Día de la Antártida: la aventura de filmar en la base de las Islas Orcadas del Sur
Los cineastas e historiadores Leandro Listorti y Andrés Levinson trabajan hace más de una década rescatando imágenes realizadas en la Antártida, con la idea de realizar un documental sobre la vida allí; en diálogo con LA NACION cuentan cómo es filmar bajo cero y en condiciones climáticas extremas
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“Dar en el blanco”. Esa sería la imagen, nunca más adecuada, para este proyecto. Porque la expresión, que significa acertar en un razonamiento o cumplir con el objetivo que uno se propone, también incluye un color. O uno apenas considerado como tal, pero que es ni más ni menos que el de la nieve y el hielo. Y hace ya casi diez años, Leandro Listorti y Andrés Levinson, restauradores y curadores del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, comenzaron la tarea de recuperar films históricos argentinos sobre la actividad en la Antártida. La actividad, que podría alentar una metáfora sobre un solitario y “frío” trabajo, generó todo lo contrario: la restauración e investigación de ese acervo de cine filmado, dio a luz la combustión y el calor de un proyecto que incluyó viajes, investigación, filmación, naturaleza y un entorno social muy singular. Filmar y proyectar cine, a 1501 km más al sur de la ciudad de Ushuaia es, como la canción de Jorge Drexler, estar “al sur del sur”.
Pero lo olvidado y encerrado, a veces como un baúl, muchas veces es nuestro propio cine. Parte de esta historia comienza cuando se descubrió y restauró una película fundacional para la historia del cine local, Entre los hielos de las Islas Orcadas, rodada por el meteorólogo argentino José Manuel Moneta. La primera película grabada por un latinoamericano en la Antártica en 1927, lo que la convierte también en uno de los primeros largometrajes del cine nacional. Listorti y Levinson, desde 2012, descubrieron casi 100 cortos realizados en la Antártida. Y, como dice Humphrey Bogart en el clásico El halcón maltés, todo ello se convirtió en el “material del que están hechos los sueños”: el trabajo detectivesco y de laboratorio dio lugar a otro género, también muy afín al cine, la aventura. En este caso, la de viajar a la Islas Orcadas del Sur para proyectar esas películas a los científicos y militares de la base y a la vez registrar, casi cien años después de Entre los hielos…, nuevo material para una nueva película. Un ciclo cinematográfico completo.
Acaso ya el viaje sea parte de la aventura de filmar. Como quien se sube al ferry para pasar una tarde soledad en bici en Colonia, Uruguay, la hazaña comenzó en Puerto Madero. De allí también, increíblemente, sale el rompehielos Irizar que aproximadamente tarda un mes en llegar a las islas (y luego continúa hacia otras bases como las de Petrel, Esperanza o Marambio). Así, el proyecto desembarcó en las Orcadas casi a fines de enero. LA NACION conversó con Listorti y Levinson, quienes junto a los investigadores del Instituto Antártico Argentino Pablo Fontana y Matías Belinco, encabezan esta aventura documental.
-¿En qué consiste el proyecto que los llevó, literalmente, hasta allí?
Andrés Levinson: -Básicamente en reunir y recuperar las películas argentinas filmadas en la Antártida, sobre todo del siglo XX. Encontramos material tanto de las Fuerzas Armadas como del Instituto Antártico y de otras instituciones. La idea de restaurar y rescatar es que la gente acceda a esos films, tanto en talleres, como en festivales de cine o proyecciones. El proyecto creció y avanzó. Y con el apoyo del Instituto Antártico pasó de la restauración, a la idea de generar un nuevo material: una película actual sobre la actividad en la Antártida.
-¿Qué tipo de material filman cada día?
Leandro Listorti: -No sabíamos muy bien con qué nos íbamos a encontrar así que lo fuimos descubriendo aquí. Principalmente, filmamos la casa donde vivimos que es la casa de emergencia, la fauna y distintos refugios alrededor de la base y, por supuesto, la actividad de científicos, biólogos y guardabosques que invernan allí y pasan todo el año censando aves. Pero es tan singular lo que uno ve acá que tratamos de registrar todo el material posible nos sirviera para la edición final.
-¿Cómo es la vida en la base?
L.L.: -En la base somos casi 22. Es una vida intensa porque hay que resolver desde hacer el agua, hasta cocinar (que es un trabajo constante para alimentar a todos), el chequeo de motores y la actividad particular de cada uno. Los almuerzos y cenas estás marcadas por horarios rígidos para respetar sus turnos, porque no comemos todos juntos. También están las rutinas de limpieza de espacios comunes. Y algo de ocio, luego de cumplidas todas estas tareas.
¿Y cómo es filmar en la Antártida en temperaturas extremas y con esas condiciones de luz, donde el blanco y el azul conviven formando una paleta casi dicromática tanto en el cielo como en el suelo? En el frío del fin del mundo, la “temperatura” del color ya no sólo significa la tonalidad que refleja un objeto, sino más bien el clima que lo circunda. “A pesar de que el verano es un excelente momento a nivel luz –explica Listorti–, debido a que amanece a la 3 de la mañana y anochece a las 10, nos tocaron días de muy poco sol, intenso viento y por supuesto, frío. Las condiciones más particulares de este espacio son la cantidad de hielo, y el brillo. Hay una situación muy típica que se da, como la de sacar una foto o filmar a una persona con el glaciar detrás, y es extremadamente difícil lograr una apertura de diafragma en la que se vea el blanco del hielo detrás y al mismo tiempo la cara del retratado. Es una verdadera complicación por la luz y el resplandor. Lo que ocurre es que el agua, el hielo y la luz forman un blanco diferente, una suerte de consistencia lúcida y casi turquesa, que las cámaras, ni las digitales ni la Bolex 16 mm que trajimos, parecen registrar. Habrá que esperar cuando un par de meses revelemos los rollos en 16 mm”.
-¿Cómo fue la otra parte del proyecto, de proyectar esos films históricos en la base?
A. L.: -Funcionó muy bien. Parece redundante, pero proyectar “películas antárticas en la Antártica” es mostrarle a gente que está invernando, pasando más de un año de su vida allí y en esas condiciones, que hubo otros argentinos que hicieron lo mismo hace casi un siglo. Incluso cuando las condiciones de confortabilidad para los invernantes hayan cambiado mucho, el espacio geográfico es el mismo. Los cortometrajes antárticos, que los exhibimos cada noche, fueron muy bien recibidos porque es al fin y al cabo es un público perfecto para ese tipo de cine: se siente al mismo tiempo identificado y reconocido. Y, además, pudimos registrar sus reacciones, para una nueva película.
Inmersivo, por streaming, o de vuelta –afortunadamente- en las salas, el cine está cambiando. Nadie puede saber qué rumbo tendrá. Lo mismo, pero con un tamiz mucho más trágico, ocurre con la crisis del clima, el derretimiento de los hielos y otros desastres ecológicos. ¿Piensan los realizadores que el séptimo arte puede hacer algo al respecto? “No, no creemos que el cine pueda hacer mucho”, coinciden Listorti y Levinson tras una pausa y una reflexión que se adivina, pese a la cinefilia de ambos, honesta. “A lo sumo acercar el tema a cierta audiencia que, por otro lado, ya es un público a atento a esas preocupaciones. El cine puede articular lo artístico y lo científico, cosa que hizo desde sus comienzos. Pero contra algo tan contundente como el calentamiento global, no creemos que el cine sea el camino. Se necesita algo más masivo y urgente. Y el cine está moviéndose hacia territorios cada vez más lejanos de esas dos características, que hasta no hace tanto eran naturales en él”.
Parte de este material histórico se puede verse en los sitios del Museo del Cine y del Instituto Antártico Argentino
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