Diego Peretti: "Hay mucha gente que moja el pan en el tuco de la grieta"
En la época dorada de Hollywood, la importancia del star system era enorme: la participación de un nutrido grupo de actores y actrices muy populares solía garantizar el buen rendimiento comercial de las películas que producía la industria y ayudaba a reafirmar los cimientos de un imaginario colectivo. ¿Tiene hoy la Argentina su propio star system? Sí, pero quizá sea demasiado reducido como para traccionar un negocio que atraviesa una crisis severa. Es un círculo privilegiado en el que claramente hace falta sumar actrices y que tiene figuras masculinas transformadas en motor principal de las películas que protagonizan: Ricardo Darín, Guillermo Francella, Adrián Suar y también Diego Peretti, un actor que se incorporó a esa lista con una foja de servicios muy heterogénea: comedias románticas, películas de acción o con tramas politizadas, dramas íntimos...
Peretti se ha lucido en programas de TV como Los simuladores y En terapia, en películas como No sos vos, soy yo (2004, Juan Taratuto), Tiempo de valientes (2005, Damián Szifrón) y La reconstrucción (2013, otra vez Taratuto). Ya empezó a circular el trailer de El robo del siglo, un muy esperado largometraje dedicado a recrear el famoso robo al Banco Río de 2006 y dirigido por un cineasta que hasta ahora se había movido en el terreno de la comedia, Ariel Winograd. Y es el atribulado protagonista de Iniciales S.G., una comedia negra dirigida por la libanesa Rania Attieh y el texano Daniel García que se estrenará mañana y en la que interpreta, como señala expresamente el trailer del film, a "un hombre que siempre vivió en segundo plano".
Estrenada en el Festival de Tribeca (Nueva York), la película también incluye en su elenco a Julianne Nicholson (actriz de Massachusetts que trabajó en series como Ally McBeal, Boardwalk Empire y Masters of Sex), Daniel Fanego, Malena Sánchez y Francisco Lumerman.
Sergio Garcés, el personaje de Peretti, tiene las mismas iniciales que el famoso cantante e intrépido bon vivant francés Serge Gainsbourg, además de un cierto parecido físico, todo lo que da pie a la aparición de algunos simpáticos covers musicales en una historia de sabor agridulce.
Para esta entrevista, el actor luce completamente transformado: tiene el pelo y la barba intencionalmente desprolijos y de un llamativo color blanco, una exigencia para el papel que le tocó en La noche mágica, thriller psicológico dirigido por Gastón Portal en el que encarna a un ladrón que una niña confunde inocentemente con Papá Noel. En ese relato, su compañera es nada menos que Natalia Oreiro, una de las mujeres que perfectamente podrían ser parte del mentado star system criollo.
–¿Qué sabías de Gainsbourg antes de que te convocaran para Iniciales S.G.?
–Nada de nada. La primera vez que lo escuché creí que era el nombre un personaje de ficción. Los directores me vieron en una película cuando viajaban en avión y notaron que hay cierto parecido, sobre todo en la forma de la nariz y en la melancolía que los dos llevamos impresa en el rostro. Yo no soy tan melancólico en la vida real, de todos modos. Me puse a escuchar su música y compré una biografía editada en español (N. de la R.: se refiere a la de la periodista inglesa Sylvie Simmons, muy recomendable) para investigar más sobre el personaje. Fue una especie de santo surrealista y maldito. Tuvo una relación alucinante con Jane Birkin: él, tan bohemio y pasional; ella, tan glamorosa...
–¿Y cómo es este personaje Sergio Garcés?
–Un adolescente eterno que no asume errores ni responsabilidades. Es muy obsceno en su proceso de autoflagelación. Y también es un supersticioso que cree que su destino está ligado a un hecho deportivo, por ejemplo. Una persona vulnerable, bastante amoral. Eso lo convierte en un suicida en potencia. Un poco lo que nos pasa a los argentinos hoy, ¿no?
–¿Cómo es eso?
–Creo que los argentinos incurrimos periódicamente en eso que, en términos técnicos, se conoce como intento de suicidio. No encontramos la manera de solucionar nuestros problemas y nos regodeamos bastante en ellos, incluso. Sergio Garcés termina viendo la final de un Mundial con un cadáver oculto debajo de una alfombra. Eso tiene un poder metafórico muy claro y muy importante.
–En estos tiempos es bastante usual prolongar la adolescencia. ¿Vos también sos un poco Peter Pan?
–La prolongué en el mejor sentido del término. Yo el Peter Pan lo tengo activo cuando entro a un set para hacer una película o un programa de televisión. Lo tengo y me gusta, porque lo puedo usar para cualquier papel, así sea el de un cirujano. La profesión que elegí tiene un gran componente lúdico. Creo que la del actor no es una profesión seria. Nadie se muere si a mí me sale algo mal. Eso relativiza las cosas, las pone en contexto y te permite relajarte y jugar. Un plomero te soluciona problemas más concretos que un actor. Pero ojo, no lo digo despectivamente. Es un oficio que me gusta y que nunca encaré con desidia. Entre otras cosas, porque me permite ser un adolescente sin que por eso deje de hacer bien mi laburo.
–Hablando de estos tiempos, hoy suena mucho el tema de la crisis del sector cinematográfico nacional. ¿Cómo ves este momento?
–No estoy técnicamente metido en lo que son los problemas de la administración del cine. Veo una crisis, pero no tengo una explicación concreta y unívoca para dar. Siento que los buenos canales culturales que había, esas producciones en torno a figuras como Rodolfo Walsh o Roberto Arlt, fueron desapareciendo. No están en la televisión, no están en el cine... Y al mismo tiempo escucho muy seguido que se cerró tal centro cultural, tal club de barrio, tal peña o tal sociedad de fomento. Eso está mal, y no depende de la ideología darse cuenta. Los que quieren ganar la batalla cultural tienen que ver eso. Si querés discutir sobre Sarmiento o Dorrego, mejor canalizar en algún lugar esa charla, no cortarla de raíz. Tampoco voy a defender a gente que enturbia una buena política de subsidios metiendo la mano en la lata. Eso tampoco va, es tan grave como lo otro. El problema es que hay mucha gente que moja el pan en el tuco de la grieta.
–¿No existe en buena parte de la sociedad argentina esa división?
–Si hacés un referéndum que sirva para ponernos de acuerdo y definir cuatro o cinco políticas de Estado, la gente las aprobaría, así gobierne Mussolini o el Che Guevara. Y la dirigencia política no se da cuenta de eso.
–Dijiste que los argentinos tienen cierta vocación suicida...
–Y sí, es así. Se da un cóctel raro... Pero hoy la gente vota cada vez mejor. Porque los argentinos tenemos más cultura política que antes. Si nos dejan seguir discutiendo por las vías institucionales, salvo que seamos muy pelotudos, vamos a seguir mejorando.
–Dejaste a un lado la psiquiatría para dedicarte a la actuación. ¿Nunca te arrepentís?
–No, para nada. Estoy contento con esa decisión. Elegí la más relajada de las dos profesiones. Yo me tomo mi trabajo muy en serio, pero también sé que es un juego que no pone en peligro a nadie, como sí lo pondría que estuviera desatento con la medicación de un paciente. Me gusta la psiquiatría como objeto de estudio, pero tener en manos de uno la salud de una persona es complicado.
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