza al cine, sino del carisma de los místicos, de la fascinación que solo consiguen los mártires.
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