Dinamita contra la solemnidad: por qué Jojo Rabbit debería ganar el Oscar a la mejor película
Porque es de Taika Waititi. Escrita y dirigida por Taika Waititi, uno de los muy escasos grandes directores ya consagrados y con personalidad surgidos en el siglo XXI. Uno que supo hacer cine desde su país, Nueva Zelanda, y luego pasar con gloria a dirigir en Hollywood, o en el cine global, sin perder esa valiosa singularidad. Después de Eagle vs. Shark y Boy, el sorprendente y merecido éxito de Casa vampiro (o sea What We Do in the Shadows) y de Hunt for the Wilderpeople, se fue a dirigir a Marvel. Y no defraudó: mantuvo su identidad y su talento vital y no dejó de hacer comedia, una protagonizada nada menos que por superhéroes. En Thor: Ragnarok, Waititi demostró también esas virtudes cada vez más escasas de disponer de un tono, de una actitud frente a los temas, de una disposición personal como artista, de tener un estilo, una mirada propia para apropiarse de un relato a priori condicionado por la industria y volverlo distintivo, filmarlo y firmarlo. La virtud de ser un autor de cine, nada menos. Al principio de Thor: Ragnarok se nos presentaba una situación que podía irse para la conversación solemne y Waititi le metía una y otra vez explosivos cómicos, como si estuviera demostrando a qué mundo nos estaba llevando: no a uno de oscura gravedad sino al de la una comedia con muchas luces. Quizás nunca haya habido esta cantidad de luz en una película de superhéroes como la hubo allí: mucho día, cielo no tan nublado, colores vivos, mucha visibilidad. En Jojo Rabbit pasa lo mismo: la noche está casi ausente ¡y eso pasa en una película de nazis! No, perdón, no una de nazis sino una con nazis. Y el principio de Jojo Rabbit es igualmente dinamita destructiva para la seriedad mal entendida, esa que se llama solemnidad. En Thor: Ragnarok Waititi supo poner de relieve las extraordinarias dotes de comediante de Chris Hemsworth, que ya las había demostrado otras veces, y aquí hace lo propio con Scarlett Johansson, magnífica en sentido literal. Waititi es también actor, y en Thor interpretaba al personaje más cómico de toda la película, Korg, puro nonsense. En Jojo Rabbit Waititi va aún más allá: interpreta a Adolf Hitler.
Jojo Rabbit es otra película de Waititi, es decir, un manifiesto más acerca de la valentía. La valentía, por ejemplo, de seguir haciendo comedias en un mundo y en un cine a los que cada vez les cuesta más aceptarlas y entenderlas. Un mundo y un cine que hasta pueden llegar a ir más allá y denunciarlas, encerrarlas e incluso intentar matarlas ¡No maten a las comedias, que pueden llegar a estar llenas de ideas! Otra de las grandes películas de esta inusualmente buena selección de los Oscars, Guasón, quizás hasta triunfe en la categoría principal por los motivos equivocados. Léase: sus obvias cuestiones políticas, y no por su sublimación deforme de la represión cada vez más habitual hacia cualquier cosa que parezca comedia y que intente hacer humor con cosas "intocables". Y cada vez hay más cosas "intocables". De hecho, este momento del mundo es tan pero tan hostil frente a la comedia y sus riquezas que no solamente se le está perdiendo el respeto al sentido del humor (para respetarlo hay que tomar con humor al sentido del humor) y a la crítica sino que además, por eso mismo, algunos adalides de la solemnidad dinamitan toda lógica y todo sentido histórico y creen que no hay tradiciones, no hay historia, no hay nada más allá del corto alcance o de la estrechez de miras.
Una comedia de aprendizaje (coming of age) con Hitler y el nazismo en los primeros planos parece ser una novedad, una bomba de estruendo nunca vista. Algunos llegan hasta la comparación de Jojo Rabbit con La vida es bella de Roberto Benigni y con Bastardos sin gloria de Quentin Tarantino, pero son pocos los que se acuerdan de que existieron –y existen, por esto de los legados y las tradiciones– El gran dictador, de y con Charles Chaplin, y la insoslayable Ser o no ser, de Ernst Lubitsch. La pregunta siempre es la misma: ¿se pueden hacer comedias con…? Y sí, se puede ¿Con qué? Con esto y con aquello, y también con Hitler y con los otros nazis. "Nazis: I hate those guys". Ya lo decía Indiana Jones. Y hagamos comedia, porque la necesitamos. La caída, de Oliver Hirschbiegel, con Hitler en el medio del relato, no era una comedia, al menos no lo era de forma voluntaria. Pero ahí, en un cuento solemne tal vez oscuramente fascinado con Hitler, estaba el germen de cientos de adaptaciones humorísticas de "la escena clave". El humor surge, afortunadamente no puede quedarse aplastado por las necesidades de los oportunismos acomodaticios. Frente a agrupaciones fanáticas tendientes a la crueldad y a alejarse de la calidez y del humor, Waititi dinamita todo desde el principio, en la escena del campamento de las juventudes hitlerianas al que concurre el pequeño protagonista (Roman Griffin Davis). Esta película es una farsa, y a la vez pega emocionalmente con las mejores armas.
Waititi es de los cineastas que definen su mirada y la de los personajes con dos o tres trazos magistrales. Como solían hacer los grandes directores, como hoy pueden hacer Clint Eastwood, Hong Sang-soo, Martin Scorsese, Wes Anderson, Christian Petzold, Nanni Moretti o Kathryn Bigelow. En Jojo Rabbit vemos los zapatos de la madre de Jojo (Scarlett Johansson) y sus movimientos, la vida y muerte comparadas sin necesidad de refuerzos. Y vemos las casas que "miran" con sus ojos, planos obtenidos de la arquitectura de las calles que miran a los personajes y hasta nos miran. Y tendremos una ciudad destruida como supo mostrar Roberto Rossellini en su neorrealismo, pero aquí con artificios dignos de Wes Anderson, que no suenan imitativos sino de sensibilidad compartida, nada menos. Y Waititi se beneficia de ser un oceánico y no un no europeo, para que no le pesen las glorias demasiado pesadas y pasadas del pasado: Waititi puede hacer planos como si estuviera en el cine italiano de los 60 con Johansson rotundamente sentada en una bicicleta. Y –otra vez– puede revelar todo lo extraordinaria que puede ser como actriz, con un personaje que es la mejor propaganda posible para ser madre: sin ternura, sin palabras de moda, sin ceder ante el peligroso y latente despotismo infantil, y entendiendo el juego, el juego de la vida, la vida como juego, el absurdo y el mal como presentes, a veces en los casilleros equivocados pero con la esperanza de que se puedan acomodar en el futuro.
Hitler y nazis: sufran esa patada en los dientes como solamente puede propinarla una comedia extraordinaria como ésta, una patada hiperbólica llena de bronca contra los entrenamientos fanáticos dirigidos a los niños. Ojalá Jojo Rabbit pueda llevarse todos los Oscar que pueda, incluso los cinco que merecía Sam Rockwell por su personaje. Y que luego escape corriendo, para que nunca la alcancen las juventudes y senectudes anticomedias.
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