Detrás del rodaje: La ciénaga, la historia de relaciones tóxicas que consagró a Lucrecia Martel
Hace 20 años, el film dio renovado impulso al Nuevo Cine Argentino, hasta entonces “porteño, blanco, masculino y moralista”; “trabajar con ella te cambia, nunca salís igual”, define Mercedes Morán a su directora
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El 12 de abril de 2001 se estrenaba en los cines de Argentina La ciénaga, ópera prima de la por entonces poco conocida Lucrecia Martel. Si bien la directora ya había filmado media docena de cortos (incluido el deslumbrante Rey muerto, que formó parte de la mítica primera edición de Historias breves, en 1995), estaba muy lejos de ser la autora reverenciada en todo el mundo que es en la actualidad.
Detrás del fenómeno del que hoy es reconocido como uno de los debuts más importantes en la historia del cine argentino están, además del indudable talento como guionista y realizadora de Martel, otras tres mujeres: la productora Lita Stantic y las protagonistas del film, Mercedes Morán y Graciela Borges. Stantic, que venía de trabajar durante mucho tiempo con María Luisa Bemberg, se constituyó en una figura fundamental para el boom nacional e internacional del denominado Nuevo Cine Argentino gracias a su aporte en distintas etapas a proyectos como Mundo grúa, de Pablo Trapero; o Bolivia y Un oso rojo, de Israel Adrián Caetano, pero fue en su sociedad artística con Lucrecia Martel para La ciénaga (y luego para La niña santa) donde tuvo una incidencia decisiva.
Filmar en Salta (ciudad natal de Martel) con dos de las máximas estrellas del cine nacional como Borges y Morán no era tarea sencilla, pero con mucho esfuerzo Stantic consiguió apoyos de Francia, España y locales -como el de Cuatro cabezas, la productora por entonces comandada por Diego Guebel y Mario Pergolini- para cerrar la financiación. Aquella historia de relaciones cruzadas y tóxicas, degradaciones, recelos, resentimientos, frustraciones, juegos eróticos y una sensualidad muy particular es hoy motivo de estudio en el mundo: ensayos, publicaciones académicas, libros.
Con trasfondo de dinámica provincial (sin caer jamás en el pintoresquismo), se trata de un ensayo (sin bajadas de línea explícitas) sobre las diferencias sociales y la crisis de la clase media con dos primas, la Mecha (Borges) y la Tali (Morán), en el centro de un relato coral lleno de adolescentes sobre una familia como una entidad casi tribal. La ciénaga, que de alguna manera anticipaba el malestar y la degradación social previa al estallido de fines de 2001, impactó de manera muy profunda a quienes formaron parte de aquella experiencia. “La ciénaga fue para mí y creo que para todos aquellos que participamos desde cualquier rol artístico y técnico una experiencia que nos modificó. Es algo que siempre hablamos con las personas que filmamos con Lucrecia: trabajar con ella te cambia, nunca salís igual”, dice Morán en diálogo con LA NACION. “Ella está en un nivel que ya es más que una gran directora, es estar frente a una gran artista. Su manera inspirada de trabajar crea de alguna manera un campo magnético o -para decirlo de una forma más llana- invita a un baile donde no te queda otra que bailar y realmente es sorprenderse todo el tiempo. En mi caso implica estar permanentemente curiosa. La primera vez, que fue el caso de La ciénaga, hubo que hacer un ejercicio de imaginación porque Lucrecia no era entonces lo que es hoy para todo el mundo. Yo estaba haciendo Gasoleros, había terminado el segundo año, y me vinieron a ver al teatro Lita (Stantic) y Lucrecia porque Lita estaba tratando de convencerla de que yo fuera la elegida. Después me encontré con sus cortos y con un guion increíble. Hoy veo que ese guion era una genialidad, pero en ese entonces no tenía la capacidad para descubrirlo. Solo veía un guion diferente a todos”, agrega Morán, quien tres años después volvería a trabajar con la cineasta salteña en La niña santa.
En declaraciones recientes, Stantic confesó que “con La ciénaga me pasó algo muy especial. Me di cuenta de qué era mientras se estaba filmando. En realidad, cuando leí el guion pensé que era Chéjov. Y no era Chéjov. Fue una película fundamental en esa época porque mostraba, de alguna manera, la decadencia de la clase media. Y la verdad es que está maravillosamente filmada y actuada. Fue la mejor película de Lucrecia, y eso que hizo unas cuantas muy buenas. Le pedí que me diera el libro porque sabía que tenía un guión y su corto de Historias breves me había gustado mucho. La verdad es que fue una hermosa experiencia. No sé si Lucrecia se lo propuso, pero es una película política por lo que muestra. Es un film muy especial”. Para la productora, la importancia de la película radicó también en que hasta ese momento, el cine argentino era en esencia “porteño, blanco, masculino y moralista”.
Morán tiene hoy una sensación similar a la de Stantic: “Toda la concepción del personaje, las tomas, sus conversaciones con los técnicos, con el director de fotografía Hugo Colace, lo que hizo con el sonido... Confieso que fui descubriéndola a medida que fui filmando con Lucrecia y también viajando con ella y sus películas. Sinceramente me siento muy afortunada de tener conmigo una película como La ciénaga, me felicito por haber seguido mi intuición y haber tomado esa decisión que en aquel momento podía parecer disparatada. Salir de un éxito tan popular en la tele, no quedarme a hacer lo que me ofrecían y optar por este proyecto... Yo sentía que esta película me salvaba, pero fue como desobedecer todos los consejos que me hacían. Tenía un deseo enorme de salir de la máquina de la televisión e irme a filmar una película independiente a Salta”.
“En la película -recuerda Martel- no hubo ninguna improvisación. Cuando está instalado el naturalismo en los actores es muy difícil sacarlo después. Por eso, debo agradecer el enorme profesionalismo del elenco, que aceptó ajustarse puntualmente al guion y respetó palabra por palabra lo que yo había escrito o las modificaciones que fui introduciendo durante el rodaje”. Para la directora, el rodaje tuvo un clima de diversión permanente gracias al sentido del humor y la vitalidad sobre todo de Graciela Borges. Para Borges no fue difícil trabajar con una directora debutante: “Actuar es un juego sagrado, no importa con quién sea. Primero leí diez páginas del guion, paré, fui a ver el corto Rey muerto, y cuando retomé la lectura ya estaba convencida de que estábamos frente a un proyecto muy interesante.”
“El origen de la escritura del guion -indica Martel- define muchas cosas. Yo había escrito una gran cantidad de diálogos familiares. Me parecía atractiva la forma en que el sentido aparece a través de lo que no se dice, algo que recordaba situaciones familiares mías. Quería contar un relato teniendo en cuenta esos códigos en común, y casi secretos para el resto del mundo, que manejan personas que comparten horas y horas dentro de una casa. Todo eso requería de una narrativa que no fuera lineal. No quería forzar una cronología, que no existe cuando lo que uno intenta contar es lo que no se dice: eso que está allí, pero de lo que no se habla y que permanece, por lo tanto, como fuera del tiempo. Cuando terminé la película me di cuenta de que el relato se parece mucho a cómo mi mamá cuenta las cosas: proliferación, digresiones, silencios... Es algo muy común en la forma de contar de provincia. O sea que terminé siendo fiel, en mi relato, a esa manera en que se arma la charla en el interior.”
Una vez terminado el extenuante y meticuloso rodaje en las sofocantes locaciones salteñas, La ciénaga fue tentada a participar en los más importantes festivales del mundo. Se le dijo “no” nada menos que a Cannes y la première mundial fue en febrero de 2001 en el marco de la competencia oficial de la Berlinale, donde terminó ganando el premio Alfred Bauer. De allí al Festival de Mar del Plata y luego a un estreno comercial en unas 25 salas de Argentina donde convocó a 110.000 espectadores, una cifra muy difícil de repetir para una ópera prima independiente y tan exigente como el de Martel. Hoy, está disponible en la plataforma de streaming Amazon Prime Video para (re)descubrirla. A 20 años de aquella experiencia inolvidable, Morán asegura que “cada momento con Martel es original y diferente. Y fue además mi oportunidad de trabajar con Graciela (Borges), a quien admiraba, como admirábamos todos. De pronto poder tenerla al lado, establecer una relación, un vínculo que duró desde ese momento hasta el día de hoy, fue un sueño cumplido. Ayer la llamé para decirle que llevamos veinte años de amistad y ella me dijo: ‘No, muchos más Merce, nosotros nos conocemos de otras vidas’, y creo que de alguna manera es así. Solo amor y agradecimiento”.
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