Anna Karina, Jean-Luc Godard y un romance marcado por la cinefilia
Vivir su vida, una de las colaboraciones más célebres entre la actriz y el cineasta, que por entonces eran marido y mujer; el film permite descubrir cuán cerca estaban para el matrimonio la vida real y las películas
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Cuando comenzó el rodaje de Vivir su vida, Anna Karina era mucho más que la musa de celuloide de Jean-Luc Godard. En los hechos eran un matrimonio formalmente constituido desde marzo de 1961, año en el que se habían casado por iglesia en una pausa de la filmación de Una mujer es una mujer, película que los reencontraba en la pantalla luego de que ella aceptara su primer papel con el cineasta en el rol de Verónica Dreyer en El soldadito. Pero él había posado su mirada detrás de sus gruesos lentes sobre la actriz mucho antes y la había ofrecido un papel en su célebre ópera prima Sin aliento que ella rechazó, porque debía desnudarse.
Anna Karina era de ascendencia danesa y había quedado deslumbrada con París cuando la visitó por primera vez a los catorce años en un viaje junto a su padre. Tres años más tarde llegaba sola, comiendo frugal y ocasionalmente para poder conservar el poco dinero que tenía, cuando se hospedó en un hotel barato cerca de la Bastilla. Algunas fotos en Jours de France le abrieron las puertas y un comercial de jabón en un baño de azulejos violetas con un jingle que rezaba: “Su fragancia... es tan fresca... es tan suave...”, fue lo primero que vio Godard de ella. “Era extraño, un hombre tímido. Tenía esos anteojos oscuros... me asustó un poco”, confesaba Karina a la prensa francesa de antaño señalando que luego del ofrecimiento de esa escena de Sin aliento no tuvo más noticias de Godard hasta un año después, cuando recibió un telegrama en el que le ofrecía otro papel: “Yo pregunté a mis amigos ‘¿quién es este Godard?’, ellos dijeron ‘Es fantástico, es el de Sin aliento’”. Así había comenzado su relación, hace ya más de seis décadas.
Después de El soldadito (rodada en 1961 pero estrenada recién en 1963), y de Una mujer es una mujer, tuvo lugar la realización de Vivir su vida, filmada en el invierno europeo de 1962, y estrenada en los cines de Francia ese mismo año. A la Argentina llegó el 25 de febrero de 1963 en los cines Sarmiento y Capitol, a los que volvió en octubre pasado con una copia remasterizada. Por aquellos días el realizador declaraba a la revista británica Sight & Sound: “Me gusta decir que hay dos clases de cine: está Flaherty y está Eisenstein. Es decir, el realismo documental y el teatro. Pero al fin, en el más alto nivel, son una misma cosa. Quiero decir que a través del realismo documental se llega a la estructura teatral y a través de la imaginación teatral y la ficción llegamos a la realidad de la vida”. En este caso, la “realidad de la vida” involucraba la pasión en celuloide de una manera que se amalgamaba con la vida misma. Una cinefilia que en la película de Godard se explicita con marcas definitivas porque de que otro modo puede pensarse sino que un film de la Nouvelle Vague homenajeara a otro de esa “nueva ola” como Jules et Jim, presentando ese travelling a través de una marquesina que destacaba al hoy clásico de Francois Truffaut. Era esa “magia del cine” fomentada en la Cinemateca Francesa y que en la pantalla reunía a dos de los máximos estandartes de la redacción de Cahiers du Cinéma como ya no sucedía en la vida real (”El cine no es divertido. En la semana la gente no consigue ir, trabaja. Y el domingo siempre hay cola”, se escucha decir en la escena).
En la primera marquesina que aparece en Vivir su vida resplandece Juana de Arco y, en la sala a oscuras, el rostro de Naná, una joven que desea ser actriz y subsiste a duras penas con un magro sueldo como empleada de una disquería. No puede contener sus lágrimas ante la actuación de Renée Falconetti en la La pasión de Juana de Arco realizada por el danés Carl Theodor Dreyer. Naná se convierte en prostituta: los doce cuadros en los que se divide su existencia en Vivir su vida envuelven su tragedia sin melodramas ni didactismos, pero sirven en la intención del director de reforzar su costado teatral, un ejemplo de narración paramétrica en el análisis del teórico David Bordwell: “Ya hemos visto que Vivir su vida formula muchos procesos estilísticos dispares para referirse al problema de representar los encuentros entre personajes –escribe –.En la mayoría de las películas narradas paramétricamente, argumento e historia varían en importancia, lo cual no es sorprendente. Una situación análoga ocurre en la ópera: la acción de la historia necesita continuar, pero la música necesita persistir. En consecuencia, los niveles alternan en importancia”.
El rodaje se extendió a lo largo de cuatro semanas, con una interrupción en la segunda, que lo paralizó por completo. Había comenzado en las afueras de París, con Anna Karina y André S. Labarthe sentados a la barra de un bar dándole la espalda a la cámara, con un espejo que los refleja solo parcialmente y desde donde podían apenas intuirse sus rostros. Lo mismo sucedía con Saddy Rebot, de quien casi no se ve su cara. El rostro de Vivir su vida es Anna Karina. Marcado por la cinefilia, Godard hace que Naná espere a sus clientes apoyada en una pared tamizada de afiches de películas. Su partida rumbo a un encuentro sexual permite ver el anuncio El hombre de las dos caras, de Melville Shavelson, protagonizada por Danny Kaye. Naná, el personaje, se convierte en cortesana y Anna, la protagonista, en estrella. Pero las dos para Godard son el reflejo de un fetiche que desdibuja constantemente los límites entre una realidad y una ficción que solo el realizador conocía: “La gran dificultad es que necesito al equipo y a los actores todo el tiempo a mi disposición. Deben a veces esperar una jornada entera antes de saber en qué consistirá lo que deben hacer”, declaraba Godard en el libro La Nouvelle Vague, sus protagonistas, editado por Paidós, y agregaba en otro momento de esa conversación el célebre director: “Es necesario dejar a las personas vivir su vida, no contemplarlas durante demasiado tiempo, pues, de lo contrario, se acaba por no comprender ya nada de ellas”.
En una entrevista con la revista Vogue, Anna Karina confiaba cómo era su vínculo doméstico con el realizador: “En aquel tiempo, lo único que podías hacer era quedarte pegada al teléfono esperando a que te llamaran. Cuando desaparecía pensaba que le había pasado cualquier cosa. Luego me enteraba de que se había ido a Italia a ver a Roberto Rosellini, o que se había marchado a ver a Bergman a Suecia o a veces la explicación era que estaba en Nueva York con William Faulkner. Tenía amigos en todas partes y se marcha sin avisar. Siempre llevaba encima su pasaporte y yo sabía dónde había estado cuando volvía y me enseñaba los sellitos que le ponían en la Aduana. Siempre me traía regalos”, transcribía Raquel Peláez en el diario El País al conocerse el fallecimiento de la actriz, en 2019.
Sin Anna Karina el personaje de Sin aliento fue eliminado del guion: no había reemplazo posible para un deslumbrado Godard. El vínculo profesional luego de Vivir su vida nutrió cuatro películas más. El 21 de diciembre de 1964, Anna Karina y Godard anunciaron su divorcio pero eso no les impidió rodar juntos Alphaville y Pierrot, el loco. Se separaron en 1967. Nunca volvieron a trabajar juntos.
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