Diez certezas sobre el regreso de Duro de matar, un clásico inoxidable
Fines de los años 80. En muchos mercados, es el principio de una larga crisis del cine en términos de recaudación. Surge en ese momento un héroe: John McClane. Y se revela un actor fundamental en la acción de las últimas décadas: Bruce Willis . Otro John, McTiernan, es un director que se confirma, con su tercera película, como de primera línea (aunque, a decir verdad, ya lo había hecho con Depredador). Y empieza una de las sagas más emblemáticas y recaudadoras del cine de los últimos 30 años. Irrumpe en el cine Duro de matar, que además de todo eso entrega un villano al que llamar memorable es describirlo en sentido estricto, sin hipérbole alguna. Duro de matar se reestrenó en salas de Hoyts y Cinemark y, ante ese acontecimiento, puse a andar mi Blu-Ray de la película –uno de los pocos que tengo– y la revisé completa, como hacía tiempo no lo hacía.
Al revisar una película uno se enfrenta no solamente a ella sino a las circunstancias en las que la vio, tanto personales y sociales. Confieso que siempre tuve la hipótesis de que el fanatismo nostálgico local por Volver al futuro en parte se apuntala sobre su aparición a mediados de los ochenta, con otro humor social que el imperante a fines de esa década. Pero esos son otros asuntos: ahora nos ocupa Duro de matar, una película que se impone ante nuestra atención, y que tiene muchos menos tics de la época que los que uno imagina. Sí, el pelo de Bonnie Bedelia, y las hombreras, y la inevitable “alta tecnología” de la época hoy quizás risible. Más allá de esos detalles de cotillón, Duro de matar se confirma como una película hecha para durar, con la claridad de un director que entendió como pocos contemporáneos las dimensiones más fuertes de las nociones de héroes y villanos y los resortes más perdurables del arte del cine. Y ahora, sí, las diez certezas que resultaron de la revisión
1. Es cine de otros tiempos, notoriamente, en el sentido de su construcción: pocas películas de acción podrían hoy permitirse casi media hora de planteo sin mediar tiros ni persecuciones. Es, entre otras cosas, el tiempo necesario para conocer al personaje, de entender el momento y el lugar.
2. Bruce Willis tiene mucho menos tiempo en pantalla que el que uno puede suponer, y del que tendría en las secuelas. Es un protagonista escondido y no omnipresente. En parte seguramente tuvo que ver que durante las horas diurnas rodaba la serie Moonlighting, pero eso es secundario: su rol contenido y su presencia relativa acrecientan su carácter elusivo, mítico, casi fantasmal para los villanos.
3. Por lo expuesto en el punto 2, el villano tiene más chances de sobresalir, de ocupar un lugar preponderante. Además, Alan Rickman , en su primera actuación para el cine –sí, así como leen– construye un villano inoxidable, letal, sinuoso, bien vestido, traicionero, inescrupuloso y fascinante. Y con una capacidad deslumbrante para manejar los tonos y los acentos.
4. Duro de matar es una película que argumenta contra el doblaje. Cualquier película lo hace, porque merece verse y escucharse en su idioma original, pero a Duro de matar Rickman la hace ir más allá, porque su trabajo con los acentos del inglés es deslumbrante: inglés con acento alemán casi todo el tiempo, y una transformación veloz al inglés norteamericano que motivó la escena en cuestión, que se hizo justamente por esa capacidad. Por otro lado, escuchar el Yippee-ki-yay, motherfucker de Willis en doblaje debería ser considerado delito de lesa cinematografía.
5. Una obviedad, repetida y con tradición, verificada otra vez aquí. La falta de una nominación de Alan Rickman para el Oscar fue una muestra más de que la Academia rara vez se ha fijado en cómo actúa alguien en una película de acción, como si esto no fuera importante.
6. Si los personajes se construyen con tiempo, sin apuros, el relato no estira las situaciones: no solo porque Hans Gruber y su equipo son veloces, crudos y decididos, sino porque no se abusa de la tensión, que así no sufre fugas y se mantiene con un vigor electrizante. La especial tensión de la película tiene mucho que ver con su sequedad para los enfrentamientos; comparar esta elegancia cortante con las frecuentemente eternas peleas de superpoderes que nos ha legado la moda de los súperhéroes.
7. Luego de Stanley Kowalski (Marlon Brando) y Pepe Galleta (Pepe Biondi), John McClane es otro guapo en camiseta. Esa indefensión extra del héroe solitario sigue funcionando a la perfección, a la que se suma que McClane es además un héroe descalzo, situación que resalta frente al equipamiento y la vestimenta de los villanos (Gruber compra los trajes en la misma casa que el jefe de la corporación, gran detalle).
8. Más allá del tema del apellido de Holly Gennero (o Gennaro) McClane, el personaje de Bonnie Bedelia muestra a una mujer que gana más que su marido, y ella es quien pega la última piña del relato.
9. Dennis Hayden, que interpreta al villano que se queda en la recepción, era igualito a Huey Lewis, líder de la banda Huey Lewis & The News, de moda en esos tiempos.
10. Sin rendir pleitesía a la corrección política, con un foco narrativo clarísimo, con diálogos escritos con consciencia del peso de la brevedad (el cine clásico bien entendido: aquel ¡Era Gary Cooper, idiota!, gran respuesta de McClane a Gruber), con una cohesión no solamente dada por la unidad de tiempo y de lugar, y un director notable que –ironía o no– vio su carrera truncada y hasta terminó preso, Duro de matar nos habla de un cine distinto, que todavía construía nuevas marcas, nuevos héroes, nuevos recuerdos. Quizás el deslumbramiento de la muy placentera revisión de la inoxidable Duro de matar me haya puesto nostálgico (un sentimiento que me es bastante ajeno), pero quizás algo esté roto en el cine actual de Hollywood. O quizás Hollywood como sinónimo de cine estadounidense no exista más, pero ese debería ser tema de otra columna.
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